P. Vicente Gallo, S.J.
Hablando
del tema de arrojar los demonios, Jesús dice a sus Discípulos: “Dad gratis lo
que habéis recibido gratis” (Mt 10, 8). Las parejas que han encontrado una vida
de relación con el amor como Cristo ama a su Iglesia, y viven su Sacramento con
fe muy consciente, han hallado el gran tesoro por el que vale la pena vender
todo lo que se tiene para adquirirlo (Mt 13, 44). Deben hacerse muy conscientes
de lo penoso que era su matrimonio para toda la vida sin haber hallado tal
tesoro; para tratar de entender el drama de tantos matrimonios que viven en la
mayor pobreza, la de no amarse como Cristo nos ama.
Quienes conocen y viven toda la riqueza del
Matrimonio como Sacramento, deben saber que es gracia de Dios, muy valiosa, la
que han recibido no por méritos personales sino por regalo de Dios sin haberlo
merecido más que los otros. No pueden
permitirse que, por ese regalo divino, ellos tengan tan grande riqueza, y dejen
a los demás que no la tengan, siendo tan fácil darla sin que con ello se
empobrezcan. Cumplir el “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, el mandato de
Jesús para ser suyos, es gozar de ese amor como Dios goza en el suyo. Pero es, además, una luz que alumbra a todos
los de la casa que viven sumidos en tinieblas (Mt 5, 16).
Esa
luz, necesaria para saber dónde se encuentran como matrimonio, también es
necesaria para ver por dónde caminar felizmente, sin tropiezos ni angustias, y
llegar dichosos a la meta de vivir juntos con el amor que se desearon al
casarse. Hay muchos matrimonios a los que les falta tener esa luz, y penan en
la desorientación previendo el fracaso o pereciendo sin ver salida en el
horizonte. Los matrimonios que viven día a día su Sacramento, testifican a
todos que es posible mantenerse juntos con ese gozo; todos quienes los ven, pueden acudir a ellos y
preguntarles cómo se vive tan felizmente el estar casados. En un matrimonio
donde los padres se aman como los ama Cristo, los hijos serán felices al verlo.
Para mantenerse en este modo de gozar el
matrimonio cristiano, no basta con conocerlo en todo su alcance; es necesario
alimentarlo cada día con firmeza en el
empeño. Ya hemos mencionado
anteriormente los caminos para hacer realidad permanente en el matrimonio el
mandato de Cristo “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Esos caminos son:
tomar en todas las situaciones la decisión de amar así, avivarlo en el Diálogo diario, vivir la
unión sexual no sólo con responsabilidad de personas sino con la fe en el
amor de Cristo, rezar juntos en pareja, y hacer grupo con otros
matrimonios que entiendan las cosas lo mismo, queriendo animarse unos a otros
al reunirse, para ir caminando juntos en apoyo mutuo contándose sus éxitos y
sus tropiezos en tan esforzado intento. Son también los caminos para mantener
viva la espiritualidad matrimonial que hemos venido desarrollando.
Terminamos
con esta reflexión final. La
espiritualidad del cristiano, creyente en Cristo el Salvador, ha de transformar
no solamente la vida de quien la vive; debe trasformar también el mundo en el
que se realiza. Así tiene que ser la
Espiritualidad de los que viven cristianamente su matrimonio. Se ha dicho que las teorías que no trasforman
las realidades son una vana ideología. El cristianismo igualmente, como doctrina,
puede parecer muy bello para muchos que lo conozcan, como dicen que le ocurría
a Gandhi; pero no se harán creyentes en Cristo si no encuentran que, quienes
creen en él, transforman y hacen mejor al mundo con esa fe, y lo salvan. Lo mismo sucederá con la Espiritualidad
Matrimonial que hemos tratado de presentar: se quedará en vanas
consideraciones, si la dejamos en bonita teoría.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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