La Eucaristía



Celebramos el amor que el Padre nos tiene, visible en Jesús.
Celebramos nuestra condición de hijos y hermanos en Jesús.
Nos alimentamos para ser en la vida lo que Jesús fue: constructor del Reino.
Celebramos el amor, el amor del Padre y el amor fraterno.
En el recuerdo de Jesús.
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura,
cuando se sacrificaba el cordero pascual,
 sus discípulos le preguntaron a Jesús:
¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?
Aparentemente son los discípulos
 quienes tienen la iniciativa, quienes se interesan por el tema.
En realidad es Jesús quien se adelanta y tiene todo previsto...
13Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo, 14y allí donde entre decid al dueño: El Maestro dice “¿Dónde está la sala en la que he de celebrar la cena de pascua con mis discípulos?". 15Él os mostrará en el piso de arriba una sala grande, alfombrada y dispuesta. Preparadlo todo allí para  nosotros.
Una casa en Jerusalén donde son forasteros, una sala preparada,
una persona que les pondrá con contacto con el dueño.
Siguiendo las instrucciones de Jesús, confiando en Él,
se encuentra todo lo que se necesita.
22Durante la cena, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo.
Jesús es el anfitrión. Compartir la mesa es el gran símbolo de la convivencia, de la reconciliación, de la inclusión. Los banquetes son la mejor metáfora  del Reino.
Quizá nos fijamos mucho en que el pan es Jesús y menos en que Jesús es pan.
Más en la adoración personal que en la comunión y el compromiso.
Comulgar con Jesús es aceptar ser pan compartido y repartido.
¿Cómo y con quién comparto el banquete de mi vida? ¿A quién siento a la mesa
de mi tiempo, mi amistad, mis intereses...? ¿A quién excluyo? ¿Por qué?
23 tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias,
se la dio y bebieron todos de ella.
El pan y el vino de nuestra Eucaristía son signo de la entrega de Jesús,
y al alimentarnos de ellos son signo de nuestra propia entrega.
Celebrar la Eucaristía fue sustituido por:
“oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar...”
¿Tiene sentido “oír” un banquete,  “oír” una cena con los amigos?
Recuperemos la Cena del Señor, comunidad de creyentes en torno a la lectura
y comprensión de la Palabra, la Fracción del Pan, la oración en común,
el compromiso vital con Jesús y con los demás.
24Y les dijo: Esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza,  que se derrama por todos. 25 Os aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.
La cena de despedida resumió en el pan y en el vino la vida entera de Jesús,
su estilo, su concepción del Reino, el modo de actuar de quienes quieran seguirle,
su imagen de Dios. Para darnos vida, para que demos vida, para hacernos partícipes de su vida.
Es el recuerdo vivo, que significa la entrega de Jesús, lo que Jesús quiere que
recordemos de Él y la manera que Él quiere ser recordado.
26 Después de los cantos salieron para el monte de los Olivos.
Con la celebración no se termina nada, todo empieza.
Nos alimentamos para vivir y trabajar.
Lo nuestro es vivir el Evangelio, hacer nuestra la mentalidad, preferencias, opciones, estilo de vida,  manera de vivir, de pensar, de actuar de Jesús,
para ser pan y vino, sal y luz en nuestro mundo. Como Él.
La eucaristía es una invitación a la fraternidad y a la solidaridad,
a agrandar la mente y el corazón.
En la Eucaristía todos somos actores, no espectadores.
Todos celebramos, todos hacemos presente a Jesús,
todos nos alimentamos, todos nos comprometemos.
Nadie está aquí por sus méritos, sino por la increíble invitación que ha recibido.
Nadie está aquí porque lo merece sino porque lo necesita.
No acudimos como el fariseo, dando gracias por ser mejor que los demás,
ni como el publicano, abrumado por sus pecados.
Acudimos entusiasmados porque Jesús nos invita y nos quiere tal como somos.
Recordamos a quienes no pueden sentarse a nuestra mesa,
a ninguna mesa.
Si la celebración de la eucaristía no es expresión auténtica
 de nuestra fe en Jesús, si sustituimos celebrar por asistir,
reunirnos por cumplir,
 común unión por individualismo,
reducimos la Eucaristía a un acto de culto
semejante a los antiguos sacrificios del templo,
 corriendo serio peligro de sentirnos justificados
por la mera y pasiva asistencia.
A quienes queremos seguir a Jesús se nos ofrece, se nos pide, algo más.

Éste es mi cuerpo.
Mi cuerpo triunfante en vuestros cuerpos gloriosos.
Mi cuerpo maltratado en vuestros cuerpos torturados.
Mi cuerpo vigoroso en vuestros cuerpos lozanos.
Mi cuerpo deteriorado en vuestros cuerpos achacosos.
Éste es mi cuerpo.
Ésta es mi sangre.
Mi sangre pujante en vuestra sangre vehemente.
Mi sangre vertida en vuestra sangre derramada.
Mi sangre vivificante en vuestra sangre renovada.
Mi sangre ofendida en vuestra sangre despreciada.
Mi cuerpo es pan: una hogaza de pan bendito.
Un cuerpo de harina de otro costal.
Mi sangre es vino: una sangre escanciada
como vino generoso. Reserva especial.
Ése es mi cuerpo. Ésa es mi sangre.



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