P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.
Con este calificativo de “pastorales” son conocidas las dos cartas a Timoteo y la escrita a Tito. Estas son cartas dirigidas a personas, no a “iglesias”. Pero, aun siendo esto verdad, pronto se cayó en la cuenta de que ellas tienen una proyección eclesial manifiesta y no pueden ser consideradas como cartas privadas al estilo de la enviada a Filemón. Estos escritos hacen referencia a la organización de la Iglesia, al comportamiento en el servicio a favor de la comunidad cristiana, a cómo administrarla y a cómo solucionar los conflictos internos, y en definitiva a cómo han de procurar ser sus dirigentes y pastores.
Podemos observar en estas cartas, que las iglesias ya tienen una estructura bastante firme y consolidada. Aparecen en la comunidad figuras como los “ancianos”, los “obispos” (supervisores), los “diáconos” y “presbíteros” dedicados al ministerio de forma exclusiva (a tiempo completo), sin olvidar ni menospreciar a las viudas”. Se suele indicar también, que en estas cartas empieza a destacar el concepto de la “fe” con un significado más institucional como un tesoro. En los escritos más importantes de Pablo, ”la fe” siempre entraña “la confianza en la persona de Jesucristo”. Pero en las cartas pastorales, hay ya claros signos de que la fe se relaciona con la aceptación de la doctrina verdadera. Esto se subraya más en particular con el empleo alegórico de la palabra “depósito”. Así como confiamos un depósito de oro a un banquero para que lo guarde intacto y seguro, algo así también “el tesoro de la fe” ha sido confiado a las iglesias de Jesucristo para ser conservado en toda su pureza e integridad. De esta forma, se acentúa la preocupación de las iglesias locales por la “ortodoxia” de los contenidos, en particular a los que se refieren a la persona misma de Jesucristo.
Este cambio de énfasis desde una actitud del descubrimiento personal de Jesucristo hacia otra más doctrinal tiene sin duda su origen precisamente en las amenazas de una herejía que hacían peligrar la base misma de la fe en la figura de Jesucristo, en su identidad divina y humana. (Véase al tratar la Carta a los Colosenses, sus características más destacadas)
En estas cartas “pastorales” se critican además, y más en particular los siguientes elementos negativos:
- Inclinación hacia la disputa teológica especulativa (como si se tratara de un mero juego intelectual).
- La vanidad de pretender que sólo quienes posean un conocimiento teológico adecuado podrán salvarse.
- La defensa de un legalismo externo en prácticas alimentarias y rituales (al estilo judío), con descuido de los deseos internos, cayendo así en manifiestas inmoralidades.
- La negación de la resurrección del cuerpo, porque sólo el espíritu es bueno y digno de la inmortalidad para siempre junto a Dios.
Son bastantes quienes defienden que la herejía que subyace en las cartas pastorales es el “gnosticismo”. Y por todo ello, algunos opinan que estas cartas no pudieron haber sido escritas por san Pablo, porque el tal gnosticismo es más tardío (de finales del siglo I). Esta hipótesis se ve fortalecida porque tanto su propio vocabulario como su estilo se diferencias mucho de las otras cartas que han sido verificadas como auténticas de san Pablo. Veamos a continuación este problema con un mayor detalle y precisión.
¿Qué podemos decir de la relación de Pablo con estas cartas? Aunque sea cierto que la sistematización del llamado “gnosticismo” es muy posterior a los tiempos de Pablo, sus ideas sueltas, iniciales y básicas podrían haberse ido poco a poco infiltrándose tanto en el pensamiento judío de la diáspora como en el griego, sobre todo en zonas del Asia Menor, que eran de hecho lugares de encuentro de diversas culturas y religiones orientales mistéricas, bien acogidas por otra parte por los poderes romanos muy tolerantes en este aspecto.
Teniendo todo esto en cuenta, la solución razonable de la incógnita acerca de la relación entre Pablo y estas cartas, podría ser la siguiente: Parece obvio que el apóstol escribió muchas más cartas de las que hoy conocemos como suyas. La mayoría de ellas, particularmente las “privadas” se han perdido. La única que nos queda es la enviada a Filemón. Sin embargo, puede muy bien haber sucedido que bastantes fragmentos de su extensa correspondencia personal hubieran ido a parar a manos de algún “responsable” cristiano (discípulo de Pablo) en la reflexiva comunidad de Efeso. Este tal que percibía las amenazas heréticas que llegaban a afectar incluso a ciertos miembros confusos aunque influyentes de la Iglesia, se sintió como inspirado por los fragmentos que conservaba. Se le ocurrió entonces darles una estructura, y los adoptó teniendo en cuenta los aspectos eclesiales tal como corresponden a una organización de una iglesia posterior a la primitiva que conoció y catequizó el apóstol Pablo.
En consecuencia, los escritos pastorales recogen algunos aspectos e informaciones muy personales de Pablo y también su guía y espíritu acomodado a nuevas circunstancias de la Iglesia, con una forma de expresión que dista bastante de la empleada por el apóstol. Conviene puntualizar aquí, que los libros que componen el Nuevo Testamento responden a situaciones concretas de las comunidades que desarrollaban su vida desde la fe viva, y que sólo desde una interpretación coherente y global de todo el conjunto es posible determinar el valor teológico de cada libro y texto.
Por otra parte, la carencia y falta de certeza histórica sobre el autor de cualquiera de sus libros no mengua su valor, pues la inspiración del Espíritu Santo se desborda en tales escritos. En ellos se nos descubre la revelación y tradición apostólica de la Iglesia. Con un discernimiento espiritual los fieles alcanzan así su adultez en la fe.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez S.J. por colaboración.
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