Homilías - "Effetá" - Domingo 23º T.O. (B)





P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†

Is. 35,4-7; S. 145; St 2,1-5; Mc 7,31-37


Como ya indicamos el domingo pasado, parece que Jesús se toma cierto tiempo de retiro con sus discípulos en una zona de Palestina muy cercana al norte de Galilea. Tiro y Sidón son ciudades fenicias, de gran tradición comercial, ricas y paganas; los judíos son pocos, casi toda la población es pagana. Al este de Tiro y Sidón, también al norte de Galilea, está la Decápolis; es también zona mezcla de población pagana y judía.
El hecho hoy leído tiene lugar en el campo. Le hacen llegar un sordo, que apenas puede hablar. Este rasgo y que el hombre no necesitó tras la curación aprender a hablar, parecen indicar que la causa era una enfermedad no de nacimiento, pues ya sabía hablar. Se ve que han oído de los poderes milagrosos de Jesús y piden a Jesús que le imponga las manos. La descripción del milagro es breve pero muy precisa; Jesús se aparta con el enfermo, le mete los dedos en los oídos, le toca con saliva la lengua, suspira mirando al cielo, manda “ábrete” recordando la misma palabra hebrea pronunciada por Jesús y al punto el enfermo habla; todo manifiesta al testigo ocular, Simón Pedro, y a los oyentes, la comunidad cristiana de Roma, para quienes traduce la palabra hebrea “effetá”, “ábrete”. Son interesantes estos detalles porque confirman el testimonio de San Ireneo sobre el autor y origen del evangelio según San Marcos, que ayudaba en Roma a San Pedro.
Éste es el único viaje de Jesús por tierras paganas, es decir no judías. No era voluntad del Padre –lo dijo en el mismo viaje– que personalmente evangelizara a no israelitas (Mt 15,24), si bien hubiera venido a salvar a todos los hombres (Jn 3,17) y enviaría luego a sus discípulos a evangelizar hasta los confines de la tierra (Mt 28.19). Pero, como expresa San Pablo, primero el Evangelio debía ser predicado a los judíos y luego a los paganos (Ro 11,11-12).
Otro rasgo de que el evangelio de Marcos tiene como fuente la catequesis de Pedro a paganos, es que es el único que narra este hecho; le sirve para subrayar el destino universal de la llamada de Jesús: Tras la Ascensión todos, judíos y griegos, son llamados a entrar en la Iglesia, a formar parte del Reino de Dios (v. Mt 28,19; Mc 16,15; Lc 24,47; Hch 1,8).
Pero, pese a que entonces no quería el Padre que Jesús evangelizara aquella región, la petición humilde del sordo y sus acompañantes cambia las cosas. Así el milagro confirma la lección del inmediato anterior, la liberación de la niña, hija de una mujer pagana sirofenicia; la fe y la humildad de su mamá cambiaron la voluntad del Señor. Es constante en la Escritura que la oración humilde y con fe, aun de un pecador y no creyente, consigue hasta cambiar la voluntad de Dios. A veces Dios mismo dice que no realizará sus amenazas si los oyentes pecadores se arrepienten.
Aunque imperfecta la oración es siempre eficaz. Este milagro lo confirma. La fe de aquel hombre y de sus amigos era imperfecta. No hay señal de que creyese que Jesús era Dios. Sólo creía que Jesús podía hacer milagros y lo que él quería era volver a oír y hablar. Por motivos apostólicos no le interesaba a Jesús el milagro; incluso insistió en que no lo anduviesen divulgando. Se conmovió por compasión; fue el único motivo; no le interesaba conseguir nada, ni siquiera la conversión.
Piensen ahora ustedes en lo que tiene que ser la eficacia de una oración en la que se ora con fe, humildad y constancia, y se piden gracias espirituales como superar un vicio, erradicar una mala costumbre, arrancar un defecto de carácter, conseguir una virtud importante, superar una tentación, lograr la conversión de una o más personas… Si la Iglesia no va mejor, si no hay suficientes vocaciones, si las familias se resquebrajan, si no hay amor suficiente en ellas, si no tenemos los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos suficientes, etc. es porque en general no oramos lo necesario. La Iglesia, el mundo, Cristo necesitan hoy de más amadores que oren con fe, constancia y humildad.
Éste es precisamente el gran valor de la misa en la que ustedes participan cada domingo. La misa es una gran fuente de gracias para ustedes y para la Iglesia. Porque dice Jesús –y lo testifica el Evangelio– que “si dos se ponen de acuerdo para pedir lo que sea, se lo concederá mi Padre que está en el cielo; porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,19s). Cada domingo, convocados por la Iglesia en nombre de Cristo, millones de católicos, movidos por la fe y el amor a Dios, nos reunimos en torno al altar para orar con la oración y acto de culto más importante que tiene la Iglesia y que Cristo mismo se lo ha dado; humildemente pedimos perdón, le glorificamos, oímos su Palabra, expresamos nuestra fe, oramos por todos los hombres, nos ofrecemos por los pecados en su sacrificio, que superabunda en gracia, pedimos por el Papa, nuestro Obispo, todos los católicos, los difuntos y nos unimos a María y todos los santos del cielo, todos juntos con Cristo pedimos con la oración que él nos dijo, comemos y bebemos el pan del Cielo y el vino que nos comunica el Espíritu. Dios no puede permanecer insensible. Una cascada incontenible de gracias son las que atraemos cada domingo con la misa que todos juntos ofrecemos al Padre. ¿Hay mayor servicio que podamos hacer a la Iglesia? Claro que no.
Sordos, tartamudos, acosados por nuestros defectos y por las tentaciones, oremos confiados por la Iglesia y pidamos que se ore por nosotros. Que Jesús todo lo hace bien; que María ruega por nosotros. Si estamos sordos, nos hará oír; si no sabemos orar, el Espíritu suple nuestras deficiencias (Ro 8,26-27). 


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09.09.2012

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Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog



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