P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.
Jesús enseña a sus discípulos la forma de orar con el “padre nuestro”. La actitud básica del creyente es la de tratar a Dios como a Padre. Por ello se tiene la certeza de ser escuchado: “Y todo lo que pidáis con fe en la oración lo obtendréis” (Mt 21,22); “Pero que pida con fe, sin dudar, pues el que duda se parece a una ola del mar agitada por el viento y zarandeada con fuerza” (Sant 1,6). Suplicamos al Padre desde la humildad de lo que realmente somos ante su presencia: “Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: —Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18,13). En circunstancias de tentación y sufrimiento: “Se trata del mismo Cristo que durante su vida mortal oró y suplicó con fuerte clamor, con lágrimas incluso, a quien podía liberarle de la muerte; y ciertamente fue escuchado por Dios en atención a su actitud de acatamiento. Pero Hijo y todo como era, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta obedecer” (Heb 5,7-8).
Orar en su nombre significa que uno se identifica con Jesús orante y humilde: “Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,23-24); “Te pido que todos vivan unidos. Padre, como tú estás en mí y yo en tí, que también ellos estén unidos a nosotros. De este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21). Una oración en el Espíritu del ser hijo de Dios: “Y por ser hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: —Abba, es decir, Padre mío... De suerte que ya no eres siervo, sino hijo” (Gal 4,6-7).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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