P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
2. LA SEMANA SANTA
Los últimos días de la Cuaresma, es decir, el domingo de Ramos, el lunes, martes y miércoles santos son la preparación inmediata para el triduo sagrado, que comienza el jueves por la tarde con la Misa Vespertina de la Cena del Señor.
2.1. DOMINGO DE RAMOS
En la liturgia renovada por el Concilio Vaticano ll la puerta de la Semana Santa es la bendición y la procesión de los Ramos. La rúbrica inicial de este domingo dice así:
“En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual''.
Siguen aconsejando las rúbricas el bendecir los ramos en una iglesia distinta del templo en donde se ha de celebrar la misa, y marchar en procesión después hacia ese templo. Esta procesión nos une al misterio de Jesús entrando en medio de las aclamaciones en Jerusalén, en donde debía morir y resucitar pocos días más tarde. Los evangelistas nos narran, en efecto, un acontecimiento de la vida de Jesús, en donde el Espíritu manifestó la hondura divina encerrada en Cristo. La unción del Espíritu llenó de alegría mesiánica el corazón de los discípulos, y la alabanza brotó de sus labios por las maravillas salva doras que Jesús iba a comenzar. Esta multitud de discípulos, iluminada por la luz de Dios, veía más allá de la apariencia física de Jesús, y a través de su aspecto externo, contemplaba al Rey Mesías. (Le. 19, 35-40)
La procesión del Domingo de Ramos es el símbolo litúrgico que nos hace captar en el misterio la subida del Pueblo de Dios con Jesús hacia el sacrificio de la Cruz, que se hará presente en la celebración de la Eucaristía. Los ramos, las palmas, los cantos de alabanza simbolizan la alegría del pueblo de Dios, que a la luz de la fe, contemplan la Resurrección brotada de la Cruz. Con la procesión de los ramos la liturgia quiero dar un homenaje a Cristo Rey Mesiánico, Jefe del nuevo Pueblo de Dios, como se puede ver fácilmente por la monición que ha de decir el sacerdote al comienzo dé la celebración:
“Queridos hermanos: Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche Santa de la Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección”.
Y en el himno lleno de poesía a Cristo Rey, inspirado en el compuesto en el siglo IX por Teodulfo de Orleans, la liturgia hace cantar a los fieles estrofas llenas de emoción religiosa, como la siguiente:
“Ibas como el sol a un ocaso de gloria; cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria. Pero tú eres el Rey, el Señor, el Dios Fuerte, la Vida, que renace del fondo de la muerte’’.
Terminada la procesión, comienza la misa con la oración colecta, la cual da la nota a toda la Semana Santa:
“Dios todopoderoso y eterno, tú que quisiste que nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en la cruz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su resurrección gloriosa”.
En la liturgia de la Palabra se lee la Pasión del Señor de San Mateo, San Marcos o San Lucas, según los diferentes ciclos. Pero a la lectura de los sufrimientos del Señor han precedido las palabras de San Pablo, que nos recuerdan cómo el Hijo de Dios se anonadó hasta la muerte de cruz por obediencia al Padre, y que por eso “Dios lo levantó sobre todo” (Fil. 2,9).
La liturgia pretende con estas lecturas introducirnos en la meditación cristiana de la Pasión del Señor anunciada ya en el tercer canto del Siervo de Yavé en Isaías (50, 4-7). En los versos de este poema la Iglesia ha visto siempre la historia anticipada de la pasión de su Señor. A esta primera lectura, tomada del profeta Isaías, responde el pueblo con el canto del salmo 21, recitado por Jesús en la Cruz:
“Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”
Las celebraciones litúrgicas del lunes, martes y miércoles santo nos siguen presentando a Cristo, siervo obediente y sufriente, cuya muerte es victoriosa porque acarrea la salvación del mundo. En estos días se pide con insistencia la gracia de imitar a Cristo en sus dolores para poderlo seguir en su gloria.
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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982
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