P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
2. LA SEMANA SANTA
Continuación
El Viernes Santo se celebra la Pasión del Señor. Para los oficios el altar debe estar totalmente desnudo, sin cruz, sin candelabros, sin manteles... El oficio litúrgico de este día consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz, y Sagrada Comunión.
El Sacerdote y los ministros, revestidos de ornamentos rojos, se acercan al altar, y después de haber hecho una reverencia se postran en tierra, y así oran durante unos minutos en silencio. Se levantan y dan comienzo a la liturgia de la Palabra.
En ella la primera lectura nos coloca ante el Siervo doliente descrito por Isaías (52, 13-53), y nos hace reconocer en él a Jesús que se entrega con generosidad a la muerte por la salvación del mundo entero. La idea es subrayada por la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, la cual nos enseña que Jesús,
“a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a padecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (5, 8-9).
Se lee la Pasión del Señor según San Juan, terminada la cual el sacerdote comienza la solemne oración universal, en la que se pide a Dios en el día de la muerte de Jesús por las necesidades espirituales y corporales de la humanidad. Termina esta oración universal con las súplicas por los atribulados:
“Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, dé alimento a los que padecen hambre, libere de la injusticia a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan, y dé la salvación a los moribundos”.
La solemne adoración de la Santa Cruz es precedida por la manifestación de la Cruz al pueblo, que puede ser hecha de dos formas distintas.
La primera manera consiste en llevar la Cruz cubierta al altar, en medio de dos acólitos con velas encendidas. El sacerdote descubre la Cruz en tres oportunidades diciendo:
“Mirad el árbol de la Cruz,
Donde estuvo clavada la salvación del mundo”,
A lo que el pueblo responde poniéndose de rodillas:
“Venid a adorarlo”.
Seguidamente se coloca la Cruz en un lugar apto para que sea adorada por los ministros y por los fieles.
En la segunda forma de mostrar la Cruz el sacerdote se dirige con los ministros a la puerta del templo, en donde toma la Cruz descubierta y acompañado de dos ministros con velas encendidas marcha procesionalmente por la iglesia, y en tres oportunidades se para y canta la invitación antes citada, a la que el pueblo responde poniéndose de rodillas:
“Venid a adorarlo”.
Después se coloca la Cruz para que sea adorada por los ministros y por los fieles.
Durante la adoración de la Cruz se entona una serie de cantos alusivos al triunfo de Jesús Crucificado.
Una vez que los fieles han adorado la Cruz, se extiende sobre el altar el mantel, se trae por el camino más breve el Sacramento desde el monumento, se recita el Padre Nuestro, se reparte la comunión a los fieles, y se acaba la celebración con esta oración recitada por el presidente:
“Que tu bendición, Señor, descienda con abundancia sobre este pueblo, que ha celebrado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su santa resurrección; venga sobre él tu perdón, concédele tu consuelo, acrecienta su fe, y guíalo a la vida eterna”. Amén.
Termina la rúbrica de este día así:
“Y todos salen en silencio”.
Con relación al Sábado Santo el misal romano dice sólo:
"En el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, y absteniéndose del sacrificio de la Misa, hasta que, después de la Vigilia solemne o de la espera nocturna de la Resurrección, comience la alegría pascual, cuya abundancia inunda los cincuenta días siguientes”.
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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982
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