P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
En Jesús se reveló el Dios único y verdadero, y es para nosotros creyentes, “camino, verdad y vida” (Jn 14,6): “A Dios nadie lo ha visto jamás; el hijo único que está en el seno del Padre lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Jesús trata a Dios como a padre suyo (abba = padre mío). Por eso escribe el apóstol Pablo: “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 15,6;2Cor 11,31; Ef 1,3). Esta realidad de Jesús hombre, como hijo unido a Dios como a Padre es obra del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí —le aclara el ángel Gabriel a María— y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (Le 1,35).
La actuación del Espíritu de Dios hace posible la presencia de Jesucristo entre nosotros, porque el Espíritu es don de sí. El misterio de Dios se centra en que El es esencialmente amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
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