P. Jesús Corella S.J.*
San Ignacio nos atrae por la totalidad de su persona, su modo de pensar y de sentir, la manera de decidir y de relacionarse, por la unción llena de buen sentido con el que encara los asuntos mas diversos. Y le preguntamos: ¿Cómo llegaste a este modo de ser? ¿Dónde está el secreto de tanta armonía, de tu personalidad tan realizada y tan fecunda? Y sobre todo ¿Cuál fue el papel de Dios en esta transformación y crecimiento, al mismo tiempo tan humano y tan divino?
La respuesta es que tu vida tiene mucho de peregrinación, de búsqueda y encuentro, de tenacidad y docilidad y de este modo tú y Dios consiguieron un estilo de vida de gran calidad cristiana, en donde por un lado se hace transparente la acción divina en este mundo y, por otro, vives en profunda plenitud, totalmente dedicado al servicio de los demás.
Sentimos que vale la pena conocerte y aprender de tu peregrinación desde tu propia libertad a la de los otros. En el fondo muchos de nosotros sentimos el mismo deseo, la misma urgencia no sólo de crecer sino también de anunciar el Evangelio y ayudar a los otros.
Tu peregrinación interior continua válida para nuestro tiempo; no porque queramos reproducir tu vida sino porque intentamos acompañarte en tu itinerario espiritual, como si quisiéramos reproducir, de lejos, lo que Emaús fue para los desorientados discípulos de Jesús. Un compañero que hoy nos sale al camino: Ignacio de Loyola.
1. LA DOBLE PEREGRINACIÓN
Para Ignacio hay una doble peregrinación. Una externa de tipo geográfico y localizado. Loyola, Montserrat, Manresa, Barcelona, Roma, Venecia y por fin Tierra Santa donde quiere quedarse el resto de la vida. Pero sus planes son frustrados y tiene que volver a Venecia, Barcelona, Alcalá, Salamanca, Paris, Loyola y nuevamente Venecia, esperando regresar a Tierra Santa, esta vez con sus compañeros, "amigos en el Señor".
Las realidades históricas lo van empujando insistentemente a las playas romanas en donde queda definitivamente anclado la barca de los 15 años de su peregrinación física.
2. LA PEREGRINACIÓN ESPIRITUAL IGNACIANA
Esta peregrinación dura toda la vida y distinguimos en ella tres etapas o edades: la del deseo, de la del crecimiento y la de la misión.
La edad del deseo, de apertura al futuro que le atrae con toda su carga de idealismo; la del crecimiento, en que la atracción idealista del futuro comienza a volverse operativa y se inicia el proceso de realización por el aprendizaje y la búsqueda sistemática; la de la misión, en que el futuro se vuelve presente y eficaz; edad del olvido de si y de donación total, del pleno florecer de la vida entregada y fecunda.
2.1 La edad del deseo
La edad del despertar del corazón, del dejarse enamorar por alguien. Todo comienza en el interior. Para Ignacio fueron las lecturas. La imaginación comienza a trabajar y proyecta imágenes de posibilidades cada vez más atractivas. Uno se siente capaz de todo, el idealismo vuelve fácil todo y lo que deseamos hacer nos hace felices. El ser humano es así, Ignacio y nosotros pasamos por eso, y lo mismo sucede con nuestros jóvenes. No se puede anular esta etapa en un corazón juvenil sin consecuencias negativas. Lo que importa es vivirla bien.
¿Cómo la vivió Ignacio? Hay una llamada primera por las lecturas de la "Vita Christi" de Cartusiano y de "Flos sanctorum" de Jacobo de Varazze. Nuevos modelos de identidad: los santos y de modo especial, Jesús, que polarizan muchos desos dispersos de Ignacio. De esta interiorización brotan los "deseos" que son mencionados muchas veces en la Autobiografía (en los dos primeros capítulos unas 20 veces): "deseos de imitar a los santos", deseo de ir a Jerusalén, "santos deseos" que borran los afectos pasados (Autobiografía n. 9-10); "penitencias que deseaba abrazar" (id.12); "grandes deseos de servir a Dios en todo lo que conociese" (id.14). Pero notamos un progreso, los motivos se van orientando cada vez más para Dios y se va purificando de la polarización anterior, mas egocéntrica, relativa a los propios pecados.
Resumiendo esta etapa diríamos que en un primer momento Ignacio oscila entre dos modelos opuestos de identificación: el amor mundano y el amor divino; prevalecen los deseos de imitar a los santos, acentuando casi exclusivamente las acciones externas, grandes penitencias y austeridades. Pero esas penitencias son expresión cada vez más clara de una fidelidad de caballero a lo divino teniendo como referencia a Jesús cada vez más conocido, amado y seguido. siguiendo el itinerario que el propio Ignacio describirá más tarde en los Ejercicios Espirituales. Pero todavía no hay interioridad ni discreción porque el alma está todavía "ciega" (id.14). Pero es indudable el deseo y la
atracción que le conduce a una nueva etapa.
2.2 La edad del crecimiento transformante
Es la etapa que va desde Montserrat hasta La Storta, la pequeña capilla que marca el fin del itinerario geográfico y donde Ignacio vive una profunda experiencia mística que le marca para su nueva vida en la ciudad de Roma; momento crucial en la espiritualidad ignaciana y en la historia de la Compañía.
Esta etapa es el momento inicial en que Ignacio comienza a realizar su deseo. Pasa del ámbito del ideal, afectivo, imaginativo y puramente futuro al ámbito de la realidad de la historia, a la vida de cada día, marcada por el esfuerzo constante y por la verificación de la eficacia de los ideales; proceso de encarnación, conversión, crecimiento. Se trata de una experiencia que incluso implica la transformación hasta de aquello mismo que se desea. Época de equilibrio entre su tenacidad vasca y su capacidad de adaptación en relación consigo mismo y con Dios: aprender a cooperar con El, sin suplantarlo; superar los propios deseos hasta llegar a la disponibilidad plena. Ignacio siente a ese Dios inspirador, respetuoso de su relación con el ser humano; ante El, se siente como criatura
guiada por un maestro (Autobiografía, n. 27), haciéndose niño para entrar en el Reino.
Hay en esta etapa de crecimiento 6 momentos importantes hasta llegar a la edad del envío.
Montserrat
Allí el Peregrino hace descubrimientos muy importantes y después de la visita a la abadía se retira a Manresa para tomar nota de esa experiencia. Montserrat es la primera referencia externa en su proceso de conversión; hasta entonces no se había mostrado como convertido; seguía con las mismas ropas, la mula y las armas. Montserrat es el momento de la eclesialización del convertido Ignacio: se viste de peregrino, abandona la cabalgadura y las armas, pero sobre todo vive con profundidad los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Juan Chanon, el monje francés, confesor de peregrinos, le acompaña durante los tres días de su confesión.
Ignacio estuvo en Montserrat desde el día 21 de marzo hasta la madrugada del 25, es decir desde la solemne celebración de la fiesta de San Benito hasta la solemnidad, mayor todavía, de la Anunciación. Cuando veló sus armas, no lo hizo en la Iglesia silenciosa y oscura, sino acompañado por el esplendor de los Maitines, Laudes y de la Misa Solemne, con más de 50 sacerdotes, otros tantos Hermanos y miles de peregrinos que llegaron para esa fiesta mariana; noche de luz, música, comunidad y vivencia eclesial, inolvidable para Ignacio, sensible a las cosas de Dios.
Ignacio vive una experiencia de vida religiosa muy rica; a diferencia de Lutero y Erasmo que se volvieron fuertes críticos tal vez por experiencias negativas, Ignacio encuentra el monasterio en sus mejores años por la reforma de García Jiménez de Cisneros, primo del Cardenal, y Abad de Montserrat. Casi con toda certeza, el monje Chanon entregó el "Ejercitatorio" de Cisneros, buen instrumento para la formación inicial de una vida espiritual bien estructurada.
Manresa
Es el lugar en donde el Espíritu va a educar a Ignacio en la ciencia del discernimiento de los espíritus, el discernimiento como madurez cristiana en el amor. Ignacio pasa del modo "indiscreto" de amar (casi apuñala al moro por no aceptar la virginidad total de María, cf. Autobiografía, n. 14) a un amor "discernido", es decir, fundamentado en Dios y motivado por El; el Dios que es Señor de su castillo interior donde entra y sale cuando quiere y cuya voz sabrá reconocer desde Manresa para distinguirla de otras voces, tanto en la vida interior como en la vida apostólica.
Se suelen distinguir tres períodos de la vida de Manresa: el de la paz, el de las grandes luchas internas por los escrúpulos hasta buscar el suicidio, y el de los grandes dones místicos. Ignacio está sólo, sin acompañante, probando y sufriendo los resultados de acciones poco discernidas. Pero aprende que el mal espíritu actúa a través de perturbaciones e inexperiencias diversas; que lo quiere apartar del camino de la conversión por la regresión en el camino espiritual; procura cansarlo para que harto de
todo vuelva a la casa de su hermano. La luz de Dios le hace descubrir el sentido de todo este proceso orientado a hacerlo desistir de sus propósitos; los escrúpulos eran un simple medio para agotarlo y hacerle perder la claridad y confianza en Dios. Descubre los engaños (EE. 139) y que la solución está en avanzar con firmeza. Dios es la garantía, y las dificultades son más aparentes que reales; en verdad, no tienen consistencia alguna. Ignacio se muestra nuevamente como dotado de grande capacidad de introspección, de conocimiento de sí mismo, y al mismo tiempo como una criatura dócil
a las señales del Espiritu, fiel a ese Dios que guía a cada uno (Autobiografía, n. 27).Según Laínez, Ignacio llamaba a Manresa "su Iglesia primitiva" y la iluminación del Cardoner tiene mucho de común con la experiencia de Jesús Resucitado.
Tierra Santa
Es una etapa de búsqueda de Jesús en sus dimensiones espacio-temporales, aún no superadas. Más del Jesús histórico que del Cristo de la fe. De allí la importancia de lugares y ambientes y la atracción que ejerce siempre para Ignacio la tierra que Jesús pisó. Como un apasionado... como en el tercer modo de humildad.
El peregrino tiene que aprender a no absolutizar el recuerdo histórico-geográfico de Jesús, como si fuese el modo supremo de aproximación a su Persona. Es necesario pasar, como los primeros cristianos, a la experiencia de un Jesús vivido en el Espíritu y en la Iglesia que prolonga su encarnación. En Palestina, Ignacio aprende a ver a la Iglesia en su aproximación afectiva a Jesús. Siente, como los discípulos en la Ascensión que, por la imposibilidad de quedarse en Tierra Santa, desaparece la presencia sensible de Jesús. La fe en Jesús Resucitado se hace fuerte y de ella debe dar testimonio. Es el tiempo del Espíritu y de la Iglesia, lo cual para Ignacio significa renunciar a lo que
pensaba ser llamada personal y directa de Dios. La Nueva Tierra, será la Iglesia, aunque todavía no lo sepa. Pero antes de partir, siente el deseo de volver a ver la piedra desde la que Nuestro Señor subió a los cielos (Autobiografia, n. 47). El trauma de la Ascensión le permite descubrir que la Iglesia Jerárquica tiene algo que decir sobre aquello que Dios pretende de él: no era voluntad de Nuestro Señor que él se quedase en aquellos santos lugares por mucho que desease lo contrario.
Los estudios
Volviendo de Tierra Santa a Barcelona continúa su itinerario espiritual. En Barcelona comienza sus estudios para "ayudar a las almas". La decisión de estudiar fué resultado de un discernimiento para salir de la incertidumbre del regreso de Palestina. Es el momento de integrar nuevos elementos, porque su vida se complica al hacerse más real; y a veces estos elementos nuevos parecen opuestos entre sí como el estudiar y el ayudar a las almas; el vivir como pobre, aunque esto disminuya su dedicación a los estudios; el dejar la soledad para reunir compañeros, porque comprende que para ayudar a las almas necesita de compañeros que ayuden a otros y se ayuden entre sí. Allí está la semilla de la futura Compañía de Jesús.
Pero hay otro elemento importante en este período de formación y aprendizaje; un camino doloroso que tiene que ser recorrido: aprender a trabajar en Iglesia sin entrar en conflicto con las estructuras y sin ceder en su libertad de hijo de Dios, que lo empuja por caminos muy innovadores. Aprendizaje de fidelidad y libertad que costó a Ignacio momentos difíciles. Nada menos que tres procesos en Alcalá y uno en Salamanca; procesos que no fueron, como a veces se afirma, de la Inquisición, sino de la diócesis de Toledo a la cual Alcalá pertenecía en aquella época.
Tal vez el motivo de los procesos fuera la manera de iniciar a aquellas buenas señoras en la oración, con las sospechas de "iluminismo". Salió libre de los procesos y salió también libremente de la diócesis porque le parecía que la sentencia le limitaba sin necesidad, su ayuda a las almas. Y con la misma libertad de espíritu fue para Salamanca, para estar casi todo el tiempo nuevamente recluído en prisión. El aprendizaje ignaciano de "sentir con la Iglesia" fue costoso.
Ignacio llega a París el 2 de febrero de 1528. Profundas experiencias espirituales y en relación con la Iglesia le permiten nuevas formas de integrar lo vivido hasta ahora. En Alcalá casi no pudo estudiar por sus actividades pastorales y los procesos; en París, Ignacio estudió en serio sacando licencia de filosofía y comenzó sus estudios de teología. Pero al mismo tiempo da ejercicios a bastantes personas, ya no a mujeres sencillas, sino a profesores y alumnos del ambiente universitario.
También aprende, después de dos fracasos, el modo de actuar para el propósito de reunir compañeros: la primera tentativa fue en Barcelona con Calixto, Cáceres y Arteaga, grupo que dura hasta Alcalá y Salamanca. Grupo caracterizado externamente por los sayales un poco llamativos como hábito.
La segunda tentativa fue la de París, con Peralta, Castro y Amador, conquistados por los Ejercicios, dados simultáneamente a los tres y con explosiones espectaculares de radicalidad: darlo todo a los pobres, incluso libros, y pasar a vivir en un hospital. La reacción de la Universidad hizo fracasar este segundo intento.
Ignacio aprende con la experiencia: la formación del tercer grupo será más lenta, respetando el ritmo de la conversión, lento y sin aparato exterior. En Santa Bárbara comienza a dar ejercicios, esta vez individualizados, a Fabro y Javier a los cuales se les van añadiendo otros hasta completar los diez que serán los primeros jesuitas.
París es lugar de mucha vitalidad y para Ignacio, momento de mayor integración. Ante los grupos que se radicalizan en oposición, mantiene la independencia para madurar su opción: fundamentalmente una opción de amor a la Iglesia, avanzando en dos frentes, el de la fidelidad y el de la purificación a partir de lo interior. De su experiencia eclesial nacen las reglas para sentir con la Iglesia.
También el elemento de la pobreza sufre nuevas adaptaciones. En Alcalá pedía limosna; en París lo hace en forma organizada con viajes a Flandes y Londres, para poder dedicarse mejor al estudio. Es enorme la capacidad de aprender a partir de la experiencia y de integrar diversos aspectos de la realidad; el deseo de ayudar a las almas le va guiando en los pasos que da, se va abriendo con realismo al "mayor" servicio, que exige lógicamente una cierta lentitud e integración de aspectos y experiencias.
Por eso no tiene prisa con el tercer grupo, al que forma con el discernimiento personal y comunitario; el primero por los Ejercicios, el segundo por la dinámica de concretización de compromisos comunes. Existen testimonios de la deliberación de 1534. El Señor Jesús es la Cabeza del grupo y todos buscaban su voluntad.
Venecia
Solo una referencia: Venecia es el lugar del reencuentro entre Ignacio y los compañeros. Nadie faltó y todos llegaron antes de lo previsto. Es el noviciado de la nueva vida de los "amigos en el Señor". Antes vivían dispersos y se relacionaban a través de sus estudios; el viaje de París a Venecia con sus aventuras y desventuras los unió mucho. Pero sólo en Venecia pueden vivir conforme el deseo experimentado en el proceso de los Ejercicios: amigos en unión de espíritus, en pobreza radical, viviendo y sirviendo en los hospitales, preparándose primero para el sacerdocio y ejerciendo, después, el ministerio recibido, en continuo discernimiento comunitario. Es una segunda Manresa, pero comunitaria y más discernida y acompañada.
La Storta
Esta visión casi a las puertas de Roma es el fin del trayecto y el punto de partida para todo en Ignacio; pero su caminar se asocia a otra caminada: la de Jesús con la cruz a cuestas, camino del Calvario: fuerte e indudable experiencia de que Dios lo ponía con su Hijo. El servicio apostólico es camino de Pasión, porque no hay otra manera de vivirlo que dando la vida. Según Laínez, Ignacio escucha: Quiero que tú nos sirvas, y el Padre Eterno lo pone con su Hijo, es decir, en la compañía de Jesús.
Esta es la experiencia de Ignacio en el momento de llegar a la meta. Ventanas cerradas en Roma, que anuncian muchas dificultades para la Compañía naciente.
3. LA EDAD DEL ENVÍO
Con la Storta termina el caminar, porque Ignacio encuentra la respuesta al "cómo ser enviado" iniciado en Loyola. La donación de sí mismo se muestra en la disponibilidad ante Paulo III para el envío a la viña del Señor. Transformar la realidad es el ideal de todo trabajo apostólico cristiano, pero se hace aproximando la realidad de Dios para que el Creador y Señor abrace la totalidad de la creación porque es Aquel que mantiene en la existencia todas las cosas por amor participativo. Pero hace falta disponer a la creación para que pueda ser abrazada, es decir eliminar obstáculos que impiden la aproximación; y transmitir el deseo de ser abrazada. Incitar el deseo, y esto es lo que movió a Ignacio toda su vida. Quiere reproducir en otros la dinámica de conversión y crecimiento; multiplicar en el espíritu el itinerario espiritual.
Ignacio llega a Roma en Noviembre de 1537 y queda allí hasta su muerte en 1556, como instrumento de la acción divina, al que hace referencia en las Constituciones de la Compañía. Ni la acción ni los intereses conocen fronteras; todas las necesidades, sugestiones, planos, despiertan acogida y estímulo. Contagia el interés por la misión y el itinerario espiritual acaba por ser itinerario misionero.
Nadal, primer teólogo de la espiritualidad ignaciana, promulgando las Constituciones, dice sobre los domicilios de la Compañía: "el primer domicilio del profeso de la Compañía es la peregrinación". La Compañía es para caminar, y la disponibilidad es su situación preferida; es la herencia de Ignacio que se prolonga en actitudes de buscar, sentir y actuar con un corazón universal identificado con el Reino.
El momento final del itinerario es quietud, porque no abandona Roma, pero sobre todo porque su vida contemplativa se centra definitivamente en Dios; encontrando acceso al Padre, con Jesús, como a su sombra; preguntándose ¿a donde me quieres llevar Señor?, o sintiéndose más unido a la Trinidad.
Pero es momento también de misión. Ignacio es devuelto al mundo, es enviado a partir de su identificación total con el Hijo. En la quietud de Dios y en la multiplicación de la acción apostólica de la Compañía, es decir en la universalidad y eficacia como señales de una presencia divina que fue la meta del itinerario de Ignacio.
* Síntesis de la ponencia del P. Jesús Corella para la Semana de Estudios sobre la Espiritualidad Ignaciana (Fátima, Portugal, 1991).
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Tomado de la web de la Conferencia de Provinciales en América Latina - Jesuitas
http://www.cpalsj.org/espiritualidad
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