La Misa: 11° Parte - El Misal Romano



P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


5. LO SIMBÓLICO - POPULAR EN EL MISAL DEL VATICANO II

5.1. EL MISAL ROMANO

El 3 de abril de 1969 Pablo VI promulgaba el Misal Romano Reformado por el Concilio Vaticano II, que debía sustituir al Misal Romano de San Pío V en la celebración de la Misa. Durante cuatro siglos el Misal salido del Concilio de Trento había constituido la norma apenas modificada de las celebraciones eucarísticas en las iglesias de rito latino.

A pesar de la lejanía del pueblo debida a la lengua latina, los fieles católicos en su mayoría amaban las directrices de este Misal Tridentino, sobre todo las relativas a las Misas cantadas de tres ministros sagrados revestidos de ricos ornamentos, celebradas ante retablos cuajados de imágenes, flores, luces y cirios refulgentes, con nubes de incienso perfumado, con los cantos latinos interpretados por los coros parroquiales, con alegres acólitos vestidos de sotanas de diversos colores.

Pienso que el pueblo católico amaba estas Misas porque en ellas los cinco sentidos, es decir, la vista, el oído, el olfato el gusto y el tacto litúrgicos de los fieles se ponían en movimiento hacia el mundo sagrado a través del canto escuchado, de la imagen contemplada, del incienso percibido como olor perfumado, de la hostia consagrada consumida sensiblemente, para sintonizar con la misteriosa presencia del Señor en el Sacramento y para llevar así al corazón cristiano a venerarla con toda el alma.

El secreto del entusiasmo despertado en el pueblo por estas Misas está sencillamente, en que la religiosidad popular no es abstracta ni interiorista; ella gusta ante todo de lo simbólico y de lo sensorial. De ahí que la liturgia que busca ante todo exponer palabras y trasmitir doctrinas es una liturgia esencialmente antipopular.

Luis Maldonado nos hace caer en la cuenta que la mayoría de las celebraciones eucarísticas posconciliares aburren al pueblo, porque en ellas los sacerdotes prescinden de casi todos los símbolos religiosos y por eso de hecho trasforman la Misa en una liturgia de la palabra. Recordemos sus palabras:

“Una liturgia que se dirija sólo al oído para pasar rápidamente a través de él a la cabeza o a la interioridad, olvidando los otros cuatro sentidos o descuidando su cultivo, nunca podrá ser popular, sino propia de élites más o menos intelectualistas, cultas o cultoides, más o menos deformadas por el racionalismo. He aquí el peligro de un culto polarizado en la liturgia de la palabra. De ahí el fracaso popular de algunas liturgias protestantes, como la luterana, que sólo reúne grupos muy reducidos por selectos que sean. De ahí lo vulnerable de la liturgia romana tras el Vaticano II, que se ha convertido de “facto" (y no es culpa principal de la jerarquía) en la liturgia de la palabra. Se dice que esta liturgia aburre a la juventud. Pienso que aburre también al pueblo, y lo aburrirá cada vez más. .. Es verdad que la “palabra”, en su sentido más bíblico, es la recuperación acaecida en la reforma conciliar. Pero “palabra", según la Escritura, es ante todo vida, acción, fuerza, inspiración trasformadora (no conjunto de ideas ilustrativas, de doctrinas, de conceptos)” (Maldonado, RP. p. 352)

A mi modo de ver la falta de popularidad de la Misa posconciliar no se debe tanto al nuevo Misal, sino a la mentalidad desacralizada de la mayoría de los celebrantes que rechaza cordialmente lo simbólico. Pero la sinceridad lleva a admitir que la Misa nacida del Vaticano II llegará a ser popular en la medida en que ella sea acompañada en su celebración por las constelaciones de símbolos litúrgicos recomendados por el Misal Reformado por el Concilio.

Con el fin de penetrar en esas constelaciones simbólicas, recordaremos a continuación las directivas del Misal del Vaticano II y las orientaciones de S.S. Juan Pablo II sobre el tema.


1° Directivas del Misal del Vaticano II

Antes de pasar a tratar despacio el tema propuesto debemos dar una breve noticia de este libro litúrgico:

Fue promulgado por Pablo VI mediante la Constitución Apostólica Missale Romanum, dada el 3 de abril de 1969. El libro litúrgico, después del decreto de la Congregación para el Culto Divino y de la citada Constitución de Pablo VI, se abre con la Ordenación General del Misal Romano; en ella se nos habla en sendos capítulos sobre la importancia y dignidad de la celebración eucarística (1-6), sobre los elementos y partes de la Misa (7-57), sobre las funciones y ministerios en la Misa (58-73), sobre las diversas formas de celebrar la Misa (74-252), sobre la disposición y ornamentación de la iglesia para la celebración de la Misa (253-280), de las cosas necesarias para la celebración de la Misa (281-312), de cómo se eligen las diversas circunstancias (326-341). Como suplemento de esta Ordenación General ha publicado la Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino una Instrucción para las Misas en pequeños grupos (15.5.69) y un Directorio para las Misas de niños (22.10.73).

Las partes del Misal son las siguientes: Misas propias para los diversos tiempos litúrgicos; Ordinario de la Misa; Misas propias y comunes de los Santos; Misas propias de los diversos sacramentos y sacramentales; Misas para diversas necesidades; Misas votivas y de difuntos.

El Misal tiene dos apéndices. En el primero se nos da la bendición del agua y aspersión con ella al pueblo al comenzar la Misa. Y en el segundo se presentan textos musicalizados.

Un libro litúrgico íntimamente unido con el Misal es el Leccionario de la Misa; fue aprobado por Pablo VI también, mediante la Constitución Apostólica Missale Romanum. También este libro litúrgico se abre con una Ordenación General. En esta Ordenación General se nos dice que, siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II (SC. 35,51; DV. 21), el nuevo Leccionario se propone tomar y repartir abundantemente a los fieles el pan de vida ofrecido en la mesa de la
Palabra de Dios y para ello busca en los domingos y fiestas que reúnen en torno al altar un mayor número de católicos, proponerles a lo largo de un trienio los pasajes bíblicos que encierran la parte principal de la revelación divina. Otra parte de textos bíblicos que completan la serie anterior, se leerá en los días laborales, de tal manera que el Leccionario festivo-dominical y el Leccionario ferial se completen mutuamente, aunque sean independientes entre sí. Además de estos dos Leccionarios existen Leccionarios especiales para las fiestas de la Virgen y de los Santos, y para las misas “rituales”, “votivas” y “de diversas necesidades".

Otro libro nacido de la reforma litúrgica del Vaticano II directamente relacionado con el Misal es el “Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa”. En las Observaciones Previas leemos:

“La celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa”.

Presentados los libros litúrgicos en torno a las celebraciones eucarísticas, promulgados a la luz del Concilio Vaticano II, nos interesa ahora adentrarnos en el mundo de símbolos, imágenes, signos y sacralidades propuesto por ellos. Cuál sea, por ejemplo, la importancia dada por el nuevo Misal a estos signos sagrados, la podemos vislumbrar por las palabras con que se abre su Ordenación General:

“El Señor, cuando iba a celebrar la cena pascual en la que instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, mandó preparar una sala grande, ya dispuesta (Le. 22,12). La Iglesia se ha considerado siempre comprometida por este mandato, al ir estableciendo normas para la celebración de la Eucaristía relativas a la disposición de las personas, de los lugares, de los ritos y de los textos” (Proemio, 1)

Así, pues, en la citada Ordenación se recomienda una celebración de la Misa enmarcada en un ambiente sencillo, limpio, pero todo él cuajado de imágenes y símbolos que reflejen la profundidad del misterio celebrado. Esta profundidad consiste en que el Señor Resucitado se hace presente a los fieles de modo gradual en la celebración de la Misa, pues él está presente en la asamblea de creyentes congregada en su nombre, está presente en la Palabra proclamada, está presente en la persona del celebrante, está presente por excelencia bajo el Pan y Vino consagrados.

Por lo tanto el centro de este mundo luminoso de sacralidades se halla en el Pan y el Vino de la Eucaristía. De ahí que el nuevo Misal, una vez superados los problemas dogmáticos de los siglos pasados, permita con cierta facilidad a los laicos beber del cáliz del Señor; ya que la comunión eucarística adquiere su grado máximo de expresión simbólica, cuando los fieles comen la Carne del Señor y beben su Sangre bajo la apariencia del Pan y del Vino (240-252).

Todos los otros símbolos usados en la Misa tienen el cometido de crear una atmósfera religiosa para fomentar la piedad de los fieles y su encuentro con el Señor en el banquete sacrificial de la Nueva Alianza.

Para la Misa el pueblo de Dios debe congregarse generalmente en un templo solemnemente consagrado y por lo mismo venerado por los católicos como el lugar privilegiado del culto dado a Dios por la iglesia local y sentido por ellos como una imagen de la asamblea en él reunida de forma jerárquica.

Por esta razón el presbiterio, en donde destaca la sede del celebrante principal, ha de aparecer bien diferenciado del resto del templo y debe tener una capacidad suficiente para que los ministros puedan desarrollar visible y dignamente los ritos litúrgicos (258).

El Altar y el libro del Evangelio, ambos figuras de Cristo, han de ser honrados por el celebrante con el beso litúrgico (27,95). Por reverencia al memorial del Señor y al banquete de su Cuerpo y de su Sangre, el Altar durante la Misa debe estar cubierto de un mantel y adornado por un Crucifijo y por candelabros con cirios encendidos en señal de celebración festiva y de veneración. Signos de esta veneración son también las genuflexiones ante el Sacramento, el toque de la campanilla en la consagración, el uso de la bandeja en la comunión de los fieles y la purificación de los vasos sagrados (80, 109, 237, 329, 268-270). Y por respeto a la Palabra de Dios, ha de colocarse en todas las iglesias un ambón estable, digno, bien visible y dotado de instrumentos técnicos para una perfecta audición. Desde él el ministro idóneo anunciará al pueblo la Palabra de Dios, pronunciará la homilía, dirigirá la oración de los fieles (272-273).

Siguiendo una tradición antiquísima de la Iglesia el nuevo Misal insiste en la conveniencia de exponer a la veneración de los fieles en los edificios sagrados imágenes del Señor, de la Virgen y de los Santos (278).

Entre los utensilios necesarios para la celebración de la Misa se destacan los vasos sagrados destinados al Pan y al Vino del Sacrificio; por lo mismo, dichos vasos han de ser artísticamente fabricados de materiales nobles y bendecidos o consagrados conforme a las normas litúrgicas (289-296).

En la Misa los ministros deben estar revestidos de vestiduras sagradas. Ellas tienen una doble finalidad, por una parte contribuyen al ornato de la acción sagrada, y por la otra son el signo distintivo del oficio desempeñado por cada ministro en el acto litúrgico. Todos estos ornamentos pueden estar adornados con figuras, imágenes, signos y símbolos sagrados y algunos de ellos varían de color para simbolizar los misterios de la fe celebrados cada día y para expresar el progreso de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico (297-310).

Durante la Misa los ministros han de realizar una serie de gestos simbólicos, tales como genuflexiones, inclinaciones de cabeza o del cuerpo en señal de respeto a las Personas Divinas, a la Virgen, a los Santos, al celebrante principal... (233-234).

El incienso, símbolo tradicional de honor y de súplica ardiente, puede usarse en todas las Misas durante la procesión de entrada y para incensar el Pan y el Vino consagrados, el Altar, el libro del Evangelio, la cruz, las ofrendas, al celebrante principal, al pueblo (235-236)

Por otra parte toda la Misa es un símbolo religioso en acción. Así, pues, los fieles, agrupados para asistir a la misa mediante las procesiones, mediante los mismos gestos corporales, mediante sus cantos y oraciones comunes y mediante su participación comunitaria en la mesa del Señor, hacen visible en un tiempo y espacio determinado al pueblo de la Nueva Alianza extendido por el mundo entero, formado por miembros de diversos sexos, estados, ministerios y órdenes y adquirido por Dios para darle culto agradable a sus ojos ofreciéndole la Víctima Inmaculada e inmolándose a sí mismo con ella (62).

Toda celebración eucarística legítima es presidida por el obispo, o por algún presbítero delegado suyo, los cuales, por el Sacramento del Orden representan en la acción litúrgica, a Cristo, Cabeza del nuevo pueblo de Dios. Cuando concelebra el obispo con un grupo de presbíteros se manifiesta en forma simbólica el misterio de la Iglesia, la cual es el sacramento de la unidad. El diácono tiene como cometido propio en la Misa la proclamación del Evangelio, la distribución de la comunión, la dirección de las moniciones y de la oración de los fieles. El resto de los ministerios en la Misa, tales como el de acólito, lector, cantor, comentador..., está a cargo de los laicos (59-73).
Junto a todos estos gestos simbólicos realizados en la Misa por el pueblo y por los ministros hallamos también “el silencio sagrado” que debe ser observado durante la celebración en tiempos señalados por las rúbricas en señal de la meditación y de la alabanza brotadas en el corazón fiel iluminado por la Palabra y fortalecido por el Sacramento (23).

El Misal de Pablo VI ha puesto a disposición de la Iglesia un lenguaje simbólico rico y variado, a fin de que la Misa hable al corazón del Pueblo Católico; toca al celebrante elegir aquellos símbolos más elocuentes para su comunidad eucarística concreta:

“Y, puesto que la celebración eucarística, como toda la Liturgia, se realiza por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se expresa, se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa y plena participación de los fieles, y respondan mejor a su aprovechamiento espiritual" (5).

La Ordenación General del Misal Romano, al hablarnos del lugar bien “ornamentado” y del sagrario “inviolable” para la reserva de la Santísima Eucaristía, nos está indicando ya la importancia del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, y el respeto y veneración como debe realizarse (276-277).

Como señalábamos más arriba, el culto a la Eucaristía fuera de la Misa está reglamentado por el “Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa”. En este libro litúrgico se nos habla de la comunión fuera de la Misa, de la exposición, adoración y bendición del Santísimo, de las procesiones eucarísticas y de los congresos eucarísticos. En él se nos enseña con todo detalle, además de los ritos litúrgicos, los signos sagrados que deben usarse en todas estas celebraciones, para crear un ambiente religioso y para fomentar así la devoción y la piedad del pueblo cristiano.




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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.

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