Víctor Casallo
2010-03-09 09:21:18
Manolo Montero partió al seno del Padre el último domingo, con la misma discreción con la que dio su vida cada día. En la maravillosa ciudad del Cusco, encargado durante años de la bella iglesia de la Compañía, el “Padre Montero” vivía para los menos visibles y más ignorados. En las calles o en su oficina compartía una palabra de aliento, un gesto de perdón, el dato de un trabajo o una limosna para dar de comer a su familia. Sin altos cargos ni dignidades, lo reconocían en cada esquina. Era tan parte del Cusco como su aire puro: vital e imperceptible.
Montero encontraba a Dios en las vidas más frágiles, quizás porque fue su propia fragilidad la que lo llevó al Cusco: enfermo, fue destinado a ese clima más sano; aunque lo que más lo hizo sufrir fue la inactividad que debió guardar para recuperarse. Quienes lo conocemos, imaginamos cuánto le habrá costado. Contaba esa historia sin dramatizarla, al igual que su experiencia de la guerra civil que le quitó familiares y le hizo conocer el hambre. Compartía esas vivencias “para en todo edificar”: herido por la debilidad aprendió cada día, hasta el final de su vida a poner todo en manos de Dios. Su pasión, la que le hacía brillar los ojos, indignarse o bromear, era que todos compartamos esa confianza en el Padre y no carguemos solos nuestras cruces.
Esa confianza lo hizo increíblemente libre: en el púlpito, en la mesa, en el taxi, en las aulas del colegio y del seminario, y en cada lugar donde estuvo, sus palabras aspiraban a transparentar al Dios que lo llenó de energía hasta el final. Hablar por primera vez con Montero era sorprenderse de su apertura al escuchar y opinar. Desarmaba las poses y prejuicios de quienes primero veíamos su sotana –sobre innumerables capas de ropa – y luego descubríamos su libertad, lucidez y picardía. Con esa libertad nos aclaraba el valor de los estudios. Recibía con ilusión los libros y copias que le llevaba de vez en cuando. Hace solo un mes comentaba sus impresiones sobre el “Jesús” de Pagola. Le dolía que la vida de la iglesia pareciera atender en ocasiones más al Derecho Canónico que a la Biblia y –precisamente por eso – se empeñó más al estudio y la enseñanza de los cánones. A los que trabajamos o nos enredamos con ideas, nos recordaba la oración de Jesús, previniéndonos contra hacernos sabios y entendidos a costa de alejarnos de los pobres y sencillos.
Con esa sencillez animó la calidez y alegría comunitaria de su comunidad de El Triunfo, siempre tan visitada. Me imagino ahora a Montero junto a Iñaki Elorza en la mesa del Padre comentando los partidos del Cienciano, recordando viejas anécdotas de jesuitas y soñando con su futuro. Deben estar preocupándose también por Teófila, quien debe estar llorándolos en la cocina de su querida comunidad…
Viejo amigo, no me reproches esta semblanza. Me recuerdas que somos solo instrumentos del amor de Dios, que todo lo demás es prescindible. Mejor termino intentando sintetizar en tres proposiciones lo que te empeñabas en hacernos comprender. En realidad solo era una: “déjate atraer por Cristo”. Así de esencial y cotidiano. Con todo, no nos dejabas confundirla con una receta espiritualista, intentaste acercarla más a nosotros y, en especial, a tus paisanos cusqueños. La segunda es una oblación que hiciste a medida de quien no puede ir a talleres de oración o ejercicios. La usabas, por ejemplo, con los taxistas que confesabas mientras te llevaban a tu querido comedor de niños: levantar la mirada y - recordando el slogan de aquella cerveza - decir “Va para ti, Señor”. La última era tu cita favorita de Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la iglesia y Patrona de las misiones, sabiduría y proyección en una persona frágil, como siempre recordabas. Era tu ideal de vida: ser como la pelotita con la que el Niño Jesús juega en su misteriosa voluntad. Así estás ahora plenamente en sus manos.
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2 comments:
Que ejemplo tan conmovedor para quien lee esta intención de servicio en Cristo del padre .... que el valor les acompañe siempre a todo sacerdote, que la gracia que Dios concede no se apague, que sus sonrisas crezcan aun ante la discrepancia, pero que el amor jamás nadie lo frene....Sea la luz de Cristo la que les acompañe, su bondad la que les calme, su bendición su protección y su lucha...gracias por darnos consejos cuando los necesitamos, por aclararnos nuestros pensares cuando se los decimos , pero más por invertir su tiempo en confesar aun cuando este se ha cumplido, muchas gracias a ustedes siempre sacerdotes cada cual con su carisma, Dios les proteja de todo mal, amén
GRACIAS PADRE MANUEL MONTERO TORRES
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