Unidad de Dios y Unidad de Pareja - 3º Parte


P. Vicente Gallo, S.J.

3. La INTIMIDAD en la relación matrimonial


En todos los matrimonios suele ocurrir que, al poco tiempo de vivir en pareja, se desvanece el enamoramiento con el que se casaron, acaso simplemente porque piensan que aquello ya queda atrás y hay que experimentar otra cosa. Entonces comienzan a verse en el otro, como si fuesen graves, todos los defectos a los que daban poca importancia cuando eran enamorados. Comienzan a pensar mal el uno del otro, así como a tener sospechas, recelos y desconfianzas, que traban la armonía en la convivencia y el mismo amor que se juraron para toda la vida. Surgen, además, nuevos problemas que no los había antes de vivir los dos compartiendo la misma vida.

Malo es si se quedan soportando todo eso en el silencio. Peor todavía si optan por echárselo en cara al otro, descomedidamente, acusando e hiriendo. Poner las cosas en claro, confrontando al otro en una pelea, queriendo ver quién tiene más razón o mayor culpa, no es el camino para la Unidad; lo es para el simple desahogo y para un distanciamiento cada vez más grande.

Si en lugar de pelearse deciden, uno o los dos, ponerse a “razonar serenamente” para aclarar los pensamientos desde los que están actuando y que están siendo causa de ese problema, ojalá logren mantenerse en la pretendida serenidad sin acusar al otro de culpable; es muy probable que, sea como fuere, logren en el mejor de los casos un “armisticio”, mas no la deseada paz. Pero si en lugar de confrontarse, o de querer aclarar las cosas, uno de ellos opta por la confianza de comunicar al otro el sentimiento fuerte que le afecta a causa del problema que viven, y el otro escucha esa confidencia como un gesto de genuino amor, acogiéndolo no con la cabeza sino con el corazón, entonces están verdaderamente dialogando, dándose mutuamente de veras, el uno manifestándose con amor, y el otro acogiendo con el corazón al que es su pareja, no en lo que dice, sino en cómo es sintiéndose así; y mantienen el no ser dos sino una sola carne.

Ese es el único camino válido, no sólo para conocer las heridas, sino para curarlas; y para conseguir el logro de la Unidad que todos desean mantener para siempre cuando se casan; aquellos que se unen en matrimonio de cristianos, juran su amor ante Dios, para que El pueda bendecir esa unión, desde la fe en su plan divino para el matrimonio. No se lo juran ante el “hombre” que preside como testigo cualificado el matrimonio en el que se unen en público, ni tampoco se lo prometen el uno al otro; ambos se lo prometen a Dios, y así deben recordar siempre esa promesa para cumplirla como sagrada.

Siempre, en la vida, se tienen amigos. Quizás con mayor fuerza de amor durante la adolescencia. Pero entre los amigos que se tengan, solamente uno puede ser “amigo íntimo”. Sólo a él se le cuentan los secretos e intimidades, diciéndole:”Si no es a ti ¿a quién se lo voy a contar”; y respondiendo el otro: “Es claro, si no es a mí ¿a quién vas a contárselo?” Esa persona, para un niño, será su mamá; para un adolescente, su amigo especial; para un joven, su enamorada; para un casado, ha de serlo su cónyuge, no sus papás o sus hermanos. “Intimo” es aquel para quien no hay secretos, a quien se le cuenta todo, en quien uno confía plenamente, con quien uno lo comparte todo sin reserva alguna. Hablando el uno, y escuchándole el otro con el corazón, terminan diciéndose ”¡Qué feliz me siento de haberte conocido y haberme casado contigo!”. Esa es la Intimidad. Se la goza siempre, dialogando sobre los sentimientos.

Un peligro para la total Unidad en la pareja puede ser la autoridad, que es necesaria en el matrimonio, y que se le atribuye al marido. Pero la autoridad, para ser según Cristo y su Iglesia, es función de servicio en el amor, donde es mayor el que más sirve, y sirve más el que más ama (Mt 20, 25-28; y 23, 11): limpiando las suciedades en lugar de censurarlas o criticarlas (Jn 13, 15). La autoridad es para construir, y no para destruir con la fuerza de ella (2Co 13, 10). Es servir, no como quien sirve a hombres, sino a Dios (Ef 6, 6), como en Jesús se ve servido Dios; amando de tal modo que nuestro servicio sea grato a Dios como el de Jesús. San Pablo pide a los esposos someterse así el uno al otro como a Cristo (Ef 5, 21), porque somos su Iglesia, Esposa suya, su Cuerpo. “Serán una sola carne”, como la Iglesia lo es en Cristo, el único que tiene ciertamente toda la autoridad.

Cada uno debe recordar las ocasiones en las que sintió gran felicidad al experimentar la Intimidad en la acogida que alguien le hizo en su corazón sin defraudarle. También los sacerdotes o los Religiosos con su Voto de Celibato: al haber experimentado esa “intimidad” de hablar y ser acogidos, con la fortuna de tener a su lado a un compañero, a su Superior, a veces su gente, y siempre al Señor en un momento de “consolación intensa” en su vida de oración, con quien tener confianza total.

No cabe duda que, el entender la Unidad de la pareja como algo semejante a la Unidad que vive Dios, y el gozar de esa manera la auténtica Intimidad, son elementos fundamentales de lo que nos estamos planteando: la “Espiritualidad Matrimonial”. Entenderlo, vivirlo así, y cultivarlo, como el gran tesoro del vivir en matrimonio, vocación que da Dios para ser de su Reino y gozarlo. Para ello da también, a los que El quiere elegir, la vocación a consagrársele para ser, en el Celibato, su Esposa la Iglesia, hermosa, santa e inmaculada, hecha por El y solamente para El como su Madre la Virgen.

Recordar ambos alguna ocasión en la que él/ella se sintió muy feliz al experimentar la intimidad de contar a su pareja algún sentimiento y verse escuchado por el otro como nadie le escucharía con el corazón , y sin quedar defraudado por haber tenido esa confianza única.




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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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