P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
Recordemos algunas ideas propugnadas por ciertas corrientes teológicas liberacionistas que llevan necesariamente a la desacralización de la celebración eucarística.
Al hablar expresamente de la Eucaristía algunos de estos teólogos afirman que la lucha de clases cuestiona la unidad de la Iglesia y aseguran que la universalidad y la unidad de la Iglesia son un “mito” llamado a desaparecer, para dar paso a una Iglesia re-convertida al servicio de los pobres en la lucha de clases.
Esta reconversión de la Iglesia lleva consigo una nueva manera de ser convocado y de convocar en iglesia. Pues el Evangelio leído desde el pobre convoca a una Iglesia Popular (Cfr. Gutiérrez, TL. p. 345-349; FHP. p. 37 y 66)
Como podemos observar, nos hallamos no ante el Pueblo de Dios convocado por los Apóstoles en nombre de Cristo, en el cual tenían cabida los judíos y los griegos, los esclavos y los libres, hombres y mujeres (cfr. Gal. 4,28), sino ante un nuevo Pueblo Cristiano identificado sólo con los comprometidos en favor de la clase proletaria en sus luchas liberadoras contra el opresor capitalista.
Pero hay más todavía, pues para estos teólogos la Iglesia Popular ha de llevar las luchas políticas al campo religioso, ya que ha de ser una Iglesia que arranque el Evangelio de los grandes de este mundo, entre los cuales debe ser contada la Iglesia tradicional-oficial, pues al rechazar la lucha de clases ella viene a ser una pieza del sistema capitalista (Cfr. Gutiérrez, TL. p. 343'; FHP. p. 37).
Por lo expuesto deducen estas corrientes de la Teología de la Liberación, que la Iglesia-Institución es un verdadero obstáculo para quienes desean ser en verdad cristianos y que por lo mismo se impone una ruptura con tal Iglesia (Cfr. Gutiérrez FHP. p. 91, 119, 124, 125). De las ideas recordadas yo he llegado a la conclusión, que estas corrientes teológicas de tal modo desacralizan la Iglesia que llegan a identificarla con la clase proletaria en lucha política contra sus opresores, y de tal modo sacralizan a esa clase social que la identifican con el Pueblo de Dios. De la sacralización de la clase proletaria y de la desacralización del Pueblo de Dios del N.T. nace necesariamente una celebración de la Eucaristía despojada de los símbolos religiosos y por lo mismo vaciada de la vibración religiosa masivo-popular; por eso tal celebración viene a ser un rito secularizado para unos iniciados muy sofisticados.
Bastará para confirmar lo dicho el recordar el folleto del CEP titulado “Eucaristía” (Lima, 1976). El grado de secularización de esta catequesis sobre la Eucaristía nos lo indica el hecho de que la misma palabra “Dios" ha sido eliminada en ella. En las doce páginas del folleto la palabra “Dios” sólo aparece para afirmar: “No es posible celebrar culto a Dios y seguir resignados o justificando la explotación del hombre por el hombre" (p. 4). El folleto se desarrolla en un horizonte de inmanencia total, en donde Cristo es presentado como un "pobre sociológico, héroe mitológico que simboliza el proletariado, en donde, el quehacer cristiano se reduce a la lucha por una sociedad sin clases y en donde la celebración de la Eucaristía es un método más de III concientización política en orden a la lucha de clases.
Cristo es presentado como un “pobre sociológico” (p. 2, 5, 12), pero que ha optado por la militancia política en la lucha de clases:
"La vida del militante Cristo se resume en una entrega cada vez más incondicional a la liberación del hombre... Cristo no fue un iluso ni un idealista; él tenía conciencia de lo que significaba cumplir la voluntad de su Padre: morir por esta causa, morir por el pueblo" (11 p. 11).
Dejemos ahora de lado qué interpretación deba dársele a la expresión “Cristo no fue un idealista”, pues según el lenguaje marxista usado por el folleto se le debería traducir por “Cristo fue un materialista dialéctico”, pero lo cierto es que el Cristo histórico dirigido por el Padre es presentado como el modelo de las vanguardias de cristianos que luchan hasta la muerte por una sociedad sin clases.
Por eso cuando se celebra la Eucaristía a “Cristo pobre” se está haciendo memoria de la vida, pasión, muerte y resurrección de todos los pobres de la tierra, pues la Eucaristía es el resumen de toda la militancia de Cristo, la cual fue anunciar la liberación y dar la vida por la causa (p. 12). De ahí que cuando los campesinos y los obreros mueren por el pueblo hacen viviente la presencia de Cristo entre los hombres (p. 11).
Al mirar esta figura de Cristo presentado en el folleto, uno no acaba de ver, si se está presentando al Cristo de la tradición apostólica que vivió una existencia terrena histórica, que murió y resucitó y en el tiempo que va desde la Ascensión a la Parusía vive junto al Padre como Señor de la historia; o si por el contrario, se nos está dibujando un héroe famoso al estilo del Che Guevara, el cual se convirtió por un tiempo en una imagen mítica de la clase proletaria. La impresión que deja la lectura del folleto es esto último.
La pascua del Éxodo es la figura, según el folleto, no tanto de la liberación del pecado realizada por Cristo como lo enseña el N.T. (1 Cor. 5,7), cuanto de la liberación socio-económica llevada a cabo por las luchas victoriosas del pueblo (p. 4). En la Eucaristía recordamos la nueva pascua que es “Cristo pobre” por eso toda Eucaristía nos pone al lado de los pobres de la tierra, de sus intereses y de sus luchas (p. 5).
De ahí brota una conclusión evidente: Todo el que no se compromete en la lucha de clases, no podrá participar del efecto liberador de la Eucaristía:
“Así como la liberación es tarea colectiva, es obra del movimiento popular en el que la clase obrera tiene un papel particular, así la Eucaristía es una acción colectiva, una celebración comunitaria. La Eucaristía es ante todo un don del Señor a los pobres de la tierra; sólo en la medida que entramos en el dinamismo histórico de los pobres y explotados participamos de la liberación; sólo en la medida que hacemos nuestras las esperanzas de los débiles, entramos a participar del don liberador de la Eucaristía” (p. 6).
Como se puede observar, en estas palabras hay un solo valor: “La lucha por construir una sociedad justa y fraterna” (p. 6). El horizonte trascendente que evoca todo misterio litúrgico de la Iglesia, el mundo de Dios y la posibilidad de acercarse a él por la gracia de Cristo prácticamente están ausentes del folleto.
Por otra parte el folleto nos presenta la Eucaristía como un método más de concientización política, pues la Eucaristía sólo puede tener sentido para el obrero cristiano, si participa en las luchas y en los logros del movimiento popular (p. 12).
Esto lo muestran los mismos elementos del pan y del vino escogidos por Cristo para la celebración eucarística, pues:
“En la Misa utilizamos el pan y el vino que son el fruto de la explotación de miles de trabajadores. Por eso que cada Misa debe recordar a Cristo y a esos compañeros; por eso que cada Misa debe renovar confianza, nuestra amistad y nuestro sentido de clase” (p. 7).
La secularización de la Eucaristía no puede ser más alarmante. Nos hallamos no ante el memorial de la Pascua del Señor, símbolo y causa de unidad del Pueblo de Dios, sino ante el memorial de la explotación de miles de trabajadores simbolizados en Cristo, los cuales nos invitan a fortalecer el sentido de clases.
Cuando hoy leemos en las revistas los comentarios sobre la Eucaristía celebrada por el Papa en Managua el día 4 de marzo de 1983; nos parece que los dirigentes sandinistas hubieran seguido muy de cerca las enseñanzas del folleto citado: El escenario preparado por las autoridades era más apto para un mitin político que para una celebración eucarística. En el altar no había crucifijo, en su lugar estaban las fotos de soldados caídos en combate, pancartas revolucionarias... En vez de cantos religiosos los militantes apostados estratégicamente en los micrófonos coreaban consignas revolucionarias. La manipulación de los micrófonos y de los altavoces buscó silenciar la voz de la Iglesia “tradicional-oficial” e hizo que se oyera la voz del “pueblo”, pero de un “pueblo” reducido a un grupo de revolucionarios marxistas que ignoró al Pueblo de Dios, que vive en Nicaragua, el cual sintió pena por la profanación de la Eucaristía de N. Señor Jesucristo y vergüenza del espectáculo bochornoso organizado por sus dirigentes.
Pero de esta jornada triste brotó una luz clarificadora, que ahora debemos recordar al recoger las enseñanzas dadas por Juan Pablo II en la homilía de aquella memorable Misa.
Comenzó Juan Pablo II su homilía saludando al Arzobispo de Managua, a los obispos, a todos y cada uno de los presentes:
“Pobres y ricos, obreros y empresarios, porque en todos vosotros está presente Jesucristo, primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8,24). De Él habéis sido revestidos en vuestro bautismo (Cfr. Gal. 3,27); así, todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Después de este significativo saludo el Papa abordó el tema de la unidad y de la universalidad de la Iglesia y con su manera conocida dijo con tono clarificador:
“En ella (la Iglesia) ninguno tiene más derecho de ciudadanía que otro: ni los judíos, ni los griegos, ni los esclavos, ni los libres, ni los hombres, ni las mujeres, ni los pobres, ni los ricos, porque todos somos uno en Cristo Jesús” (cfr. Gal. 2,28).
La unidad de la Iglesia, según Juan Pablo II, se fundamenta en un solo Señor, en una sola fe, en un solo Dios y Padre. Estos fundamentos de la unidad de la Iglesia son sólidos, pero hemos de examinar los peligros que hoy amenazan a esta unidad. Ella comienza a ser amenazada, cuando se anteponen a las bases puestas por Cristo "compromisos ideológicos inaceptables y concepciones de la Iglesia que suplantan a la verdadera". Con tono enérgico siguió el Papa su homilía diciendo:
“Sí, mis queridos hermanos centroamericanos y nicaragüenses: cuando el cristiano, sea cual fuere su condición, prefiere cualquier otra doctrina o ideología a la enseñanza de los Apóstoles y de la Iglesia; cuando se hace de esas doctrinas el criterio de nuestra vocación; cuando se intenta reinterpretar según sus categorías la catequesis, la enseñanza religiosa, la predicación; cuando se instalan “magisterios paralelos”..., entonces se debilita la unidad de la Iglesia”.
La unidad de la Iglesia, continuó diciendo el Papa, exige de todos los cristianos someter las propias concepciones doctrinales y los propios proyectos pastorales al magisterio de la Iglesia. Pues la unidad de la Iglesia es don de Jesucristo, el cual ha confiado a los obispos en comunión con el Papa un importante ministerio de la unidad. De ahí lo absurdo y peligroso que sería imaginarse al lado de la Iglesia presidida por el obispo otra iglesia “nueva y no tradicional, alternativa y, como se preconiza últimamente, una Iglesia Popular”.
Rechazada la Iglesia Popular, el Papa entró al tema de la Eucaristía, pues ella es signo y causa de la unidad de la Iglesia. Pero la celebración eucarística no será fuente de unidad, si los que la realizan no están en comunión con el obispo o no respetan las normas litúrgicas dadas por la Sede Apostólica.
Y uniendo sus enseñanzas sobre la Iglesia y sobre la Eucaristía Juan Pablo II las resumió con nitidez:
“La Eucaristía que se pone al servicio de las propias ideas y opiniones, o de finalidades ajenas a ella misma, no es ya una Eucaristía de la Iglesia. En lugar de unir, divide”.
La claridad del pensamiento papal nos ahorra compararlo con las ideas expuestas más arriba de ciertas corrientes liberacionistas en torno a la Iglesia y a la Eucaristía.
Para terminar este apartado recordaré el comentario de una periodista que comparaba así los encuentros del Papa con el pueblo nicaragüense en León y en Managua: “Diríase que en León se dio cita la Nicaragua real, profundamente religiosa; y en Managua, la Nicaragua oficial, profundamente política” (Ecclesia, 12.3.83, p. 26).
Y yo añadiría: En Managua se hizo presente en la Misa del Papa la Iglesia Popular propugnada por las corrientes indicadas de la Teología de la Liberación. Y en León acudió a la celebración de la Palabra presidida por Juan Pablo II el Pueblo de la Liturgia Católica, es decir, el Pueblo Fiel, el Pueblo Devoto, el Pueblo Católico... descrito por el Misal Romano y defendido por S.S. el Papa, Juan Pablo II.
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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
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