Cuarta Promesa del Sagrado Corazón de Jesús
"Seré refugio seguro durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte"
La segunda
parte de esta promesa se relaciona con otras tres, principalmente con la de los
nueve primeros viernes de mes. Pero esta cuarta promesa “latius pater”, es más
extensa, porque no sólo en la hora de la muerte, sino también durante toda la
vida el Corazón de Jesús se promete “refugio seguro” para los que le profesan
una tierna y constante devoción.
Necesidad de
un refugio durante la vida
Necesitamos
un refugio durante la vida, porque tenemos muchos enemigos. Los llevamos dentro
de nosotros y están parapetados fuera de nosotros: la carne, el mundo y el
demonio con toda la artillería pesada de los pecados capitales.
La
concupiscencia de la carne: tiene un poder nefasto, que, si no vicia nuestra
naturaleza, como pretendían Calvino y Jansenio pero sí la debilita
notablemente.
“Veo lo mejor
y lo apruebo y, sin embargo, sigo lo peor” decía un poeta pagano con conciencia
pagana.
El Mundo
Su ambiente
mefítico lo impregna todo y nos atosiga. Dice San Agustín que el mundo nos
combate y vence de tres maneras:
- Por errores, engañándonos. Sus máximas son tan fáciles de entender, tan suaves de practicar, tan falaces… ¡Su modo de obrar tan cómodo… tan natural a nuestras viciadas inclinaciones…!
- Por terrores, asustándonos… El respeto humano tiene fuerza de arrastre terrible, una sonrisa burlona, una mala cara…
- Por amores, enamorándonos. Brinda seducciones muy atrayentes, espectáculos, lecturas, novelas, cinema, televisión de todas las clases y de todos los colores.
Es San Juan
el que nos dice que todo el mundo está entrañado en el mal, todo él está
podrido, todo en poder del diablo. Salomón, que había escrito admirables
consejos en los Proverbios y en el Eclesiastés, y tanto ponderó la vanidad de
él, se dejó seducir y cayó vergonzosamente.
El Demonio
El Príncipe
de este mundo. El Generalísimo de los malvados. El Mentiroso y el Padre de la
mentira. El Homicida desde el principio. El asesino de las almas. El que, como
león rugiente, busca a quien devorar. El castigado por la justicia Divina por
su maldad; y, por ello, quiere vengarse de Dios en nosotros, haciéndonos todo
el mal posible, porque somos queridísimos de Dios, que lo destronó a él por su
perfidia; y nosotros estamos destinados a ocupar el sitial, que él dejó para
siempre, al lado de Dios.
San Agustín
dice que San Juan “vigilanti verbo”,
con intencionada palabra, nos dice que la lanzada de Longinos abrió (no dice
hirió o llagó…) para expresarnos que se nos abría la puerta, para entrar en ese
refugio divino de su Creador.
Y al Padre
Bernardo de Hoyos, el primer apóstol en España de esta devoción, le dijo el
Salvador, “con acento guerrero, pero
cariñosísimo” para confortarle a él y a sus compañeros en los trabajos de
su apostolado: “Mi Corazón será vuestra
fortaleza y servirá de castillo, en que se estrellen las olas de las
contradicciones”. Cuando las olas del mar acometen contra la roca, se
rompen ellas y la dejan festoneada con la espuma, que la embellece.
El Corazón de
Jesús especial refugio a la hora de la muerte
La muerte, en
expresión de San Agustín, “es lo más terrible
de todas las cosas terribles”. Es la cumbre de la vida, de cuyo último
momento está colgada la eternidad en expresión también clásica.
Y para este
último momento de la vida, cuando más lo necesitamos, el Corazón de Jesús será
nuestro seguro Refugio.
- Refugio, esto es un recinto resguardado y sólido contra el peligro.
- Seguro, para acrecentar nuestra confianza. “por esto el justo confía en su muerte” (Prov. 14, 32) y por eso los cristianos –añadía Tertuliano– son “una raza de hombres siempre preparados para morir”.
Sin embargo,
debemos advertir que debemos hacer lo que está de nuestra parte. De lo
contrario podríamos caer en el pecado de la presunción, que es contra la virtud
de la esperanza en exceso.
Santa
Margarita, escribiendo a una religiosa Úrsula, dice después de asegurarle que
el Corazón de Jesús será asilo a la hora de la muerte: “Para lo cual conviene que sea nuestra vida continua preparación, y
que, mientras tengamos tiempo, hagamos todo el bien que podamos”.
A un
matrimonio joven, se le murió su hijito de 7 años el 13 de Mayo de 1955, cuatro
días después de su primera comunión. El día que lo operaban, que fue el de su
muerte, pidió que no lo dejaran sin su comunión diaria. El había pedido el día
de su primera comunión que se lo llevase el Señor, para estar ya con Él y ver a
su Madre del Cielo. Estaba bueno. Y cuatro días después moría en una mesa de
operaciones de una clínica madrileña.
Terminemos
con este coloquio:
En las horas más tristes
de mi vida,
cuando todos me dejen,
Jesús mío,
y el alma esté por penas
combatida,
que pueda repetir hasta
la muerte:
¡Sagrado Corazón, en Vos
confío,
porque creo en vuestro
amor para conmigo!.
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