P. Vicente Gallo S.J.
En el amor de pareja, en su vivir la relación y compartir juntos la vida, hay días claros, llenos de luz; y días nublados en los que no se ve el sol. También puede llegar la noche, en la que ya ni luz hay siquiera. Es menos noche la que es pasajera, en la que permanece la esperanza y a la que sobreviene la alegría del amanecer; pero noche total es cuando ni la esperanza queda, es la terrible noche de la muerte. Son distinciones sumamente importantes que hay que entenderlas y saber tenerlas presentes llegado el caso, para no confundirse lamentablemente y sentir desconcierto cuando el sol se oculta.
La luz es hermosa, resulta muy grata, pero sólo en el Cielo será permanente; en el vivir de aquí, siempre sobrevendrán los nubarrones y la noche, cuando la luz se debilita o cuando se oculta a nuestra visión. Así es la realidad insoslayable del amor en la vida de pareja; no hay que hacerse otras ilusiones vanas. Habrá que arreglar los problemas que sobrevengan en la vida de relación de pareja antes de que, con la noche total de la muerte de uno, no quede tiempo para hacerlo, y se llore por no haberlo hecho antes.
Con frecuencia caemos en el amodorramiento o quizás en el sueño, sin ser conscientes de que la luz apenas brilla o que estamos sumidos por las tinieblas. Debemos permanecer lúcidos en todas las situaciones, despiertos para percatarnos de que el enemigo está sembrando la cizaña en nuestro campo; y que nos está tendiendo redes en apariencia despreciables, como lo es para una mosca la tela de araña, o para un león la malla de cuerdas que le lanza el cazador. Enredados sin esperarlo ni apenas advertirlo, todo acabará en vernos perdidos como aherrojados con cadenas imposibles ya de romper. No se olvide que las redes y las maromas están compuestas de hilos, cada uno de ellos muy despreciables, pero que, bien tramados, sirven para esclavizar aun a los que se consideran más fuertes. Así sucede en muchas ocasiones.
Cuando en la vida de pareja el uno o el otro están siendo hipersensibles, y detrás de cualquier palabra o detalle sin mayor malicia del cónyuge uno encuentra malas intenciones, ganas de herir, o ve un monte donde no lo hay, es que la relación está funcionando mal. El que se ve así afectado tiene el deber de procurar tener un diálogo entre ambos lo antes posible, antes de que ese estado de ánimo hostil se agrave, y antes de que paulatinamente vaya creciendo y termine en algún doloroso reventón.
En primer lugar deberá hacerse consciente de la hipersensibilidad que padece. No importa tanto el descubrir las causas de las que procede; ni son esas causas las que se han de llevar al diálogo que se necesita tener. Tampoco debe esperar a que el otro le haga caer en la cuenta de que está bajo una hipersensibilidad fuera de lo normal, aunque puede servir de motivo a uno para caer en la cuenta de ello y admitir que es así. Pero al admitirlo, no debe asumir la actitud de defenderse o de buscar razones que le justifiquen esa hipersensibilidad. Por el contrario, su deber es admitirlo y tomárselo en serio, para así ponerse a dialogar. Pero dialogar sobre esa hipersensibilidad.
El diálogo consistirá en poner en el otro tal confianza que se acerque a él para decirle todo lo hipersensible que se ve por cualquier palabra o detalle, y comenzar diciendo que se asusta al darse cuenta de ello, porque le parece un síntoma de que la relación de pareja está enferma y en peligro. Debe decirle al otro los sentimientos que tiene al caer en la cuenta de esa situación; los pensamientos que le asaltan al reaccionar tan hipersensible, y las actitudes o comportamientos que adopta en esos casos. Quizás el otro se sienta parecido.
Ya de entrada, el primero debe suplicar al otro que le ayude a curarse de esa fiebre de tales sentimientos de mal signo que le afectan. Es válido recordarle que para esto se casaron juntos: para amarse y ayudarse todos los días de su vida; y que ahora está necesitado de la ayuda de su amor incondicional. Si terminan riéndose de sí mismos por ver cómo son, con buen humor y dándose un beso muy amoroso, el diálogo ha sido correcto y verdadero. Podrán decirse el uno al otro que ahora se aman más de veras que antes de haber tenido la decisión de dialogar, y haberlo tomado como remedio.
No habrían llegado a ello, ni a sentirse tan felices, si hubiesen caído en la trampa de echarse la culpa el uno al otro o haber querido encontrar quién de los dos era más culpable; o si el enredo hubiera sido quedarse en mirar los pensamientos o los comportamientos, como si ellos fuesen el hecho en cuestión, en lugar de dejarlos en lo que son: simples manifestaciones de la hipersensibilidad y los sentimientos experimentados, que era el verdadero tema del diálogo. Mucho menos válido sería si, por temores infundados, o por parecer que la cosa no era para tanto, una pequeñez, se hubiesen mantenido sin dialogar debidamente.
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Pongo otro ejemplo. Podría ser el caso de que el uno o el otro se sintiese usado, manipulado en lugar de amado, en su vida de relación de pareja; y no en una ocasión, sino generalmente. Por eso de que “hablando se entiende la gente”, el afectado podría tomar la decisión de “aclarar las cosas de una vez por todas y que eso se termine”. Sin duda que es una decisión plausible; pues si se deja estar, lo que podía ser una simple sensación o sospecha puede convertirse en lamentable realidad; y de todas las maneras, es preferible que cuanto antes se acabe ese abuso en la relación muy ajeno al amor de pareja y de veras inadmisible. Ciertamente necesitan hablar.
Pero ha de saberse hablar de la cosa, sin hacer que la situación derive en una pelea en la que ambos se causen heridas feas que serían peores que el remedio que se busca. Ello ocurriría si el llamado “diálogo” fuese “poner las cartas sobre la mesa”; comenzado, el que se siente usado, llamando al otro para que le escuche, y “diciéndole todo lo que necesita saber: porque está ya muy harto de sus abusos de confianza”, citándole dos, tres o cinco casos que puede recordar. Para pedirle así que lo reconozca, que no trate de defenderse, y que se cuide de no volverlo a repetir.
Aclaradas de ese modo las cosas, se podría terminar la reunión, y a vivir en adelante sin problemas. ¿Se conseguirá? Podemos dar por cierto que no se habrá conseguido nada, si no es la satisfacción del que se sentía usado, y la humillación del que abusaba; eso en el mejor de los casos. Pero la relación habrá empeorado seguramente. Ocultamente afectados, será peor la situación.
El camino adecuado es el mismo que propusimos en el caso anterior: ponerse a dialogar sobre los sentimientos. En un gesto de confianza y de intimidad de amor, abrirse al otro para manifestarle cómo se está sintiendo de un tiempo a esta parte: un sentimiento mezcla de tristeza y de rabia. Decirle cómo ese sentimiento le hace perderse en pensamientos confusos que minan su relación de pareja, predominando la sensación de parecerle que en vez de amado está siendo usado; y así mismo, hablar de los comportamientos que está teniendo: retraimiento, silencios, reacciones agresivas como defensa, etc.
Debe decir que todo esto le preocupa, y que quiere acabar de sentir eso: pidiéndole al otro que le ayude a verse liberado. Necesita ser escuchado con el corazón; y deja al otro que hable, escuchándole con el corazón igualmente. Entonces sí es muy verosímil que terminarán abrazándose muy de corazón a corazón. Han tenido un verdadero “diálogo”. Su relación se ha hecho más sólida, y su amor mucho más grande gracias a esa decisión de amor y confianza. Y gracias a seguir creyendo siempre en el Diálogo sobre los sentimientos como el único camino para lograr la Intimidad o mantenerse en ella cuando pareciera haberse perdido.
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