P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Ez 2,2-5; S.122; 2Cor 12,7-10; Mc 6,1-6
Aclaré en otra ocasión el problema de este texto sobre los hermanos de Jesús, que contra la virginidad y el culto a la virgen María usan algunos protestantes.
No hablaré de ello. Resumo la respuesta: 1.- El que María tuviera otros hijos no quita que fuese la madre de Jesús, ni, por tanto, que fuese madre de Dios, ni que la concepción de Jesús fuese virginal. 2.- “Hermano” en la Biblia significa también meramente pariente y hasta del mismo pueblo o aun connacional (Gen 13,8; Lev 10,4; 2Sam 19,13; Dt 25,3). 3.- El evangelio habla de “otra María”, madre de otros discípulos, Santiago y José, hermanos de Jesús (Mt. 13,55; 27,56; 28,1). Los hebreos, como nosotros, no ponemos el mismo nombre a dos hijos o hijas de los mismos padres. 4.- No se explica cómo Jesús en la cruz encomendó su madre al discípulo amado si hubiera tenido otros hijos.
Los textos de hoy insisten en que no escuchar la palabra de Dios es un pecado muy grave. Dios habla de que los israelitas no han escuchado a los profetas, son rebeldes, le han ofendido continuamente, son testarudos y obstinados. Tampoco escucharon a Jesús sus vecinos de Nazaret. Lo conocían muy bien. Menospreciaron su enseñanza porque no había estudiado nada y era de familia pobre, como la mayor parte de ellos mismos. Con esa actitud quedó bloqueado todo el poder de Jesús, que es para bien de los que le acogen, es decir creen en él.
Ya en el Antiguo Testamento y más todavía en el Nuevo la palabra de Dios ocupa un papel central. Es poder que obra (Jn 1,3) y es luz que revela (1,4-5). Dios actúa (Ge 1) y se comunica con la palabra. La palabra de Dios obra lo que dice y revela el pensamiento, el sentimiento y el deseo de Dios (Is 55,11).
Pero en el Nuevo Testamento la palabra es Jesús. “El Verbo, la Palabra, se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esta Palabra obra milagros (Mt 8,8ss; Jn 4,50ss), perdona los pecados (Mt 9, 1ss), transmite a los Doce sus poderes (Mt 18,18), instituye la Iglesia (Mt 16,18; Lc 22,32; Jn 21,15ss) y los sacramentos portadores de gracia (Lc 22,19; Jn 20,23). En Jesús y por Jesús la Palabra creadora de Dios actúa y salva. Pero en Jesús, además de obrar, la Palabra revela los misterios del Reino de Dios (Mt 13), anuncia (Mt 4,33), enseña con autoridad (Mc 1,22), con certeza absoluta; porque sus palabras no pasarán (Mt 24,35), porque “sus palabras son palabras de Dios” (Jn 3,34), son espíritu y vida (Jn 6,63), porque Jesús no habla de sí mismo, sino que primero le habló el Padre (Jn 12,49).
En la palabra, pues, está la salvación. La palabra viene a identificarse con Dios. Aceptarla es aceptar a Dios; rechazarla es rechazar a Dios (Mc 8,38). Sin embargo no todos la aceptan (Mt 13). Siempre, hasta el fin de los tiempos, habrá quienes la acepten y habrá quienes la rechacen. Los hay que la rechazan de plano como camino asfaltado; los que la aceptan superficialmente; los que pretenden lo imposible, que dé fruto en un corazón vicioso; los que la acogen y practican con más o menos generosidad. Rechazarla es condenarse. Buscarla y acogerla con afán, renunciar a todo por encontrarla y obrarla es la salvación (Mt 13,49). El que es de Dios la escucha y no verá la muerte; pero quien la rechaza, queda condenado porque es hijo del Diablo (Jn 8, 43s. 47. 51).
Difundir la palabra es función esencial y principalísima de la Iglesia. El crecer de la palabra es lo mismo que el crecer de la Iglesia (Hch 6,7). Es palabra de vida (Flp 2,16, es viva y eficaz (Hb 4,12), a ella deben los fieles su salvación (Hch 13,26), es la palabra de Jesús (Mc 16,20).
De aquí derivan cosas muy importantes para el vigor de nuestra vida cristiana. La siembra de la palabra en el propio corazón es una necesidad y una obligación de todo creyente consciente. No bastan oraciones, ni frecuencia de sacramentos. Es necesario leer y aun meditar la palabra de Dios: Escuchar bien la homilía en la misa, leer la Biblia y libros santos, no deben ser en nosotros algo extraordinario sino normal, como vemos, leemos y escuchamos programas de TV, radio, periódicos o revistas. Un católico responsable debe estar bien informado de la postura de la Iglesia ante situaciones actuales, también debe conocer suficientemente ciertas cosas incluso para clarificarlas a los demás; debe sobre todo conocer bien lo concerniente a los deberes de su propia vida familiar, profesional y social. El mismo crecer en la fe va exigiendo al cristiano una mejor formación. De aquí la importancia de los retiros, los fines de semana dedicados a la escucha o lectura de la palabra o de la enseñanza de la Iglesia, la homilía de la misa, la lectura y reflexión de la palabra de Dios en familia.
De todo lo dicho (y más que se podría añadir) pueden deducir, hermanos, la importancia de lo que se llama la formación permanente. La catequesis no es una actividad de la Iglesia limitada a niños y jóvenes y. menos, a momentos puntuales de recepción de sacramentos. El niño y el adulto, el joven y el anciano, han de seguir conservando lo aprendido y aprendiendo lo que exigen las nuevas necesidades personales y de la Iglesia, han de seguir profundizando y gustando más y más del tesoro de la fe, que en definitiva es tan profundo, tan alto, tan ancho como el amor de Dios que se revela en Cristo (v. Ef 3,14-29).
De aquí se deduce la enorme importancia que tienen los grupos y asociaciones eclesiales y los cursos de religión en los colegios. Hay mucho que hacer en su mejora. Yo invoco a los profesores a que los preparen bien, que toquen los puntos que verdaderamente son problemas prácticos para sus alumnos, que impartan las lecciones como verdaderos profetas, que pidan a Dios ese espíritu que necesitan para su misión, que lo hagan con entusiasmo. El curso de religión puede y debe ser una hora muy interesante para niños y jóvenes. Y también invoco a los padres a que le den importancia, a que conozcan lo que allí se enseña, a que pidan corregir las lagunas que pueda haber y, a veces, a que recuerden o aprendan lo olvidado o nunca se les enseñó.
Recuerden, hermanos, Jesús es la verdad y todo el que es de la verdad, escucha su voz (Jn 19,37)
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