Evangelio según San Lucas

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.




La tradición cristiana ha sido unánime en atribuir el tercer evangelio a San Lucas, el que fue compañero fiel de Pablo en gran parte de sus viajes misioneros, y también cuando el apóstol estuvo preso y fue conducido a Roma desde Cesaréa del Mar.

Hacia el 180 de nuestra era, el obispo Ireneo señala a este Lucas como el autor de este tercer evangelio y también del “Libro de los Hechos”. De esa época data el llamado “canon de Muratori” que recoge la lista de los textos oficiales (canónicos) del Nuevo Testamento e identifica también al autor del tercer evangelio como Lucas, el viajero compañero de Pablo.

Lucas, según parece, era originario de Antioquía de Siria y provenía del paganismo. Era una persona muy sensible y trataba a las demás personas con gran respeto y delicadeza. Esta faceta suya es patente en sus escritos. Como creyente se entregó a tiempo completo al ministerio integral de evangelización, y esta actitud se manifiesta en un desprendimiento radical respecto de la riqueza y del dinero, y en una predisposición muy grande a favor de los muchos pobres y necesitados. Y esto le brota desde dentro pues el Espíritu Santo se muestra a través de sus dos escritos como su principal animador y valedor.

Como escritor manejaba la culta lengua griega común con estilo y arte, respetando al mismo tiempo giros y palabras de origen semita. El escribe principalmente para los cristianos convertidos del paganismo. Les quiere infundir un mensaje de confianza y gozo, mostrándoles la misericordia, benignidad y humanidad de aquel Jesús que él no llegó a conocer personalmente; aquel Jesús revelaba a un Dios como padre nuestro providente y cercano. El es quien nos trasmite la parábola del hijo pródigo.

En las circunstancias en las que Lucas redacta su evangelio, conoce muy bien lo escrito ya por san Marcos y maneja fuentes comunes al de san Mateo, pero él tiene sus propias informaciones. La tercera parte de su escrito evangélico se basa en este peculiar material suyo propio. El trató de hacer una “exposición ordenada” de todo como así lo indica en el prólogo (1,3). Su redacción se sitúa hacia los años ochenta.

… DESPUÉS DE INVESTIGAR A FONDO Y DESDE SUS ORÍGENES TODO LO SUCEDIDO, TAMBIÉN A MÍ ME HA PARECIDO CONVENIENTE PONERLO POR ESCRITO ORDENADAMENTE… (Lc 1,3)


Claves para la lectura de Lucas

Prólogo (1,1-4):

Lucas es el único de los cuatro evangelistas que comienza su escrito con un prólogo propiamente dicho en el que se nos indica el cuidado que ha puesto en reunir las auténticas tradiciones que proceden de aquellos que conocieron al mismo Jesús. Lucas, por tanto, asume su tarea como un escritor serio que comprueba sus fuentes, reúne los materiales, los selecciona, los organiza y los redacta con el fin de basar la fe de los cristianos en la persona de Jesús que no es un mito sino que fue el protagonista de una historia.

Entre los hombres (1,5-4,13):

En esta parte introductoria nos encontramos con los relatos de la infancia (1,5 – 2,52) y la manifestación de cuál va a ser la misión encomendada a Jesús (3,1-4,13) En las narraciones de la infancia nos presenta los acontecimientos que marcan la figura singular del precursor Juan Bautista en paralelo comparado con la de Jesús. Desde el comienzo, su evangelio subraya la originalidad y novedad de Jesús, y su “misterio divino” que los hombres van a ir captando según la pedagogía del poco a poco. María es la primera que sin entender se entrega al servicio de Dios (1,38) El Jesús que nace en Belén es el “salvador” de los hombres y su Señor; y las palabras de Simeón en la presentación del niño en el templo dejan entrever que se le puede rechazar, y que su misión podría fracasar en gran parte.

Al recibir el bautismo, Jesús es señalado como algo más que un profeta, portador de un mensaje de salvación, pues Dios se manifiesta como Padre de Jesús, su Hijo el predilecto. Su misión va a ser precisamente la de ser el hijo que ama y desea hacer la voluntad del Padre. Pero este señor Jesús es verdadero hombre. Y su “genealogía” subraya este aspecto humano (3,23-26) y más todavía el relato de las “tentaciones” (4,1-13) en el que Jesús rechaza el compromiso y apego con la riqueza, el poder y el éxito fácil por se el “Hijo de Dios”.

Hechos y dichos (4,14-9,50):

Se inician en Nazaret con un texto de Isaías, y la incredulidad de la gente de su mismo pueblo, que pretende admirar milagros sin aceptar el cambio de su propio corazón (4,16-29). Es a partir de la casa de Pedro en Cafarnaún (Galilea), desde donde se difunde y se aprecia su actuar “como quien tiene autoridad” curando a muchos enfermos y eligiendo a aquellos discípulos que le iban a acompañar a tiempo completo.

A quienes le siguen, Jesús les empieza a instruir con las enseñanzas de las bienaventuranzas, el amor a los enemigos y la actitud de sinceridad y honestidad consigo mismo (6,20-49). En el capítulo 7 recoge la fe del centurión pagano, la resurrección del hijo de la viuda de Naín, la respuesta a los discípulos enviados de Juan el Bautista  y la polémica comida con Simón el fariseo. Este capítulo ofrece ya junto con el capítulo 8, unos hechos que van inclinando a sus discípulos a vislumbrar el misterio de su maestro. Luego de la multiplicación de los panes y los peces, viene la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios” (9,20). Un mesías sufriente, pero que será transfigurado por la gloria del Padre (9,28-36)

Hacia Jerusalén (9,51-19,28):

Esta parte del escrito evangélico según Lucas está formada por unos diez capítulos. Jesús se pone en camino (sube) hacia su muerte y su gloria según la voluntad del Padre. En esta sección, el evangelista recoge una serie de enseñanzas, exhortaciones y controversias que pueden iluminar y ayudar a los creyentes cristianos en su tarea de anunciar el evangelio a todos los hombres. La narración de hechos es más bien escasa en estos capítulos. A lo largo de este caminar hacia Jerusalén aparece ya con claridad el hondo misterio de Jesús. El va a morir y va a ser rechazado por Israel, pero también va a resucitar y su salvación será ofrecida a todos, y muchos no judíos la aceptarán y podrán toda su confianza sólo en él.

En la ciudad santa (19,29-21,38):

Jesús entra por fin en Jerusalén con gran alborozo y muestras de alegría. Se dirige al templo santo que es casa de oración. Jesús imparte sus enseñanzas en el entorno del santuario y expulsa de él a los traficantes de mercaderías y cambistas. No es un deseado mesías político, “dad al César lo que es del César” (20,25), y proclama que Dios es un Dios de vivientes, de resucitados. Anuncia la destrucción de la ciudad y de su templo. Son señales de que el reinado de Dios está ya cercano. Este es distinto del soñado.

Muerte y resurrección (22,1-24,53):

Lucas narra la densa cena pascual y en ella Jesús expresa el sentido que confiere a su muerte, que es una nueva alianza, y que a partir de ahora surge un nuevo pueblo de Dios. Jesús da la vida por los suyos. La oración en el huerto de los olivos nos muestra un Jesús muy humano, “doloroso”, que siente miedo y soledad al llevar a cabo la voluntad del Padre. A continuación el proceso de Jesús y su condena y sentencia de muerte en una cruz como un marginal.

Toda la experiencia pascual está descrita en tres escenas que subrayan la necesidad de una pasión previa a la resurrección. En el episodio de la tumba abierta y ya vacía: “Recordad… que el Hijo del hombre debía ser entregado…” (24,6-7); en el camino hacia Emaús: “¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto…?” (24,26); y en la aparición final a los once: “… ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito…” (24,44) De esta forma el evangelio llega a una conclusión (24,50-53), y ésta consiste en la escena de la ascensión que manifiesta la exaltación del resucitado que está junto al Padre. Con él también nosotros participaremos en el reinado de Dios.


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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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