P. Vicente Gallo S.J.
Lo que de todas las maneras se necesita siempre es la decisión firme de amarse, estando siempre atentos a las situaciones que manifiesten una vida de relación muy pobre o un verdadero peligro de terminar en distanciamiento y acaso en una ruptura. Acudiendo siempre al diálogo sobre los sentimientos que el uno o los dos están teniendo al verse afectados por esa situación.
Hay que hacer de este tipo de diálogo la panacea para todos los problemas que surjan en la vida diaria del matrimonio, sea por las propias tendencias egoístas, o también muy comúnmente porque el mundo en el que se vive induce a ponerse a “ser dos” en lugar de mantenerse siendo de veras “una sola carne”. Si el amor no se cultiva con el diálogo, lo más probable es que insensiblemente irá cayendo en temible deterioro.
El Concilio Vaticano II decía a los esposos que no sólo la Palabra de Dios exhorta a los esposos a alimentar constantemente el matrimonio fomentando un amor verdadero y único entre ambos cónyuges; “los hombres de espíritu sano de nuestros tiempos exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer con las mejores razones y enseñan las mejores maneras de amarse para lograr los comportamientos sanos de los pueblos y las gentes de nuestra civilización y de nuestros tiempos”.
Hermosas palabras, como estas otras del Concilio: “El amor, propio del matrimonio, se expresa y se manifiesta con las obras. Todos los actos mediante los cuáles se unen en el amor casto y en la intimidad los esposos, son actos dignos y honestos, pero han de darse de modo verdaderamente humano y han de significar y favorecer la donación mutua complementándose ambos con espíritu gozoso. Ese amor matrimonial supera totalmente la mera satisfacción erótica, la que, por ser cultivo del mutuo egoísmo, se puede desvanecer rápida y miserablemente... Lo que evidencia la unidad del matrimonio querida por Dios, es el modo de amarse basado de veras en el reconocimiento de la igualdad de personas que hay entre el varón y la mujer, y en el mutuo y pleno amor expresado siempre por ambos” (GS 49).
Pero difícilmente pueden hallarse otras maneras mejores de fomentar y expresar ese amor de la pareja sino este: el dedicarse algún tiempo de cada día al diálogo tal como aquí lo planteamos. Manteniendo una actitud permanente de apertura y donación total del uno al otro, sin reservarse como intocables las mejores intimidades, esos personales sentimientos que, por una razón o por otra, cualquiera de los dos están experimentando en la vida de cada día, y que casi siempre están fundados en algo que toca su vida de relación.
Estar siempre atentos a descubrir con lucidez esos síntomas de que algo está marchando mal en la vida de relación, es indispensable para que esa relación de pareja permanezca siempre feliz. Como es igualmente necesario el decidir tomarse cada día unos minutos siquiera para vivir la Intimidad del amor con el que se unieron al casarse. Los dos haciendo “una sola carne”.
Eso que solamente se logra en el Diálogo que aquí estamos planteando: dialogando no sobre cosas, o sobre ideas, opiniones, puntos de vista, o razones que uno tiene; sino sobre los sentimientos que a uno le están afectando, los pensamientos que le invaden desde cualquiera de esos sentimientos, y los comportamientos que uno tiene por efecto de lo que siente. Evitando siempre las discusiones y mucho más las peleas, que desunen en lugar de unir más a los dos. Abriendo el uno al otro lo profundo de su corazón para darse con amor mutuamente. Haciendo que los dos sean de veras UNO; gozando de verdadera Intimidad al hacerlo.
Hay que hacer de este tipo de diálogo la panacea para todos los problemas que surjan en la vida diaria del matrimonio, sea por las propias tendencias egoístas, o también muy comúnmente porque el mundo en el que se vive induce a ponerse a “ser dos” en lugar de mantenerse siendo de veras “una sola carne”. Si el amor no se cultiva con el diálogo, lo más probable es que insensiblemente irá cayendo en temible deterioro.
El Concilio Vaticano II decía a los esposos que no sólo la Palabra de Dios exhorta a los esposos a alimentar constantemente el matrimonio fomentando un amor verdadero y único entre ambos cónyuges; “los hombres de espíritu sano de nuestros tiempos exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer con las mejores razones y enseñan las mejores maneras de amarse para lograr los comportamientos sanos de los pueblos y las gentes de nuestra civilización y de nuestros tiempos”.
Hermosas palabras, como estas otras del Concilio: “El amor, propio del matrimonio, se expresa y se manifiesta con las obras. Todos los actos mediante los cuáles se unen en el amor casto y en la intimidad los esposos, son actos dignos y honestos, pero han de darse de modo verdaderamente humano y han de significar y favorecer la donación mutua complementándose ambos con espíritu gozoso. Ese amor matrimonial supera totalmente la mera satisfacción erótica, la que, por ser cultivo del mutuo egoísmo, se puede desvanecer rápida y miserablemente... Lo que evidencia la unidad del matrimonio querida por Dios, es el modo de amarse basado de veras en el reconocimiento de la igualdad de personas que hay entre el varón y la mujer, y en el mutuo y pleno amor expresado siempre por ambos” (GS 49).
Pero difícilmente pueden hallarse otras maneras mejores de fomentar y expresar ese amor de la pareja sino este: el dedicarse algún tiempo de cada día al diálogo tal como aquí lo planteamos. Manteniendo una actitud permanente de apertura y donación total del uno al otro, sin reservarse como intocables las mejores intimidades, esos personales sentimientos que, por una razón o por otra, cualquiera de los dos están experimentando en la vida de cada día, y que casi siempre están fundados en algo que toca su vida de relación.
Estar siempre atentos a descubrir con lucidez esos síntomas de que algo está marchando mal en la vida de relación, es indispensable para que esa relación de pareja permanezca siempre feliz. Como es igualmente necesario el decidir tomarse cada día unos minutos siquiera para vivir la Intimidad del amor con el que se unieron al casarse. Los dos haciendo “una sola carne”.
Eso que solamente se logra en el Diálogo que aquí estamos planteando: dialogando no sobre cosas, o sobre ideas, opiniones, puntos de vista, o razones que uno tiene; sino sobre los sentimientos que a uno le están afectando, los pensamientos que le invaden desde cualquiera de esos sentimientos, y los comportamientos que uno tiene por efecto de lo que siente. Evitando siempre las discusiones y mucho más las peleas, que desunen en lugar de unir más a los dos. Abriendo el uno al otro lo profundo de su corazón para darse con amor mutuamente. Haciendo que los dos sean de veras UNO; gozando de verdadera Intimidad al hacerlo.
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