Cristología II - 11° Parte: La Vida Pública de Jesús - Los milagros de Jesús



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


4.5.  LOS MILAGROS, SIGNOS SALVÍFICOS DEL REINO DE DIOS


No era infrecuente que un profeta acompañase su predicación oral con acciones simbólicas. La acción simbólica expresaba en una forma visible y palpable el sentido del mensaje y al mismo tiempo introducía y provocaba, en cierto aspecto, su realización. Así el profeta Abdías desgarra su manto en doce piezas y entrega diez de ellas a Jeroboam para anunciar la escisión del pueblo israelita, en los dos reinos, del norte y del sur, l Reyes, 11, 29 39.

Profetas hubo que, además, obraron milagros. Son famosos los de Eliseo, 2 Reyes 4, 1 6. Pero quienes eran considerados como los grandes profetas y grandes taumaturgos fueron Moisés y Elías. Jesús, realizó muchos milagros y se extendió rápidamente su fama entre el pueblo, pues hacía muchos prodigios, Mc 1, 27 28. Los evangelios nos atestiguan este tipo de actividad milagrosa que iba unida a su actividad predicadora: "recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, y sanando todas las enfermedades y todas las flaquezas en el en el pueblo", Mt 4, 23.

Ahora bien, ¿qué es un milagro?. El milagro solía mirarse particularmente bajo su aspecto apologético (es decir, de defensa), como una acción divina que es argumento externo de la revelación traída por Jesús. El milagro es una llamada de Dios; la iniciativa viene de El. Pero no llama inmediatamente, sino que se vale de "las causas segundas", es decir de un hombre que es un instrumento en la ejecución de la obra milagrosa realizada y en la explicación de su sentido. Porque el milagro, por ser una llamada tiene un sentido definido (aunque el espectador pueda darle otro sentido). Los milagros de Jesús, de hecho, se interpretaron de maneras opuestas, incluso como obras satánicas: "y decían, está poseído por Beelzebul y en virtud del príncipe de los demonios lanza a los demonios", Mt 3, 22, y también como obras divinas: "nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él",  Jn 3, 2. El milagro tiende a mejorar la situación precaria del hombre: Dios interviene en el mundo, no para destruirlo sino para recrearlo. El milagro: datos,1.- la Sagrada Escritura, 2.- la Tradición, 3.  el Magisterio.

4.5.1. Sagrada Escritura 

En el N T. los milagros se denominan: "térata", es decir, "prodigios". También "semeia" que significa "signo" de un prodigio sagrado. "Adynata", es decir, obras propiamente divinas, ya que son imposibles para el hombre "erga", es decir, obras divinas, fuerza divina. S. Pablo la llama "dynamis", fuerza salvadora; manifestaciones y efectos del poder divino. Los milagros remiten a la "dynamis" divina o acción omnipotente con la que Dios vivifica y salva, en el orden natural y en el sobrenatural. Estos términos: "erga" y "dynamis" destacan el aspecto físico, material del milagro, como obra del poder divino que supera las posibilidades del saber humano. Lleva ese sello de Dios que le llama "omnipo-tencia".

4.5.2.  Tradición 

S. Agustín, subraya el aspecto psicológico del milagro, éste es un fenómeno inesperado que rompe la monotonía de lo cotidiano, y en consecuencia, provoca la admiración o estupor este efecto psicológico sirve de punto de apoyo para la función de "signo" propia del milagro. Con su carácter prodigioso, el milagro invita al hombre, demasiado distraído, o demasiado carnal, a levantar la mirada al cielo y contemplar las realidades invisibles del mundo de la gracia.

4.5.3.  Magisterio 

No debemos buscar en los documentos del magisterio una definición explícita del milagro. Sin embargo podemos encontrar en dichos documentos los aspectos destacados por la Sagrada Escritura y la Tradición. El Vaticano I considera los milagros como "hechos divinos" es decir, que tienen a Dios por autor; estos hechos manifiestan de forma eminente la omnipotencia de Dios, del mismo modo que las profecías mantenían manifiestas su cumplimiento. El Vaticano I dice que los milagros son también, signos de la revelación. Signos que Dios emite para ayudarnos a descubrir que ha hablado a la humanidad. El Vaticano II habla de las "obras", "signos" y "milagros", con los que Cristo manifiesta y ratifica al mismo tiempo el origen divino de la revelación.

Hechas estas aclaraciones conceptuales acerca del "milagro" nos proponemos ahora hacer una definición de qué es el milagro: "Es un prodigio religioso que expresa, en el orden de la creación, una intervención especial y gratuita del Dios del poder y del amor, el cual envía a los hombres un signo de la venida al mundo de su palabra de salvación". Expliquemos los términos de esta definición.


  • El milagro es un prodigio, es decir, un fenómeno insólito que trastorna el curso normal de las cosas tal como ha sido visto a lo largo de los siglos, ejemplo, la curación instantánea de un leproso. El milagro acontece en el orden material, cósmico, es decir, en el mundo de las realidades sensibles y espacio temporales que perciben nuestros sentidos
  • El milagro es un "prodigio religioso" o sagrado. En consecuencia queda excluido todo lo que se pudiera hacer por medios humanos. Por contexto religioso entendemos una serie de circunstancias que confieren al milagro una estructura, al menos en apariencia, de "signo divino". Ejemplo, que ante una simple oración elevada a Dios con fe y humildad se cure un enfermo desahuciado de cáncer. El milagro sólo tiene sentido en su relación a Cristo, Mesías e Hijo de Dios y relacionándolo con su obra salvífica, que es la Iglesia, que perpetúa su presencia a través de los siglos. Fuera de este contexto soteriológico el milagro es un absurdo.
  • El milagro es una ''intervención especial y gratuita de Dios". Con esto queremos subrayar un aspecto del milagro constantemente afirmado por la Sagrada Escritura y por la Tradición. El milagro como la "revelación" y la "salvación" de las que es signo, postula una iniciativa especialísima y gratuita de Dios y, por tanto, distinta de la acción de conservación y gobierno que Dios tiene habitualmente sobre el universo cosmos. El milagro es una actuación de la "dynamis" o fuerza de Dios y al mismo tiempo, un signo de su "ágape", es decir, del amor que salva al hombre y al universo.


Finalmente, el milagro, es signo de que ha llegado al mundo la salvación. El milagro está siempre en relación con el acontecimiento salvífico, con la revelación: bien a través de la palabra profética del A T, que anuncia y promete la salvación, bien por medio de la palabra de Dios hecha carne en Jesucristo. En cualquier hipótesis, el milagro está siempre al servicio de la palabra, sea como parte integrante de la revelación sea como testimonio de su autenticidad y eficacia. Los milagros son obras marcadas por el poder de Dios. En los sinópticos los milagros de Cristo son epifanías del salvador, manifestaciones de su poder universal y absoluto. Cristo actúan en nombre propio: con una simple palabra cura, arroja los demonios, calma la tempestad, resucita los muertos. En S. Juan los milagros son obras comunes del Padre y del Hijo y manifestaciones de que el poder está tanto en Cristo como en el Padre.

Los milagros de Cristo son manifestaciones de su amor activo compasivo, que se vuelca sobre todas las miserias. A veces la iniciativa el milagro parte del mismo Cristo, que se adelanta a la súplica humana como en la multiplicación de los panes, resurrección del hijo de la viuda le Naím, curación del hombre del brazo atrofiado. Otros milagros, en cambio, son la respuesta de Cristo a una petición, a veces expresada claramente, a veces silenciosamente, encerrada en un gesto; los ciegos de Jericó, la cananea, el centurión. Dios visita a la humanidad en sus flaquezas, siente compasión se conmueve. Los milagros son la respuesta del amor de Dios a la súplica le la miseria humana. Dios es amor, y este amor toma forma humana en Cristo haciendo visible al hombre la intensidad y el poder del amor divino.

Contemplados desde esta perspectiva, los milagros se insertan en el tema más amplio del cumplimiento de las Sagradas Escrituras: significa que por fin ha llegado el Reino de Dios, anunciado por los profetas en el decurso de los siglos. Jesús de Nazaret es el Mesías. Los hombres son curados de sus enfermedades y sobre todo liberados del poder del pecado y de la muerte: así proclamación de la buena nueva, curaciones, exorcismos, demuestran que el Reino de Satanás es destruido, mientras llega y se manifiesta el Reino de Dios Lc 7, 22; Mt 12, 28. Donde está Cristo actúa el poder de salvación y de vida anunciado por los profetas, triunfando sobre la enfermedad y la muerte, sobre el pecado y sobre Satanás. Ha llegado el Reino de Dios y está en acción.

Desde el punto de vista del hombre, los milagros son "signos salvíficos"; pero desde el punto de vista de Cristo son, más exactamente, las obras el Hijo. Considerados como "obras", se relacionan con la conciencia que Cristo tiene del misterio de su filiación divina y representan la actividad del Hijo en medio de los hombres. Por eso, Cristo no cesa de remitir a sus oyentes a sus milagros como testimonio del Padre en su favor, Jn 5, 36-3-7; 10, 25.

El reconocimiento de los milagros, como obras comunes del Padre del Hijo, nos introduce en el misterio de la Trinidad. Si las obras de Cristo son también las obras del Padre, el cual posee la iniciativa todas las cosas, y si, por otra parte, pertenecen al mismo tiempo al Hijo, esto revela que entre el Padre y el Hijo hay una alianza única, un misterio de amor. Los milagros revelan que el Padre está en el Hijo, y el Hijo en el Padre, unidos por un mismo Espíritu, Jn 14, 10 11; 10, 37 38. Resumiendo podemos agrupar y sistematizar las funciones esenciales de los milagros de Cristo de la siguiente manera.


  • El milagro tiene por función significar la presencia de la proximidad benéfica del amor de Dios, y de disponer el alma a la  escucha de la buena nueva.
  • El milagro tiene una "función reveladora", como elemento constitutivo de la revelación, que se realiza en Cristo mediante "gestos palabras", "signos y milagros". El milagro manifiesta en ejercicio la palabra de salvación. Sin el milagro que vivifica y salva los cuerpos, quizá no habríamos comprendido que Cristo traía la salvación a toda criatura humana. Los milagros son, pues, un signo del Reino, el cual no es algo estático sino una realidad dinámica que cambia la condición humana, que establece el señorío de Cristo sobre todas las cosas, incluidos los cuerpos humanos y todo el cosmos. Con la curación y la resurrección de los cuerpos y también con los exorcismos Jesús destruye el reino de Satanás e instaura el Reino de Dios. La palabra de salvación se manifiesta así como la palabra eficaz del Dios viviente.
  • Finalmente, el milagro ejerce una función de "testificación", función jurídica. Es el sello de la omnipotencia de Dios sobre una misión o una palabra que se dirige a El. En el caso de Cristo, este testimonio tiene por objeto la afirmación central de Cristo sobre su condición de enviado de Dios como Hijo del Padre y, a la vez, confirma la autenticidad divina del evangelio que él proclama.


4.5.4.  El milagro y  la  fe 

El milagro, por el hecho mismo de tener un sentido sobrenatural, apela a nuestra inteligencia. Y como su sentido y su significado son las realidades sobrenaturales de la salvación escatológica, el milagro es una revelación, cuya aceptación incluye, además del asentimiento intelectual al misterio revelado, la adhesión total del hombre a la realidad salvífica significada por el milagro; y esta actitud de asentimiento intelectual y de adhesión vital es lo que se llama "fe".

Los evangelistas y con ellos la Iglesia, al predicarnos los milagros de Jesucristo, no sólo quieren instruirnos sobre nuestra salvación, sino también, y por encima de todo, exhortarnos a aceptarla en nuestras vidas: nos invitan a "creer". Así lo explica S. Juan en su evangelio: "otros muchos signos hizo Jesús que no están consignados en este libro... los he dejado escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo obtengáis la vida en su nombre", Jn 20, 30-31.

En los evangelios, el milagros se pone siempre en relación con la fe. La carencia de fe hace imposible el milagro. Así, en Nazaret, donde sus conciudadanos: "se escandalizaron de El", y no estaban dispuestos a reconocerle como profeta, Jesús: "no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de unas pocas curaciones", Mc 6, 3 6. El mismo Jesús se muestra conmovido por la fe profunda del centurión (que es pagano), Mt 8, 10; o de la mujer cananea. Mt 15, 28, del paralítico y sus camilleros, Mt 9, 1, y otros más. Una frase frecuente en labios de Jesús al hacer milagros es: "tu fe te ha salvado; hágase conforme a tu fe", Mt 9, 22. En otras ocasiones requiere, como condición para obrar el milagro, un acto explícito de fe: "¿creéis que puedo hacer esto?, Mt 9, 29. A veces la fe del que pide el milagro es una fe débil, como la del padre del muchacho epiléptico, que dice con humildad: "Creo Señor, pero ayuda mi débil fe", Mc 9, 24.

En todo caso la fe es necesaria. Porque fe es la condición humilde de la propia impotencia, la petición confiada de socorro al que todo lo puede, y en consecuencia, la apertura del corazón del hombre a la acción divina. Por el contrario, si el corazón del hombre se cierra, la luz y a acción divinas resbalan sobre él dejándole, por su culpa, en las tinieblas en el pecado, Jn 8, 21; 9, 41. Cuando falta la fe se llega incluso hasta el punto de atribuir las maravillas del milagro al poder diabólico de Satanás, Mt 12, 2 4; ésta es la blasfemia contra el Espíritu Santo, que no puede perdonarse, porque el hombre se hace el sordo al llamado de Dios, se encierra a la acción salvífica de la gracia del Espíritu Santo. Mt 12, 31¬-32.

Dios no fuerza sus beneficios; ofrece al hombre su gracia, le invita a aceptar la salvación gratuita, pero respeta siempre su libertad. Así es como el milagro, que de parte de Dios es un signo salvífico, puede convertirse en ocasión de condenación para el hombre que se obstina contra la bondad misericordiosa de Dios. Ejemplo: el caso de la resurrección de Lázaro. Unos creyeron, otros querían matar a Lázaro para que no hubiera pruebas evidentes, otros decidieron matar a Jesús: un mismo hecho, el milagro de la resurrección, da como resultado tres reacciones. Jn 11, 45,s.s. La actitud ideal del creyente que ve los milagros de Jesús es la del ciego de nacimiento que al ser curado, reconoce a Jesús, se postra ante El y le adora. Jn 9, 38.




Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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