P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
5. JESUCRISTO REDENTOR. ÚNICO MEDIADOR - SU MISIÓN REDENTORA: PROFETA, SACERDOTE Y REY
5.3. LA FIGURA DEL SIERVO DE YAHVÉ
El personaje literario del Siervo de Yahvé se describe en los cuatro cánticos del Libro de Isaías, 42, 1-7; 49, 1-9; 50, 4-9; 52, 13 - 53, 1-12. Este conjunto de cuatro cánticos del Siervo de Yahvé ha tenido diversas interpretaciones. Una fundamentalmente individual mesiánica; la otra la interpretación colectiva, que identifica al siervo como el pueblo de Israel, como el "resto" del pueblo elegido. Nosotros sin entrar en detalles de discusión, mencionaremos los indicios que parecen demostrar los sólidos fundamentos de la interpretación individual. Y este individuo es Cristo, el Verbo divino encarnado que en su naturaleza humana padece los sufrimientos de la pasión y muerte y se ofrece al Padre como víctima propiciatoria en favor de los hombres. La forma como lo describe, su humildad, fortaleza, delicadeza, lo cuadra perfectamente con Cristo. El siervo tiene a su cargo una misión con Israel por lo que no puede identificarse con él: el siervo debe de librar a los cautivos, Is 42, 7; 49, 8; reagrupar a Israel, 49 5; ser alianza del pueblo, 42, 6; 49, 8; debe sufrir por las culpas del pueblo, 53, 4-5. En el desempeño de su misión, el siervo muestra rasgos opuestos a los del pueblo: el pueblo está cautivo y es impotente, 42, 22; el siervo es un liberador; el pueblo es ciego y sordo, 42, 19, el siervo es luz de las naciones y abre los ojos a los ciegos, 42, 6-7; el pueblo es pecador e infiel, 43, 27, el siervo es inocente, justo, 53, 9-11; el pueblo es rebelde, 48, 3, el siervo es dócil , 50, 5-6.
Pero, aun sosteniendo el carácter individual del siervo, observamos que se da una transición de la colectividad al individuo, en el sentido de que ciertas características del siervo, especialmente el mismo nombre de siervo de Yahvé, o su situación humillante pertenecían primeramente al pueblo judío y después fueron transferidas a una persona individual. Además, las actuaciones del siervo como individuo conservan un matiz colectivo, ya que se efectúan o bien en nombre del pueblo, o al menos en su favor. Se puede decir que en el siervo se nos ofrece un ideal de Israel, lo que el pueblo judío habría debido realizar y que no ha podido alcanzar, pero que encuentra su realización concreta en un individuo superior. De esta manera el Siervo reúne en sí mismo todo cuanto de bueno y de noble hay en Israel; representa al pueblo judío en lo mejor que éste tiene. Es, sin duda, por esta razón por la que el siervo es llamado "Israel" por Dios, pues a los ojos de Dios él ocupa el lugar del pueblo, cumple el ideal de siervo y de este modo manifiesta la gloria divina que la raza elegida tenía misión de revelar: "Tú eres mi siervo, Israel, en quien me gloriaré", 49, 3. El siervo individual lleva, pues, en su persona la perfección y el destino de Israel.
El siervo no puede ser identificado con ningún personaje histórico concreto, ya que se le describe como un ser ideal, de una inocencia y de una docilidad, perfectas. Aparece como un salvador ideal. El papel que se le asigna es mesiánico: proclamar la verdadera doctrina y liberar del pecado a la muchedumbre humana. Pero se trata de la figura de un Mesías paciente, muy diferente de la figura del Mesías davídico, rey que impone su poder a las naciones, Is 9, 1-6.
5.3.1. La "misión" del Siervo según los primeros cánticos
La misión del siervo está expresada por medio de una afirmación conmovedora: el siervo ha sido formado por Dios para ser "la alianza del pueblo", 42, 6; 49, 8. Lo que sorprende es la identificación pura y simple del siervo con la alianza. Jamás se había hecho antes una identificación semejante. No volvemos a encontrarla hasta la Ultima Cena, de labios de Jesús. La alianza entre Dios y el pueblo debe concentrarse en la persona del siervo.
Esta personificación de la alianza implica una "misión liberadora". El siervo debe traer al pueblo judío la liberación que Yahvé desea otorgarle en virtud de la alianza. Por eso el siervo está destinado a liberar a los cautivos, 42, 7; 49, 9, a traer de nuevo el pueblo a Yahvé, a reagruparlo para él, 49, 5, a levantar el país, 49, 8. Así pues, la liberación comprende una obra de restauración positiva, que debe acercar el pueblo a Dios, unificarlo, rehacer su condición de elegido.
La misión del siervo comprende una tarea de enseñanza y de establecimiento de la verdadera religión sobre la tierra: debe publicar su doctrina, instaurar la justicia y el derecho, esto es, la ley de Dios, coincidente por lo demás con su propia ley, 42, 1-4. Esta misión, sobre todo bajo este último aspecto, tiene una extensión universal. El universalismo está deliberadamente subrayado. El siervo es la luz de las naciones, 42, 6; 49, 6, debe hacer llegar la salvación hasta los confines de la tierra, 49, 6, hacer aceptar su doctrina hasta en las islas, esto es, hasta en las regiones más lejanas, 42, 4.
El cumplimiento de esta misión se caracteriza por el paso de la humillación a la gloria. El siervo aparece expuesto al desprecio y a la aversión, sometido a esclavitud. Pero he aquí que los reyes se inclinan ante él: "Verán los reyes y se pondrán en pie, príncipes, y se postrarán...", 49, 7. Esta gloria se le otorga al siervo, no ya como consecuencia de una empresa conquistadora sino por la acción de Dios, que se hace reconocer en su siervo por respeto a Yahvé, que es leal, "al Santo de Israel, que te ha elegido".
El liberador, no se presenta como un conquistador, que se impone a la fuerza. En la obra de difundir su doctrina y su religión por toda la tierra, el siervo se caracteriza por su dulzura. Esta dulzura no excluye, sino que más bien incluye la firmeza en la adhesión a la verdad, 42, 3. Ella mueve al siervo a evitar toda ostentación, toda propaganda ruidosa: "no gritará", 42,2; ella le inspira sobre todo la preocupación de no romper ni ahogar cosa alguna: "caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará", 42, 3. De ahí que se muestre comprensivo, respetuoso hacia las flaquezas humanas, preocupado por salvar en ellas todo aquello que se puede salvar.
5.3.2. El "sufrimiento" del siervo
En el segundo canto, 49, 7, ya se menciona el sufrimiento del siervo: "aquel cuya vida es despreciada, y es abominado de las gentes". En cierto modo es la humillación del pueblo judío la que se concentra en la persona del siervo. Pero todavía no se pone bien de relieve la actitud moral del siervo ante este sufrimiento. La humillación es simplemente una situación objetiva que descarga sobre el siervo.
En el canto tercero, el siervo paciente se caracteriza por la docilidad en medio de las pruebas; tal docilidad no es una simple pasividad o resignación ante desgracias inevitables; es sumisión activa con respecto a Dios, como la docilidad del discípulo que escucha al maestro: "El Señor Yahvé me ha abierto el oído; y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que me mesaban mi barba; mi rostro no hurté a los insultos y salivazos'', 50, 5-6.
Esta docilidad va unida a la confianza en la ayuda de Dios; gracias a es ayuda, el siervo no queda avergonzado, y lleva ventaja en la confrontación con sus adversarios, 50, 7-9. La idea de una victoria en medio de las humillaciones está aquí presente.
Es en el canto cuarto donde aparece el significado del sufrimiento del siervo: volvemos a encontrar ahí la descripción de la humillación y de la docilidad del siervo paciente, pero en una visión mucho más completa de todo el drama de la salvación.
Lo que se menciona principalmente en este canto es el triunfo final del siervo, la "glorificación", o exaltación suprema que le será otorgada, Is 52, 13. Se nos indica de ese modo cuál es el sentido del sufrimiento, que es un paso hacia la gloria; el dolor no es otra cosa que una prueba transitoria que debe desembocar en una elevación mucho mayor. Por lo que se refiere al sufrimiento en sí mismo, éste reviste varios rasgos característicos. Se trata de un sufrimiento "total", que afecta al siervo en todo su ser, tanto moral como físicamente: "Varón de dolores y sabedor de dolencias", Is 53, 3, se diría que el dolor está personificado en él. Sus sufrimientos físicos llegan hasta la muerte. Sus pruebas morales consisten en el desprecio, en el abandono, 53, 3, el hecho de ser condenado por un juez inicuo, 53, 8, de ser considerado como un criminal castigado por Dios, siendo totalmente inocente, 53, 4. Esta apreciación injusta le persigue hasta en la misma muerte, pues su sepulcro es colocado entre los malvados, 53, 9. Hay aquí un despojo que llega hasta el final, un aniquilamiento en la estimación de los hombres: "indefenso se entregó a la muerte", 53, 12, "no le tuvimos en cuenta", 53, 3.
El sufrimiento, enviado por Yahvé: "es aceptado voluntariamente y ofrendado por el siervo como un homenaje a Dios". Constituye, pues un sacrificio. En efecto, el siervo, "se da a sí mismo en expiación", 53, 10, y su voluntad responde así a la de Dios: "plugo a Yahvé quebrantarle". Esta aceptación por parte del siervo se traduce en la ausencia de toda resistencia, de toda queja: "fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca, como un cordero era llevado...", 53, 7. De este modo se afirma el carácter heróico de su obediencia.
Si hay sacrificio, no se trata de un sacrificio ritual. No se habla de templo, ni de sacerdote, ni de altar. El sacrificio evoca los sacrificios cultuales, pero los trasciende por completo. Es el resultado de una persecución dramática, al margen de toda inmolación ritual. El acento se pone sobre la naturaleza interior y espiritual del sacrificio. Se da una primacía a los sufrimientos morales, y el sacrificio su valor de la perfección moral del siervo, de su inocencia y de su docilidad, que hacen perfecta su oblación, enteramente conforme con la voluntad divina. El sacrificio se sitúa en el corazón más que en las formas exteriores.
Este sacrificio es un "sacrificio expiatorio". El siervo expía los pecados de los hombres: "El ha sido herido por nuestros rebeldías, molido por nuestras culpas", 53, 5. Los pecados, cuyo peso soporta, son los de la humanidad entera, "de muchos", 53, 12. El castigo merecido por los pecados del género humano recae, sobre él: ¿quiere esto decir que el profeta ve ahí una manifestación de la cólera divina? Habla de "castigo", 53, 5, de punición por las infidelidades del pueblo, 53, 8, pero se cuida de subrayar que es un castigo tan sólo aparente, a nuestros ojos: "nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado", 53, 4. En realidad, a los ojos de Dios, el siervo es inocente: Dios ha cargado sobre él los sufrimientos que nosotros habíamos merecido como castigo por nuestros pecados, pero que en su caso no son un castigo. El hecho de que el inocente sustituya a los culpables hace que el sufrimiento cambie de sentido; el sufrimiento no puede ser sino una manifestación del amor de Dios, que nos perdona y hace recaer nuestras culpas sobre el siervo inocente, y al mismo tiempo es una prueba de amor del siervo, que se encarga de obtener el perdón de nuestras culpas tomando sobre sí mismo sus dolorosas consecuencias. La diferencia entre la apariencia y la realidad está bien señalada en el v. 4: "Eran nuestras dolencias que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba", la confirmación de que es por un designio de amor y no por voluntad de cólera por lo que Yahvé se ha complacido en triturarle, la tenemos en la intención de Dios de hacer que el siervo, en virtud de ese sacrificio expiatorio, llegue a una glorificación que demuestra al mismo tiempo el éxito de la obra divina, 53, 10, (salvar al género humano).
La glorificación del siervo es resultado de su sacrificio y se le califica como un "retorno" a la vida, después de la muerte: "por la fatiga de su alma, verá la luz", Is 53, 11. Impresionante anuncio, que permite entrever una resurrección. En hebreo: "ver la luz" significa: "vivir". Por lo demás, este retorno a la vida es el paso a una vida más abierta y más fecunda; el siervo será saciado y colmado: "verá descendencia, alargará sus días", Is 53,10. Esta vida plena coincide con la exaltación del siervo prometida al principio del cántico.
Además, el siervo adquiere, en su glorificación, un poder sobre las multitudes, Is 53, 12. es decir, que se convierte en dueño y Señor de la humanidad. Las autoridades de este mundo deberán inclinarse ante él: "ante él cerrarán los reyes la boca", Is 52, 15. Pero este poder lo ejerce el siervo en el plano religioso; consiste en justificar, en hacer justas a las multitudes que anteriormente estaban agravadas por el pecado. Por lo tanto, la salvación que aporta el siervo es espiritual; es la santificación de los pecadores. La prolongación de la vida y la descendencia del siervo son también de orden espiritual.
Por fin, es preciso poner de relieve el papel que desempeña el sufrimiento, el sacrificio. El siervo es glorificado y confiere la salvación, no ya a pesar del sufrimiento, ni simplemente a través del sufrimiento, sino a causa del sufrimiento. Este "valor causal del sufrimiento" en relación con el éxito de la misión del siervo está afirmado tan sólo en el cántico cuarto, pero ahí se subraya varias veces: "si el ofrece su vida en sacrificio, verá una descendencia..." "a causa de las pruebas de su alma, verá la luz, a causa de sus adversidades será saciado", "él es quien cargará con sus culpas, por eso le concederé el dominio de las muchedumbres", "con los poderosos repartirá los despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte", "él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados", Is 53, 10-12.
De hecho estamos aquí ante la afirmación del valor meritorio del sacrificio; sacrificio que le vale al siervo su glorificación y el don de la salvación a la humanidad.
5.3.3. La "figura del siervo"
Si el siervo ofrece su vida en sacrificio expiatorio ¿habrá que ver en él a un sacerdote? No hay duda de que la figura del siervo de Yahvé es compleja. Reúne en una síntesis superior diversos aspectos de personajes que han desempeñado una misión en el destino religioso de Israel. En la figura del siervo reaparece una especie de nuevo Moisés. Moisés había concertado una Alianza en el monte Sinaí y había dado la ley de Dios a Israel. También el siervo aparece como el fundador de una economía de salvación, superior a Moisés; en comparación de Moisés, que había concluido la alianza, he aquí que él es la alianza; mientras que Moisés había comunicado la ley de Dios, he aquí que él establece su ley su "Torah" Is 42, 4; el siervo o solamente es legislador, sino autor de la misma ley. Además mientras que Moisés había legislado solamente para Israel, el siervo instaura su religión para toda la tierra.
En el siervo, se trasluce también la figura del "profeta". La descripción del siervo, hecho objeto de irrisión, rememora las humillaciones del profeta Jeremías. La misión de propagar la religión en la verdad, Is 42 3, y de recibir la doctrina de Yahvé como un discípulo dócil, 50,4, guarda una similitud con la de los profetas; igualmente la misión de interceder por el pueblo, 53, 12. Sin embargo, la intercesión es aquí más sublime que la de cualquier profeta: la propagación de la verdadera religión tiene un objetivo más amplio comparado con las imprecaciones de Jeremías contra sus enemigos, la dulzura del siervo en medio de las contradicciones es una actitud mucho más noble. El siervo se sitúa por encima de todos los profetas conocidos. El siervo se revela también como una figura "regia". Evoca al Emmanuel, (Dios con nosotros); como éste, el siervo es llamado "retoño", y el Espíritu de Yahvé reposa sobre él, Is 9, 1. Dios le llama "mi elegido", titulo que no se emplea para la función profética, pero sí se aplica al rey, Is 42, 1. Yahvé llama al siervo para una misión liberadora que presenta cierta analogía con la atribuida a Ciro rey de Persia.
Ciertos rasgos "sacerdotales" no están ausentes del siervo. No solo ejerce la función sacerdotal de ofrecer un sacrificio expiatorio, Is 53, l0, sino que se le describe en un gesto que evoca el acto ritual del sumo sacerdote en el "día de las expiaciones”: "él asperjerá a multitud de naciones", 52, 15. En la fiesta de la expiación el sumo sacerdote asperjaba con sangre de las víctimas el propiciatorio y a continuación el altar. Esta aspersión, que indicaba la reconciliación del pueblo con Dios y la renovación de la alianza, cuadra perfectamente con la misión del siervo, que, mediante el sacrificio expiatorio, quiere liberar a los hombres de sus pecados y reconciliarlos con Dios. Evoca, también, el gesto de Moisés al concertar la alianza, pero en el caso del siervo la aspersión se extiende a toda la humanidad. Además, por el giro empleado, el autor sugiere que numerosas naciones son puestas en pie por el gesto de la aspersión. El siervo es sacerdote de una forma excepcional. Se puede decir que él realiza de una vez, de manera definitiva y para toda la humanidad, la remisión de los pecados, que los gestos rituales tendían a obtener cada año para el pueblo judío.
Fundador de religión, legislador, profeta, rey y sacerdote, el siervo es todo esto, y por consiguiente reasume en sí mismo todas las cualidades y funciones de aquellos que había estado encargados de conducir el destino de Israel hacia la salvación. Por el hecho de que él es la alianza, aparece como el perfecto representante de Dios al mismo tiempo que como el perfecto representante del pueblo. La religión que promulga es la religión de Dios, pero también su religión. La ley que él establece es su ley. No sólo trae la luz divina, sino que él mismo es la luz de las naciones. Cuando él realiza le gesto sacerdotal de la aspersión de la sangre, los reyes "cierran la boca", Is 52, 15. El poder regio atribuido al siervo consiste en recibir la humanidad entera como dominio; se trata de la comunicación de la soberanía divina sobre el mundo. El siervo ejerce este poder con una actividad santificadora, que hace justos a los pecadores, y esta actividad es de origen divino, pues perdonar los pecados, "justificar" es algo propio y exclusivo de Dios. Ciertamente, el siervo no es sino un hombre, pero en el que se manifiesta, en su misión liberadora, una singular potencia divina. El siervo es la expresión de la santidad divina que quiere comunicarse a la humanidad.
5.3.4. "Valor" de la figura del siervo paciente
El siervo paciente constituye la culminación de la presentación cultual y existencial del Antiguo Testamento al sacrificio redentor. En él se realiza la intención más próxima del culto, por la espiritualización del sacrificio expiatorio, y en él se personifica el paso de la desgracia a la liberación y al triunfo, que caracterizaba la historia del pueblo elegido. En este cumplimiento y en esta personalización aparece un nuevo sentido del sufrimiento, el de un inocente que se inmola por los culpables y obtiene para ellos perdón y purificación. Esta figura se encuentra singularmente próxima a la de Cristo, aunque en ella no se observe la cualidad de Hijo de Dios, que dará al sacrificio de Jesús su más alto valor. Aun no implicando ni anunciando la Encarnación, indica, sin embargo, la oblación dolorosa que merece la liberación espiritual de la humanidad.
Es una figura frecuentemente evocada en el N T y domina los dos principales encuentros de Jesús con los representantes del A T tal como nos lo ofrecen los relatos evangélicos al comienzo de su vida terrena y al comienzo de su vida pública. En el encuentro del templo Simeón predice el nacimiento del niño, viéndolo sucesivamente bajo los dos aspectos presentados en los cantos del siervo: El aspecto de "gloria”: "luz para iluminar a las naciones". Y el aspecto de "dolor" en las contradicciones que vendrán sobre Jesús y en la espada que traspasará el corazón de su madre. En efecto, el siervo había sido presentado como la "luz de las naciones", sometido a la contradicción, traspasado, comprometido en un sacrificio del alma.
Al comienzo de la vida pública, Juan el Bautista reconoce en Jesús al siervo del que hablaba el libro de Isaías, en dos rasgos fundamentales: su "dulzura y su sacrificio expiatorio", reunidos en la imagen del cordero: "He ahí el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo". Jn 1, 29.
Sin embargo, la figura del siervo paciente no logró penetrar en la mentalidad popular judaica, que más bien, esperaba un Mesías glorioso, y se resistía a las perspectiva de pruebas y humillaciones; una demostración de esto la tenemos en la dificultad que tenían los discípulos de Jesús en admitir el anuncio de la Pasión por tres veces, y que estaba tan en consonancia con la profecía del Siervo de Yahvé.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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