Itinerario Temático del Centenario de las Apariciones de Fátima - 6° Ciclo
Compartimos las Oraciones que se utilizaron en el Itinerario para los peregrinos al Santuario de la Virgen de Fátima, para poder rezarlas a manera de preparación al Centenario de las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima.
Yo vine para que tengan vida
Sexto ciclo del itinerario temático del Centenario de las Apariciones de Fátima, en el año pastoral 2015-2016
El sexto año del septenario conmemorativo del Centenario de las Apariciones de Fátima evoca la aparición de septiembre de la Virgen Madre, en 1917, centrándose en la actitud creyente de la celebración.
1. Convocación: «Llegamos, por fin, a Cova de Iria»
Inicio mi itinerario en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
«Al aproximarse la hora, allá fuí, con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas nos dejaban andar.
[...] Llegamos, por fin, a Cova de Iria, junto a la encina y comenzamos a rezar el rosario con el pueblo».
De esta manera es como relata la Hermana Lucía la llegada de los pastorcitos al lugar de las apariciones, el día 13 de septiembre de 1917.
Hoy, soy yo el que llega como peregrino. Me coloco en actitud de escucha y de oración. Dejo que la Señora del Rosario, Madre de Misericordia, me ayude a redescubrir la alegría de la ternura de Dios y la belleza de la fe, horizonte para una vida plena en Cristo.
Contemplando el pesebre, elevo mi alabanza a Dios y proclamo con Nuestra Señora el Magnificat:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
2. Encuentro: «Continúen rezando el Rosario para alcanzar el fin de la guerra»
Me fue concedida hoy la gracia de hablar con la Madre de Dios. Busco el consuelo en la mirada materna de María. Le presento las necesidades que cargan en mi corazón. Lucía le suplica:
«Me piden para que le pida muchas cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordo-mudo. Nuestra Señora responde:
— Sí, algunos curaré; otros no».
Recorro con la mirada el espacio a mi alrededor. Añado a mi oración las intenciones de aquellos que me rodean y pido al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, la cura para las heridas de la humanidad y la paz para el mundo.
Rezo el rosario o uno de sus misterios y concluyo con la oración de la Salve, Reina y Madre:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh, clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
3. Entrega: «Dios está contento con vuestros sacrificios»
Recuerdo la forma heroica de cómo vivieron sus vidas los videntes, en una actitud de entrega, de oración y de sacrificio constantes, en fidelidad al amor de Dios y en favor de los otros. En la aparición de septiembre, María, Madre solícita, dice a los pequeños niños que sus sacrificios son agradables a Dios, indicando, al mismo tiempo, moderación. Pienso en los sacrificios diarios que componen mi vida. Imploro a la Virgen del Cielo el coraje para aceptarlos, uniéndolos al sacrificio de Cristo Redentor.
Me imagino al beato Francisco y rezo con él la oración que el Ángel enseñó a los Pastorcitos:
Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!
Me imagino a la beata Jacinta y contemplo la figura de la pastorcita, que aprieta la oveja en sus brazos como quien abraza a la humanidad entera, implorando para que no ofendan más a Dios. Rezo con ella la oración que el Ángel enseñó a los Pastorcitos:
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!
Me imagino a la Hermana Lucía. Recuerdo su vida de simplicidad, obediencia y servicio, como Mensajera del Inmaculado Corazón de María. Rezo con ella la oración que el Ángel enseñó a los Pastorcitos:
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!
Medito en las palabras de Jesús: «Venid a Mí, todos los que andáis cansados y agobiados que Yo os aliviaré» (Mt 11,28).
Pido a Cristo Resucitado que guíe mis pasos y me ayude a cargar mi cruz.
4. Adoración: «Vimos el reflejo de la luz»
Adorar a Dios significa que lo reconocemos como Señor, que lo acogemos en el corazón y en la vida, dejando que El sea Dios en nosotros y con nosotros.
Como los Pastorcitos, me dejo envolver por la luz de Dios y buceo en el misterio profundo de la Santísima Trinidad, relación y don de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es de la comunión con Dios donde nace la conversión y la solidaridad del amor al prójimo.
Interiorizo y rezo repetidamente:
Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro; Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento.
Reservo unos momentos de mi oración para el silencio de la escucha, meditando en las palabras de Jesús:
«Vine para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
Abro mi corazón, despido cualquier orgullo o vanidad, y entrego a Dios mis fragilidades y mis voluntades para que El todo lo renueve en su amor.
5. Misión: «Comenzando a elevarse, desapareció como de costumbre»
«Pueda experimentar el abrazo misericordioso de Dios, que nunca se cansa de tener abierta la puerta de su corazón, para repetir que nos ama y desea compartir con nosotros su vida».
Delante de la Imagen del Inmaculado Corazón de María, refugio y camino hacia Dios, me consagro a Nuestra Señora, comprometiéndome a ser señal auténtica de la misericordia divina para los que buscan paz, justicia y perdón. Rezo con confianza:
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...
Nuestra Señora del Rosario de Fátima, ruega por nosotros.
Beatos Francisco y Jacinta Marto, rogad por nosotros.
Extractos tomados de:
http://www.fatima.pt/es/pages/sexto-ciclo
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