San Bernardino Realino S.J., San Juan Francisco de Régis S.J. y compañeros jesuitas de Europa



El 2 de julio la Iglesia recuerda varios santos y beatos sacerdotes de la Compañía de Jesús que estuvieron dedicados al apostolado en distintas partes de Europa.


En esta memoria se honra a los santos y beatos sacerdotes de la Compañía de Jesús que, en distintas regiones de Europa, estuvieron dedicados al apostolado de las misiones populares y rurales.

Ellos son:

*San Bernardino Realino: italiano, nacido el año 1530, fallecido el 2 de julio de 1616, canonizado por Pío XII en 1947.

*San Juan Francisco de Régis: francés, nacido el año 1597, fallecido el 31 de diciembre de 1640, canonizado por Clemente XII en 1737.

*San Francisco de Jerónimo: italiano, nacido el año 1642, fallecido el 11 de mayo de 1716, canonizado por Gregorio XVI en 1839.

*Beato Julián Maunoir: francés, nacido el año 1606, fallecido el 28 de enero de 1683, beatificado por Pío XII en 1951.

*Beato Antonio Baldinucci: italiano, nacido el año 1665, fallecido el 7 de noviembre de 1717, beatificado por León XIII en 1893.

"Oh Dios, que enviaste a tus sacerdotes a anunciar la paz por ciudades y aldeas;
llama obreros, que vayan también hoy a trabajar en la mies de tu Hijo".
SAN BERNARDINO REALINO SJ.

Pertenece a la segunda generación de jesuitas. La que fue formada, a la muerte de Ignacio, por quienes habían tratado al líder del grupo de los fundadores y habían sido marcados por su huella.

Ingresó Bernardino a la Compañía cuando era superior general el padre Laínez, uno de los compañeros de Ignacio en la fundación de la Compañía y su sucesor como superior general.

El padre Laínez quería para la Compañía gente ya hecha: "Denme ustedes personas que tengan experiencia del mundo, porque tales son buenos para nosotros".

Realino tenía esa experiencia. Cuando ingresa al noviciado, en Nápoles (en la costa centro-suroeste de Italia), a los 34 años, ha sido por diez años magistrado al servicio de municipios del norte de Italia. Y trae consigo la cultura humanista renacentista, que ha adquirido en las universidades de Módena, Bolonia y Ferrara, todas en el valle y al sur del río Po, en el norte de Italia.

LOS PRIMEROS AÑOS
Precisamente cerca de Ferrara (sede de la corte de Este), en Carpi, había nacido Bernardino, el 1º de diciembre de 1530. Su padre era caballerizo mayor de varias cortes de Italia y se hallaba casi siempre ausente del hogar. Esto hizo que Bernardino fuese hechura de su madre, a la que adoraba. Su afecto por ella, a la que perdió antes que a su padre, lo conservó vivo y tierno hasta su última vejez. Escribe él mismo, en tercera persona: "Confiado exclusivamente a la educación materna, reveló una índole capaz de hacer concebir de él las más halagüeñas esperanzas".
Junto a su madre creció Bernardino piadoso y con un estupendo carácter, afable y risueño.

ESTUDIOS Y CLORINDA
En su casa, bajo la dirección de profesores particulares, había iniciado los estudios de las literaturas latina y griega, que culminó brillantemente en la Academia de Módena. En ella, entre los 16 y 18 años, se mostró un compañero llano y afable, con una gran gusto y afición por la literatura.
De Módena se trasladó, en 1548, con 18 años, a Bolonia. Allí estudió tres años Filosofía, como preparación para la carrera de Medicina, que pensaba seguir.
Súbitamente, en 1551, con 21 años, cambió sus planes: sería abogado. En este cambio de planes tuvo que ver decisivamente la voluntad de una mujer, a la que él llama Clorinda, que tenía entonces unos 18 años, tres menos que él, de la que se enamoró perdidamente "hasta el punto -son sus palabras- de cifrar mi dicha en cumplir sus legítimos deseos, teniendo por género de crimen el sustraerme a su voluntad, pareciéndome que todo lo que yo era o tenía, a ella debía atribuírsele". Clorinda era una chica piadosa (Bernardino se enamoró de ella viendo su compostura en la misa) y de exquisita cultura en letras y filosofía, que había adquirido ella sola, sin maestros. Conservamos las cartas y los poemas que se dirigían los dos jóvenes.
Para la carrera de abogado, no servían los estudios de filosofía que había realizado Bernardino. Y tuvo que recuperar los tres años "perdidos" en ellos con una dedicación vehemente, por cinco años, a los de jurisprudencia, para abreviar el tiempo habitual en que ellos solían realizarse. Así logró Bernardino graduarse brillantemente en Derecho Civil y Canónico (eclesiástico) el 3 de junio de 1556, cuando tenía 25 años.

ALCALDE Y MAGISTRADO
La preparación académica de Bernardino, su cultura humanista, el prestigio que le daban sus cualidades humanas, abrieron rápidamente para él la puerta de los puestos públicos. Sin duda le ayudaron también las vinculaciones que tenía su padre: entonces se hallaba al servicio del Cardenal de Trento, Cristóbal Madruzzo, gobernador de Milán.
Inmediatamente Bernardino fue nombrado alcalde de Felizzano. Después, abogado fiscal de Alessandría de Piamonte (en la parte alta del valle del Po, cerca de Turín). Más tarde, alcalde de Cassino y pretor de Caltel Leone.
De cómo era Bernardino en el desempeño de sus cargos, tenemos un testimonio notable: el elogio con que lo despide la ciudad de Felizzano, cuando termina su oficio en ella. Dice así: "Deseamos poner en conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por amor o por codicia de riquezas. Ni es menos de alabar su prudencia en componer enemistades y discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que creímos había inaugurado una nueva era de tranquilidad y bonanza. Añádase a todo esto, que siempre tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y tan imparcial se mostró en la administración de la justicia, que nadie, por humilde que fuese su condición, jamás desconfió de alcanzar de él su derecho".

EL HUMANISTA
Este elogio nos invita a penetrar más profundamente en la persona del magistrado Realino.
Tiene un temperamento optimista, dulce, respetuoso de los otros, inclinado a la beneficencia.
Con este temperamento, vive los ideales del humanista italiano de los siglos XVI y XVII: estima optimista del hombre, valoración de todas las dimensiones humanas, de la virtud (que vence a la "fortuna" y que es premiada naturalmente con la "gloria"), de la nobleza (que es conquista y mérito personal), del saber en función del hacer (y, consiguientemente, de la vida activa sobre la contemplativa, en orden a construir la sociedad civil), del trabajo humano, del amor como don de sí. Todo ello, en una matriz cristiana, que sublima todas estas dimensiones de la naturaleza humana.
Esto lo plasma Bernardino en su trabajo de magistrado, buscando el "bien común", en un servicio de carácter social.

EN NÁPOLES: MADURACIÓN DOLOROSA
Un paso más en su carrera de hombre público es el de oidor y lugarteniente del nuevo gobernador de Nápoles, el marqués de Pescara. (Nápoles era entonces español y lo sería por siglos.)
La vida de Bernardino cambia de escenario. El norte de Italia, donde hasta entonces se había desarrollado, se cambia por el sur.
Realino había ido madurando personalmente y su opción cristiana se había ido haciendo más consciente. Influyen en su maduración fracasos profesionales y, sobre todo, la muerte de Clorinda, su mujer amada, en 1561, cuando ella tenía 28 años.
Queda profundamente herido. La desilusión de lo terreno (escribe entonces un tratado sobre la vanidad de las cosas temporales) se hace aspiración a lo definitivo. Y todo ello lo va preparando a encontrar en la Compañía (fundada 25 años antes) la realización de sus ideales.
Tres años dura este proceso. Tras ellos, sucederá algo decisivo en la vida de aquel magistrado ya de 33 años.

VOCACIÓN DE JESUITA
Bernardino no conocía a la Compañía de Jesús. La orden era joven: san Ignacio había muerto hacía sólo ocho años.
El primer contacto fue fortuito. En las calles de Nápoles Bernardino se tropezó con dos jesuitas jóvenes. Quedó impactado por la hondura y la alegría que revelaban externamente. Bernardino se informó de quiénes eran. Y el domingo siguiente fue a misa al templo de la nueva orden.
Allí escuchó la predicación del padre Juan Bautista Carminata. Se trataba de un predicador notable, que ya había brillado en los púlpitos de Italia antes de ordenarse de sacerdote. Quedó impactado por las palabras del predicador. Se preparó durante varios días a una confesión general que decidió hacer con el predicador. Se fue al colegio de los jesuitas y pidió una entrevista con Carminata. Este le sugirió que, antes de la confesión general, hiciese unos días de ejercicios espirituales. El mismo Carminata se los dirigió.
Realino aceptó. Y, en aquellos ejercicios, tomó la decisión de renunciar a su carrera y entregarse a Dios. El siguiente paso fue la concreción de dónde realizar su entrega. Poco a poco se fue determinando, serenamente, por la Compañía.
Todavía le surgió una duda. Su padre era anciano y achacoso, incapaz de valerse por sí mismo. Aunque no tenía necesidades materiales, estaba solo (la madre de Realino había muerto hacía años). ¿No sería mejor postergar el ingreso a la Compañía hasta que falleciese su padre? Discernió el asunto. Y se convenció serenamente de que debía seguir ya su vocación.

EL JESUITA
Puso en orden sus negocios, escribió una carta, larga y sentida, a su padre y, con la bendición de éste, fue admitido en la Compañía el 13 de octubre de 1534. Quien lo admitió fue el superior (provincial) de los jesuitas de Nápoles, padre Alfonso Salmerón, uno de los compañeros de san Ignacio, fundadores con él de la Compañía. Salmerón, junto con el entonces superior general de los jesuitas, había sido brillante teólogo en el Concilio de Trento.
La vocación de jesuita para Realino tiene un tono de deslumbramiento. Escribe a su padre que ha encontrado en la Compañía "vida buena, sana doctrina, pobreza de vestidos y riqueza de espíritu, ardor de caridad hacia Dios, y el prójimo". Ha encontrado "un verdadero retrato de la primitiva iglesia apostólica". Sus compañeros serán para él su "paraíso terrestre".
Este deslumbramiento es el que le hace renunciar alegremente a su profesión y a muchos aspectos de su cultura humanista (de la que conserva la mejor parte de sus contenidos ideales). Opta por la ciencia de la cruz, y se niega a sí mismo y su propia voluntad. Y correrá "a gran paso hacia aquella sangrienta pero vencedora Insignia del Capitán y Señor nuestro Cristo Jesús".
Y lo hace con alegría y consolación espiritual, feliz de poder honrar y servir al otro, dirigiendo todas las cosas para gloria de Dios. La alegría y la consolación espiritual es precisamente una de las características constantes, a lo largo de toda su vida, como se puede constatar en sus cartas y en los testimonios de quienes convivieron con él.
Su entrega le hace inclinarse a ser hermano jesuita (no sacerdote). Afirma que ha sido admitido por su buena salud y fuerzas físicas, que le harían un buen hermano, encargado de las tareas domésticas. No había sido admitido sólo por esas cualidades: tenía dos doctorados (en derecho civil y eclesiástico), había sido un magistrado brillante por ocho años, era autor de obras y comentarios de clásicos latinos. Los superiores lo destinaron al sacerdocio. Y, dada su preparación académica, menos de tres años después de su entrada al noviciado, el 24 de mayo de 1567 se ordenó sacerdote.
E inmediatamente san Francisco de Borja, nuevo superior general, que había sucedido al padre Laínez dos años antes, lo nombró maestro de novicios. Y eso, a pesar de que no había terminado los estudios teológicos. Tres años después de su ordenación sacerdotal, el primero de mayo de 1570, hizo su profesión de cuatro votos (los de pobreza, castidad y obediencia, y el de obedecer al papa en los envíos a misiones), grado de vinculación máxima a la Compañía que se concede sólo a quienes muestran excelencia en virtud y en ciencia.

EL APÓSTOL: EN NÁPOLES
Reside diez años (desde su entrada al noviciado) en Nápoles. Allí se gana a todos con su humildad y amabilidad. Y prodiga el consejo, el consuelo y el socorro.
Dirige la "congregación mariana" (grupo de formación de selectos) de nobles. Se encarga de la formación espiritual de los alumnos del colegio. Enseña el catecismo a rudos, ignorantes, desheredados y pilluelos de la calle. Asiste a los enfermos de los hospitales, a los presos de las cárceles y a los condenados a remar en las galeras. Busca allí esclavos turcos y mahometanos, para convertirlos.

EL APÓSTOL: 42 AÑOS EN LECCE
Mientras tanto, la ciudad de Lecce, en la Apulia, en el sureste de Italia (en el "talón" de la "bota" italiana), pedía la presencia de jesuitas Y en 1574 son destinados allí Bernardino, otro padre y un hermano. Y en Lecce vivirá Bernardino (que tenía entonces 44 años) hasta su muerte 42 años después.
Los tres jesuitas fueron recibidos en Lecce con júbilo, casi en triunfo, el 13 de diciembre de 1574. Eclesiásticos, caballeros y nobles salieron a recibiros a caballo, desde lejos de la ciudad. Y, ya en ella, se organizó una procesión para acompañarlos a la casa preparada para ellos.
Poco más de dos años después, en 1577, se inaugura la nueva iglesia de los jesuitas y se comienzan las obras del colegio. Este se inaugura seis años más tarde, en 1583. Su primer rector es Realino. En otras oportunidades fue vicerrector. Y en otras simple "operario". Pero siempre fue el alma del colegio. Obra predilecta suya fue la fundación de "congregaciones marianas" para los distintos grupos sociales: estudiantes, artesanos, comerciantes, eclesiásticos, nobles... De sus manos salían para los pobres limosnas sin límite. Tan sin límite, que se hace voz común que se trata de milagros. También se le atribuyen milagros de sanación de enfermos.
Lo externo (obras, limosnas) no identifica a Bernardino. Es, fundamentalmente, un consejero espiritual, por medio de las conversaciones, las cartas, las confesiones, los ejercicios Hay en su trabajo un mínimo de organización y un máximo de contactos interpersonales.
41 años y medio trabajó Realino en Lecce. Hubo proyectos de destinos a otras ciudades más importantes y, concretamente, a Roma. La gente de Lecce se alborotaba al conocer los proyectos de arrebatarles a su querido padre. De hecho problemas de salud de Bernardino frustraron su salida de Lecce.

EL SANTO
Precisamente, largas enfermedades, incomprensiones y mezquindades de algunos compañeros (sobre todo en sus primeros años en Lecce) purifican la alegría y el espíritu de Bernardino. Y a la fama de taumaturgo se une la de santidad. Y es que era austero hasta la exageración, privándose alegremente aun de lo necesario. Para él era lo peor de la casa. Se prodigaba a todos sin acordarse de los sacrificios, las molestias, los trabajos, las adversidades y los sufrimientos que le costaba. El tiempo del sueño lo entregaba a la oración, una oración en la que la devoción a María ocupaba un lugar privilegiado.
De cómo era Bernardino nos habla esta nota suya:
"El 28 de mayo, tuve un claro conocimiento de cómo soy nada y, por lo mismo, soy todo pecado, como que en el pecado está la nada.
Si soy nada, no debo sentirme cuando me veo despreciado, cuando no se atiende a mis gustos, etc. Si soy nada, debo estar siempre colgado de Dios, para que me conserve lo que me ha dado y es suyo; y para el fin que me lo ha dado, es decir, sólo para su gloria y alabanza... Si soy nada, nada puedo hacer: y, si hago algo, es Dios quien lo obra en mí: luego... a él solo la honra...
Conocí en la misma meditación que yo nada puedo y que Dios solo es el que obra todo el bien...
La humildad es la verdad. La humildad no desconoce el bien obrado ni los favores recibidos, pero todo lo atribuye a Aquél de quien todo procede".
Hubo un encuentro entre dos santos. Cuando Realino lleva algo más de 20 años en Lecce, en los años 1595 y 96, san Roberto Bellarmino es su superior provincial, al serlo de todos los jesuitas de la "provincia" de Nápoles. Queda en la tradición la estima que Bellarmino mostró hacia Realino, cuando como provincial visitó el colegio de Lecce.
La fama de santidad de Bernardino originó, el 21 de diciembre de 1615 (tenía ya 85 años y le quedaban seis meses de vida), una pintoresca petición del alcalde de Lecce a los notables de la ciudad, para que se dirijan oficialmente al obispo de la diócesis, a los obispos de diócesis cercanas y al papa, pidiéndoles empezar el examen de los testigos, para proceder más rápidamente a la canonización del anciano, cuando muriese. Además, el buen alcalde con los notables se presentó, pocos días antes de la muerte de Bernardino, para pedirle que fuese su patrono y protector en el cielo.

EL ANCIANO
Efectivamente, los años habían ido pasando. Y las fuerzas físicas de Bernardino lo habían acusado. Su último superior podrá escribir: "por la extrema vejez no podrá ejercer más los ministerios propios de la Compañía, pero continuará ayudando a todos con la oración, con el consejo de su vida transparente".
El 30 de junio de 1616 tuvo un ataque de apoplejía, que le hace perder el habla. Dos días después, el 2 de julio, moría el anciano. Tenía 85 años.
La noticia causó un revuelo en Lecce. La casa de los jesuitas y su iglesia se llenó de gente. Tanta que, al día siguiente, fue imposible celebrar la misa y cantar el oficio de difuntos. Hubo que hacerlo al día siguiente, a puerta cerrada y casi en secreto.

Nuestro anciano había firmado su última correspondencia, a un desolado, con estas palabras: "el viejo inútil Bernardino Realino".
No era inútil. Había llenado su vida. Buen ejemplo para nosotros.

Fue Beatificado por Pio VII en 1806.
Canonizado por Pio VII en 1947
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Su fiesta se celebra el 2 de julio
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(Angel Palencia SJ. Tomada de la Página Web del Centro Pastoral de la Universidad del Pacífico)

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