P. Adolfo Franco, S.J.
Reflexión del Evangelio
Mt. 7, 21-27
El evangelio nos avisa sobre la vida y la solidez que hay que dar a los cimientos de nuestra existencia; y no hay fundamento más firme que Jesús.
Hoy leemos en el Evangelio de San Mateo la conclusión del Sermón del Monte. Jesús nos ha expuesto su doctrina, y nos ha hablado del comportamiento que debemos tener sus seguidores; ahora termina invitándonos a su cumplimiento.
Nos dice esto de varias formas: no basta decir Señor, Señor; nos dice que hay que cumplir la voluntad de su Padre (que es lo que Jesús mismo ha desarrollado en todo su sermón). Y finalmente hace la comparación con el que construye su casa sobre roca, para que no sea derribada cuando vengan las dificultades.
El quiere que nuestra conducta efectivamente se rija por las normas que El nos ha expuesto; se trata de muchas orientaciones concretas: del perdón, del amor al enemigo, de la pureza de obra y de mente, de la santidad del matrimonio, de la oración, de la humildad, del ayuno, de la confianza en la Providencia, del peligro de las riquezas. Jesús ha recorrido todos los aspectos de la conducta humana y sobre cada uno nos ha indicado cómo debe ser el comportamiento cristiano.
Y ahora hay que pasar de la contemplación de esas metas elevadas y hermosas a su puesta en práctica. No basta pensar: qué hermosa conducta propone Jesús; hay que tener la decisión de entrar por la puerta estrecha, por el camino difícil que es el Evangelio.
En nuestra vida, motivados por alguna experiencia espiritual, o por un sentimiento interior que el Espíritu Santo suscita en nuestros corazones, nos sentimos atraídos a la práctica real del Evangelio. Pero después de la primera emoción, nuestro deseo se puede desvanecer y quedarnos como si no hubiera pasado nada. No es cuestión de hacer buenos propósitos en un momento de emoción, sino que hay que ser realistas y empezar a ponerlos en práctica, con todo el esfuerzo que eso pueda suponer cuando estamos en la aridez de la vida ordinaria. Y sabiendo con claridad que el Señor nos va a ayudar, porque El siempre está a nuestro lado para hacer posible lo que El mismo nos inspira.
Hay que superar muchas dificultades, para hacer posible el seguimiento de Jesús. Y lo primero es quitar el miedo. Porque sus exigencias nos producen temor, nos hacen pensar que nuestra vida guiada por las enseñanzas de Jesús, va a ser una vida triste, apagada, infeliz. Tenemos miedo de que no sean verdad las bienaventuranzas, que no sean caminos de felicidad, sino de amargura. Y no nos atrevemos a dar el paso para entrar por la puerta estrecha, nos quedamos en el umbral de esa puerta dudando, y no nos decidimos.
Otra dificultad que se nos presenta, es la reinterpretación del texto de Jesús; le buscamos explicaciones, que lo hagan más razonable, lo maquillamos y así le quitamos su esencia. Es que algunas afirmaciones del Señor (o todas) parecen exageraciones: “amar al enemigo” “arrancar tu mano si te escandaliza”, y así otras muchas. Nos ponemos razonables, nos ocupamos de traducir a lenguaje más humano y más suave el Evangelio; y entonces lo que hacemos es escribir nuestro propio Evangelio; ya no estamos imitando a Jesús, sino lo que hacemos es fabricar una imagen de Jesús “más simpático”, “más a nuestro alcance. Estamos construyendo la casa sobre arena.
Además, en este camino exigente del Evangelio, cuando hemos caminado algún trecho, experimentamos nuestra debilidad y caemos. Y a veces nos levantamos, pero con menos fuerzas que antes. A veces sin fuerzas. Y cuando las caídas ocurren varias veces, tenemos la tentación de no levantarnos y eso es retroceder. De no levantarnos más y de declarar que esto es imposible; que el heroísmo esta hecho para algunas personas excepcionales y no para personas normales, del montón, como somos nosotros.
Otra dificultad para poner en práctica estas enseñanzas surge del medio ambiente. El medio ambiente es más condescendiente, más blando, más razonable. Y pensamos que no hay que ser exagerados, que Dios no quiere que seamos raros y que llamemos la atención. Pensamos que basta hacer algunas cosas buenas, que basta con no cometer barbaridades; y así no llamamos la atención . Terminamos quedándonos contentos viviendo en la mediocridad.
Eso es lo que significa construir la casa sobre roca, o construirla sobre arena. Tener una vida firmemente apoyada en Dios, o débilmente apoyada en la tibieza. Hay que apoyar la vida en las Bienaventuranzas, en el perdón, en la confianza en Dios.+
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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