P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Dt 26,4-10; S 90; Ro 10,8-13; Lc 4,1-13
La cuaresma es un tiempo de gracia. La Iglesia nos llama a abrirnos a Dios. Él quiere establecer y fortalecer una unión de amistad con nosotros. El gran obstáculo son Satán y el pecado. Pero a lo largo de la historia de los hombres Dios irá actuando incansablemente para que los hombres le descubran, descubran su grandeza, su amor y su presencia cercana y se dejen atraer por Él.
La
primera lectura nos sitúa a Moisés y al pueblo de Israel a punto de entrar en
la tierra que Dios les prometió. El Señor proyecta que sea una tierra de
bendición, que “mane leche y miel”. A punto de iniciar la marcha, Moisés que la
verá de lejos, pero no entrará, castigado por su falta de fe al temer que no
saliera el agua de la roca, da al pueblo las últimas instrucciones. Les va
recordando la protección y cercanía continua del Señor. De ser unos pocos
hambrientos, los hizo en Egipto un pueblo grande y numeroso. Duramente
oprimidos y esclavizados, los sacó de aquel país y los llevó por el desierto
con grandes portentos. Les iba a dar aquella tierra, “una tierra que mana leche
y miel”. Nunca debían olvidar aquello y lo recordarían cada año al presentar y
entregar al sacerdote las primicias de los frutos de su cosecha: “Por eso ahora
traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que Tú, Señor, me has dado”.
Aquello
no era sino un anticipo profético y preparatorio de la liberación del pecado
por el verdadero libertador, Cristo. En la segunda lectura se recoge el
testimonio de Pablo sobre el momento decisivo del encuentro con la verdad. Le
inspira su propia experiencia a las puertas de Damasco.
“La
palabra está cerca de ti”. En rigor es el Verbo mismo de Dios. Es algo nuevo
que sacude el corazón. “Se refiere al mensaje de la fe que oísteis cuando os lo
anunciamos”. Al acogerlo, al aceptar que Jesús es el Señor, comienza el proceso
de salvación. “Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor (es decir
“Dios”) y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás”. De esta forma
“por la fe del corazón llegamos a la justicia (es decir a ser liberados del
pecado) y por la profesión de los labios a la salvación”. Y ésta es la única
norma universal de salvación para todos, sean judíos o no (recuerden que éste
es un punto clave para Pablo); “porque sólo uno y el mismo (Jesucristo) es el
Señor (y Dios) de todos… Pues —como ya lo expresó el profeta Joel refiriéndose
al Dios del Antiguo Testamento— todo el que invoca el nombre del Señor se
salvará”. Porque Dios se ha manifestado y está ahora presente y obra la
salvación en y por su Hijo Jesús.
Es
ésta una idea muy repetida por Benedicto XVI: “Todo comienza con un encuentro”.
Los autores espirituales lo llaman la primera conversión. Pero este encuentro
personal y vivo con Jesús puede repetirse y de hecho suele repetirse. Pongo
como ejemplo el caso de San Pedro: En su primer encuentro con Jesús, Jesús le
clavó los ojos y le dijo que se llamaría Piedra, es decir Pedro. Luego fue en
la pesca milagrosa, que sacudió a Pedro. También en la tempestad cuando sintió
ahogarse y Jesús le echó la mano. Luego cuando todo su ser se sacudió ante la
sola idea de dejarle y le dijo: ¿A dónde iríamos? Tu solo tienes palabras de
vida eterna. Luego en Cesarea cuando le confesó que era Hijo de Dios. Luego al
lavarle los pies en la última cena. Luego cuando tras la tercera negación le
miró y Pedro se entregó al llanto. Luego el domingo de resurrección. Luego cuando
en la aparición del lago le preguntó por tres veces si le amaba.
Es
la oración a solas con el Señor la ocasión mejor para estos encuentros. Jesús
iba llevado lleno del Espíritu, pese a que era tentado por el diablo. El ansia
de oración suele ser señal de la presencia del Espíritu.
Esta
presencia del Espíritu se concede en el bautismo. Es fundamental activarla con
la catequesis, la lectura de la Biblia y otros libros espirituales, la práctica
de la caridad y la penitencia. La oración de petición de la gracia de Dios es,
más que importante, fundamental. La actividad del Espíritu, que el evangelio
dice que llevaba a Jesús continuamente, la hace en nosotros el mismo Espíritu
sin que nosotros podamos hacer nada eficaz para ello. Es un don libre de Dios,
es gratuito, no se logra a cambio de nada, no se merece. No hay otra forma de
conseguirlo que la oración humilde. Reconocer que es gracia, que no se merece,
que sin ella no nos habría sido ni sería posible obrar según el Espíritu es la
mejor manera de conservar el favor divino y de confiar que continuará.
Porque
tampoco hay que pensar que el camino del seguimiento de Cristo carece de dificultades.
Cristo tuvo tentaciones. El Demonio le tentó. Y nadie piense que, si Cristo fue
tentado, él va a estar libre de tentaciones. Cristo fue tentado con la
propuesta de realizar su misión sin sufrimiento, de atraer a los hombres por
medio del poder y gloria humanos, del éxito triunfador. Pero la voluntad del
Padre era muy distinta. El Hijo se había hecho hombre para borrar y pagar el
pecado de los hombres cuyas raíces están en la sensualidad, el ansia insaciable
de tener y de poder, la soberbia del éxito; por eso su mensaje debía proponer
el sacrificio, la pobreza y la humildad y su camino sería el del servicio, la
humildad y la muerte en cruz.
Sea cual sea nuestra historia del pasado,
pidamos y obremos durante esta cuaresma de modo que nuestra vida sea una vida
como la de Cristo, regida por el ejemplo y la doctrina del evangelio y de la
cruz. Que Dios nos cambie el corazón. Ayudados por la fuerza de su Espíritu y
el ejemplo e intercesión de María, no nos acobardemos ante los sufrimientos
corporales, ni ante otras limitaciones humanas que no podamos evitar, apostemos
por la pureza del cuerpo y del espíritu, miremos con ojos compasivos a quien
carece bienes materiales o espirituales, no olvidemos nunca que el fruto lo
obtendremos tras la resurrección.
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