Homilía del 25º Domingo TO (B), 23 de Septiembre del 2012

No entendían de la cruz

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Sab 2,12.17-20; S. 53; St 3,16-4,3; Mc 9,30-37



El evangelio de hoy insiste en lo mismo que comentamos el domingo pasado. Jesús predice otra vez de modo expreso y claro su pasión, muerte en cruz y resurrección. Los dos textos están cercanos; el primero fue en el capítulo anterior; en el siguiente Jesús volverá a repetirlo. Además de estas profecías sobre su pasión, muerte y resurrección hay otros lugares, tanto en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) como en el de San Juan, que evidencian que Jesús tuvo siempre muy claro, desde el principio de su vida hasta el final, su destino a la muerte en cruz y resurrección (v. Jn 2,22; 3,14; 6,64; 7,19.33-34; 8,27.40; 10,11-17; 12,7.27.32; 13,1.21.33; 14,2-3.19.30-31; 16,5-7.20; 18,11).
Esto patentiza con toda claridad el valor salvador primero y fundamental de la pasión de Cristo, de su muerte en cruz y de su resurrección. El texto de hoy dice que Jesús “iba instruyendo a sus discípulos”. Es decir que se trata no de conversaciones sin objetivo predeterminado, sino de instrucciones del maestro que los discípulos tenían que interiorizar y no olvidar, para ponerlas un día en práctica y transmitirlas a su vez a los que creyeran, de modo que así, practicándolas, pudieran salvarse. Por eso están en los evangelios. Recogen la catequesis cristiana de los apóstoles. Ya sabemos que Marcos transcribe la catequesis de Pedro en Roma.
A Pedro le costó aceptar la necesidad de la pasión. Cristo insistió, los evangelios insisten. La de hoy es la segunda vez que Marcos recuerda a Jesús profetizándola, y lo volverá hacer recordando otra ocasión. Es que se trata de algo vital. También nosotros debemos insistir. Frente a unos que piden milagros y los otros que piden sabiduría humana, “nosotros –escribe Pablo– tenemos que predicar a Cristo y a Cristo crucificado” (1Cor 1,23). Porque Jesucristo es el único que nos salva y nos salva por la cruz.
También esta segunda profecía la hace a solos los Doce y comienza designándose con la misma expresión enfática y solemne: “El Hijo del Hombre”. El término “Hijo del hombre” pone de relieve que habla consciente de su dignidad de Hijo de Dios, que es también hombre por poseer la naturaleza humana; Él es la cabeza natural de toda la humanidad; en Él, de Él y por Él está nuestra redención, el poder llegar a ser hijos de Dios, obtener toda gracia y toda verdad.
Con toda solemnidad, pues, lo predice: “Va a ser entregado (que incluye el ser cogido preso) y lo matarán, pero a los tres días resucitará (en San Mateo la expresión es “al tercer día” como fórmula equivalente).
Pero los discípulos “no entendían aquello y les daba miedo preguntarle”. Reacción psicológica normal del miedo ante un futuro oscuro. Miedo y rechazo ante un futuro negro contra el que no se puede hacer nada: el silencio, hablar de otra cosa. Por eso rompen su comunicación con el Maestro; él iba delante y ellos se arrastraban detrás, hablando de lo que a ellos les interesaba más. ¿De qué? Pues de “quién era el más importante”. ¡Qué distintos sus pensamientos de los de Jesús!
Cuando llegan a casa, probablemente la de Pedro, en Cafarnaúm, Jesús insistirá en la lección. Se acerca un niño de los que han corrido a saludarle. Nos gustaría saber más de él; pero fíjense en la forma de redactarse los evangelios. No se buscan curiosidades, ni son meras lecturas piadosas. Interesan sólo las palabras y obras de Jesús. Ahí está la vida.
Jesús se sienta. La costumbre era que el maestro se sentase para enseñar. Jesús se sienta. Va a enseñar, se trata de algo importante, que lo discípulos deben aprender. Llama a los doce, a todos. Pone al niño en medio y solemnemente les dice, refiriéndose a la conversación en el camino: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Ninguno de ellos pensaba así y por eso no habían entendido nada de su profecía ni lo entenderían. En la cena de pascua estarían peleando por los primeros puestos. Por eso eran incapaces de comprender su muerte y de esperar su resurrección. Sólo la gracia del Espíritu les abriría el corazón y los ojos de la fe. Aquel niño que pone delante de ellos resume la doble lección, que Mateo expone con más nitidez: Hay que hacerse humilde como un niño, no creerse con derecho a mandar ni ser el primero, sino feliz con el último caramelo o la última caricia. Y la otra lección es la de la predilección que Dios tiene con los humildes: Desprecia a los soberbios y a los humildes les da su gracia (St 4,6). Es una constante en la revelación.
Igual que con los pobres Jesús se identifica con los niños. Padres, educadores, catequistas, todos los que tratamos con niños, respetemos a los niños. Su destino es amar a Dios; apenas bautizado es hecho hijo de Dios, predilecto suyo, templo del Espíritu Santo. No son para nuestra utilidad. Están llamados, como nosotros, a acercarse a Dios, a conocerle como Padre, a amarle y gozar de su amor.
Al tocar este tema no se puede menos de condenar el aborto voluntario, que no es sino una forma de matar. Toda conciencia recta lo tiene que reprobar. Un creyente mucho más. En un momento de fuerte corriente a favor del aborto como un derecho, los creyentes debemos tener las ideas claras y exponerlas cuando la ocasión lo amerite sin miedos ni complejos. No cedamos ante el cínico principio de que una mentira repetida un millón de veces acaba siendo verdad. Es cínico, es falso, es ignorante. Los datos de la ciencia han sido cada vez más contundentes: la nueva vida humana comienza su proceso justo con la fecundación; lo confirma hasta la misma fecundación artificial –inmoral por otra razón–.
Pero volvamos a la cruz como medio de llegar a Cristo. Los santos son los especialistas de Dios y de los medios para alcanzarlo. Les cito a Santa Rosa que así nos dice del extraordinario valor de la cruz para ir rápido a la santidad. Escribe así: «El divino Salvador  con inmensa majestad dijo: “Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción al incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”».
La Eucaristía de cada domingo nos recuerda nos recuerda y nos une al misterio de la cruz. Desde la cruz y estando en la cruz, recibió el buen ladrón la gracia de su conversión; desde la cruz y al pie de la cruz la recibió también el centurión que dirigió la crucifixión; de la cruz y al pie de la cruz recibió María la gracia y misión de ser Madre de la Iglesia y Juan en representación de todos nosotros la gracia de María madre nuestra; cada domingo vengamos a participar en la Eucaristía con la ofrenda de algún sacrificio, de alguna buena obra costosa que ofrecemos al Señor.



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