Mc 9, 37-42. 44. 46-47
Qué tremendo es que una persona
"contagie" el mal con su conducta.
Entre las varias enseñanzas que contiene este
párrafo del Evangelio de San Marcos, hay un grupo de ellas que se refiere al
escándalo, y a la gravedad de ese comportamiento.
Como la palabra escándalo a veces se usa con
significados diversos, es bueno aclarar a qué se refiere Cristo en estas
enseñanzas: escándalo es una acción inmoral, que por mal ejemplo, induce a otro
al mal. Y Cristo lo reprueba con tal vehemencia que afirma: "El que
escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le
encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar".
Es necesario tener muy en cuenta esta lección del
Evangelio hoy en día, en que tantos comportamientos que incluso se generalizan
infectan el ambiente social, y así se produce el contagio del pecado.
Tanto se habla de la necesidad de preservar el medio
ambiente, y de la importancia que éste tiene para el bienestar de la humanidad.
Y es verdad que hay que preservar el medio ambiente para que no se deteriore
nuestra vida en el planeta. Pero además de cuidar la "ecología de la
naturaleza, del aire y del paisaje", hay que cuidar de esa otra
"ecología social", que es el clima de valores, y de principios que
creamos a nuestro alrededor, como atmósfera, y que tanto influye en las
conductas de los individuos particulares. Cuando arrojamos al medio ambiente
social tantos elementos contaminantes, tantos actos de corrupción, estamos
produciendo escándalo.
Tenemos que reconocer que en nuestra atmósfera
social hay partículas suspendidas, que respiradas por las conciencias, las
perjudican y las envenenan. Hay, por ejemplo, un erotismo exagerado, que puede
ser causante de muchas desviaciones, y de una desvalorización del amor; esto
produce tantas conductas perversas, de las cuales después nos alarmamos
hipócritamente. Existe una tremenda permisividad, que confunde libertad con
libertinaje. Existe una civilización del dinero, como la meta suprema a la que
hay que sacrificar energías, y a veces la propia dignidad y la familia. Hay una
pérdida de estima de la vida y de la paz: la violencia, el aborto, el terror,
la venganza. Todo esto flota en la atmósfera social que respiramos. Y es
patente que las atmósferas sociales son producto de todas las conductas de
todos los individuos de una sociedad.
Pero hay algunos más responsables, por la mayor
capacidad de influjo que tienen en la sociedad, y por la mayor difusión que
alcanzan con sus actuaciones. Es indudable que cuanto más liderazgo ejerce una
persona, mayor influjo tiene a su alrededor. Las autoridades (en cualquier
ámbito de la sociedad) tienen mayor influjo que los simples ciudadanos. Los
medios de comunicación social tienen un poder de influjo enorme, y cada vez
mayor. Y pueden hacer atractiva cualquier conducta desarreglada. A veces, por
un afán sensacionalista, convierten al "malo de la película" en
héroe, por la forma de presentar el personaje.
Todos tenemos una grave obligación de mejorar la
atmósfera social que respiramos. Y Jesús, el buen Jesús, es tremendamente duro
con los que escandalizan: “más les valdría que les colgasen una piedra de
molino y los arrojasen al mar”. Es que inducir al pecado es lo más nefasto que
se puede hacer. Y esto termina pervirtiendo de tal forma la sensibilidad de la
conducta, que llegamos a llamar progreso a lo que es simplemente degeneración.
Esto indica que la contaminación de la atmósfera moral ha abierto un tremendo
agujero en el “ozono protector” y que nuestra misma civilización (si es que es
civilización) puede ser engullida por sus mismas desviaciones.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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