Bodas de Oro Sacerdotales
El día jueves 24 de julio (2009) en la Capilla de la O de la Parroquia de San Pedro, se realizó la Misa de Acción de Gracias por los 50 años Sacerdotales de los padres Miguel Girón S.J., José María Carreras S.J., Santiago Izuzquiza S.J., e Ignacio Muguiro S.J. y también por los del P. Vicente Gallo S.J. que cumpliría también 50 años Sacerdotales el 30 de julio. Estuvieron presentes los padres Miguel Girón S.J., Santiago Izuzquiza S.J. y Vicente Gallo S.J., quienes concelebraron la Misa de Acción de Gracias junto con el P. Carlos Rodríguez Arana S.J. Provincial del Perú. El P. Santiago Izuzquiza S.J., delicado de salud, con pocas palabras pero llenas de alegría, dio las gracias por todo el cariño mostrado por sus amistades y fieles y agradeció a Dios por estos 50 años de sacerdote y por tanto bien recibido.
Queremos dar gracias a Dios por estas vidas dedicadas a su servicio, que se muestran como ejemplo de quienes se sientan llamados a esta vocación, en especial en este Año Sacerdotal, donde debemos orar por los sacerdotes y por las vocaciones. Que Dios los siga bendiciendo por tanta entrega y que siga obrando en ellos como lo ha hecho en estos 50 años.
A continuación compartimos las palabras de los padres Vicente Gallo S.J. y Miguel Girón S.J. en la Homilía.
Palabras del P. Vicente Gallo S.J.
Jesucristo, Dios hecho hombre, es el único Sacerdote y lo es para siempre, Mediador entre Dios y los hombres, conforme a la fe que nos transmite la Carta a los Hebreos. Jesucristo, Enviado por el Padre, dijo a los Doce que Él quiso elegir: “Cómo el Padre me ha enviado a mí, así los envío yo ahora a ustedes”, haciéndoles partícipes de la MISIÓN divina con la que Él vino al mundo y se hizo hombre.
Al decir “Esto es mi Cuerpo, tomen y coman”, a ellos les dijo “Hagan esto en conmemoración mía”. Terminada su vida terrena, cuando ya había resucitado, al dejarlos a ellos en lugar suyo les dijo: “Reciban el Espíritu santo; a quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos”. El perdón es sólo de Dios, afirmó Jesús. La Iglesia, mediante los Sacerdotes, perdona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios en quien creemos.
Así les transfirió su Sacerdocio. Ellos a su vez, se lo transmitieron a los Obispos por la imposición de las manos y la oración al Señor.
Con ese mismo rito sacramental de imponerles las manos orando a Dios, los Obispos, desde el principio dieron participación de su Sacerdocio y de la MISIÓN divina de Jesucristo, a los Presbíteros.
Esa es en la Iglesia nuestra función: “Administradores de los Misterios de Dios, a quienes se les pide ser fieles”. Esta dedicación a la que libremente nos hemos entregado, como María al responder al Ángel “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”, conlleva entregar a ese servicio a la MISIÓN DIVINA de Cristo, todo nuestro ser, con el cuerpo entero y el alma con todas sus potencias, asumidos por Dios en el Espíritu Santo, de manera que en Él, y solamente con Él, podamos ser servidores de Cristo, la Palabra de Dios, con la totalidad y exclusividad con la que lo fue María, VIRGEN antes del parto, en el parto y después del parto; sintiendo ella no llegar a poder responder fielmente en tal compromiso, ni aún dándose totalmente a Él y solamente a Él, sino “porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”, afirmó.
Ese es el CELIBATO SACERDOTAL. Doy gracias a Dios porque hace 50 años me eligió para ser un SACERDOTE DE CRISTO. Por un gran don de su misericordia, no por méritos míos. Soy deudor de Dios, nada hay de lo que yo pueda gloriarme. Les pido una oración por mí.
Palabras del P. Miguel Girón S.J.
Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Por eso se hizo hombre, nos amó y se entregó por nosotros, fuimos redimidos por Él, por su Sangre derramada en la cruz. Quiso Dios en su bondad que los méritos conseguidos por Cristo llegasen al hombre por medio de los Sacramentos. Por eso instituyó el SACERDOCIO.
«La noche en que iba a ser entregado, sentado a la mesa con sus discípulos, tomó el pan y dando gracias, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros.
Tomó después el cáliz y dando gracias de nuevo lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Nueva Alianza que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados” y añadió: “Hagan esto en conmemoración mía”, encargando que perpetuasen el sacrificio de la Nueva Alianza en memoria suya instituyendo así el sacerdocio en la Iglesia (Lc. 22) Del Corazón traspasado de Cristo nace la Eucaristía y en la Eucaristía instituye Cristo el Sacerdocio.
Para mía hablar hoy del Sacerdocio es recordar y hacer presente la elección, la vocación, la llamada de Dios, que me hizo hace más de 50 años, siendo yo niño de 10 años, metido en el pastizal de mi pueblo (como David) sin entender, ni saber nada de nada, el Señor me invitó a seguirlo. Dios se sirvió del párroco de mi pueblo, amigo de mis padres, para sembrar en mí la semilla de la vocación.
Me ayuda, al pensar en esta historia mía, la Palabra que dirige Dios a Moisés para elegir a su hermano Aarón: “Llama ahora mismo a Aarón, para que ejerza mi sacerdocio” (Ex. 28,1)
Signo de predilección y de amor de Dios, que lleva la iniciativa y se sirve del hombre para que colabore con Él en la obra de la salvación – Cura de Ars: Amor del Corazón de Cristo. El sacerdocio es de Él y a Él le pertenece: “Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec”. Él es el que llama a quien quiere y como quiere y se vale de instrumentos débiles para comunicar la riqueza extraordinaria de la gracia a los hombres.
En la Carta a los Hebreos leemos: “el sacerdote es elegido entre los hombres, a favor de los hombres, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, para compadecerse de los ignorantes y extraviados por estar Él también lleno de debilidad” (Hb 5,7)
Dios quiere poner como guías, pastores y sacerdotes de su pueblo a hombres según su corazón (Jr 3,15), pero que al mismo tiempo experimenten cada día las flaquezas propias de la naturaleza humana.
Misterio grande, don inmerecido que llevamos en vasos de barro y que Dios nos da para amar y servir gratuitamente.
La misión que el Señor confía a los que elige como sacerdotes es: predicar el evangelio, bautizar, comunicar el Espíritu Santo, perdonar los pecados, presidir la Eucaristía, guiar la comunidad y ser instrumentos de comunión en la Iglesia.
Por eso Pablo recuerda a los presbíteros: “Que la gente vea en nosotros servidores de Cristo y administradores fieles de la gracia de Dios, riqueza de la Iglesia.
Quiero recordar en esta historia de mi vocación tres momentos importantes que han dejado una huella profunda en mi corazón, y dar gracias al Señor por tanto bien recibido.
- El primero fue a los 13 años de edad, camino hacia el Seminario. Fue un arrancón tan fuerte aquel día en el momento de la separación que comencé a llorar al despedirme de mi madre y mis hermanos; y mi padre que me acompañaba, se detuvo a las afueras del pueblo y me dijo con gran respeto: si te quedas aquí con nosotros estaremos contentos; si te vas al Seminario también nos sentiremos felices. Tú decides. Me cuesta separarme de Uds., – respondí - pero quiero ir al Seminario.
- Segundo momento a los 24 años, antes de ordenarme Sacerdote. Pío XII acababa de pedir misioneros voluntarios para el Japón y para Latino América, el año 1950, y me ofrecí al Señor porque vi que me llamaba. Pasaron 3 años y un día el Padre Provincial me llamó y me dijo: Aquí veo escrito tu nombre, un día te ofreciste como misionero. La próxima semana sale un barco de Barcelona hacia el Perú ¿Estás dispuesto a viajar allá? Con la gracia de Dios, sí – respondí. Eran años de vocaciones abundantes y la vida y las cartas de San Francisco Javier infundían en nosotros un espíritu misionero que contagiaba. El Espíritu Santo actuaba con fuerza en nosotros.
- El tercer momento fue la ordenación sacerdotal en la Iglesia de los Jesuitas de Madrid el año 1959. Éramos 25 candidatos para recibir el presbiterado. El Obispo en nombre de Jesucristo me preguntó:
· ¿Quieres consagrarte al servicio de la Iglesia? – Con la gracia del Espíritu Santo, sí, quiero.
· ¿Quieres unirte a Cristo Sumo Sacerdote que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa y consagrarte a Dios para la salvación de los hombres? – Sí, quiero, por la gracia de Dios.
Han pasado 50 años después de ese “si quiero” y en verdad que Dios ha sido bueno conmigo. Su misericordia y fidelidad han llegado hasta el extremo.
Muchos momentos de alegría y gozo en el Señor por su amor y por su gracia, muchos momentos de debilidad y de infidelidad. El perdón ha sido siempre el signo fuerte que frente a mis debilidades ha vencido en el amor y en la fidelidad de Dios.
Dios incluyó todo bajo el dominio del pecado para compadecerse de mí. Él permitió que cometiera tantos errores en mi vida para que yo pudiera compadecerme de los más débiles. Él ha querido consolarme tantas veces en mi vida, para que sepa consolar a los que se sienten deprimidos y destruidos.
Hay un acontecimiento que no puedo dejar de mencionar, entre tantos milagros que Dios ha hecho en mi vida, muy vinculado con el Camino Catecumenal. El padre José Luis es testigo de él.
Era el mes de octubre de 1976, me encontraba en una crisis profunda de fe y Dios me envió al equipo de catequesis itinerantes José Luis, Bernardo y Sandra. Pese a mi resistencia, el Señor quiso vencer. Durante, más de una hora, con la puerta cerrada en el Despacho Parroquial, para que no pudiera escaparme, me anunciaron el Kerigma y me pidieron en nombre de Jesucristo iniciar las catequesis en la Parroquia de la Inmaculada. Y hoy podemos ver cómo la Palabra profética que ellos nos anunciaron se ha ido cumpliendo gracias a la obra que el Espíritu Santo ha ido realizando en todos nosotros.
Quiero terminar bendiciendo al Señor con la palabra del Salmo 88 “Cantaré eternamente tus misericordias y anunciaré siempre tu fidelidad” Y recordar la palabra que tantas veces he saboreado en mi corazón y ha levantado mi espíritu. Palabra que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Reaviva en ti el carisma, la gracia de Dios que recibiste por la imposición de las manos del Obispo, el día de tu ordenación”. (2 Tim. 1,6)
Y vivir mi vocación sacerdotal como me pide la Congregación General 35: Estar y caminar con Jesucristo, mirando al mundo con sus ojos, amándolo con su corazón y penetrando en sus profundidades con su compasión ilimitada.
Esto quiero que pidamos.
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Fotos. De arriba hacia abajo:
1º. De izquierda a derecha: P. Vicente Gallo S.J., P. Carlos Rodríguez S.J. Provincial; P. Miguel Girón S.J. concelebrando la Misa.
2º. P. Santiago Izuzquiza S.J., felicitado por feligreses.
3º. P. Vicente Gallo S.J.
4º. Concelebrando la Misa de izquierda a derecha: padres Villalobos S.J., Gallo S.J., Rodríguez S.J., Girón S.J. y Eguilior S.J.
5º. P. Miguel Girón S.J.
6º. P. Miguel Girón S.J. y miembros de su comunidad de CVX.
7º. P. Miguel Girón S.J. y miembros del Apostolado de la Oración.
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Queremos dar gracias a Dios por estas vidas dedicadas a su servicio, que se muestran como ejemplo de quienes se sientan llamados a esta vocación, en especial en este Año Sacerdotal, donde debemos orar por los sacerdotes y por las vocaciones. Que Dios los siga bendiciendo por tanta entrega y que siga obrando en ellos como lo ha hecho en estos 50 años.
A continuación compartimos las palabras de los padres Vicente Gallo S.J. y Miguel Girón S.J. en la Homilía.
Palabras del P. Vicente Gallo S.J.
Jesucristo, Dios hecho hombre, es el único Sacerdote y lo es para siempre, Mediador entre Dios y los hombres, conforme a la fe que nos transmite la Carta a los Hebreos. Jesucristo, Enviado por el Padre, dijo a los Doce que Él quiso elegir: “Cómo el Padre me ha enviado a mí, así los envío yo ahora a ustedes”, haciéndoles partícipes de la MISIÓN divina con la que Él vino al mundo y se hizo hombre.
Al decir “Esto es mi Cuerpo, tomen y coman”, a ellos les dijo “Hagan esto en conmemoración mía”. Terminada su vida terrena, cuando ya había resucitado, al dejarlos a ellos en lugar suyo les dijo: “Reciban el Espíritu santo; a quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos”. El perdón es sólo de Dios, afirmó Jesús. La Iglesia, mediante los Sacerdotes, perdona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios en quien creemos.
Así les transfirió su Sacerdocio. Ellos a su vez, se lo transmitieron a los Obispos por la imposición de las manos y la oración al Señor.
Con ese mismo rito sacramental de imponerles las manos orando a Dios, los Obispos, desde el principio dieron participación de su Sacerdocio y de la MISIÓN divina de Jesucristo, a los Presbíteros.
Esa es en la Iglesia nuestra función: “Administradores de los Misterios de Dios, a quienes se les pide ser fieles”. Esta dedicación a la que libremente nos hemos entregado, como María al responder al Ángel “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”, conlleva entregar a ese servicio a la MISIÓN DIVINA de Cristo, todo nuestro ser, con el cuerpo entero y el alma con todas sus potencias, asumidos por Dios en el Espíritu Santo, de manera que en Él, y solamente con Él, podamos ser servidores de Cristo, la Palabra de Dios, con la totalidad y exclusividad con la que lo fue María, VIRGEN antes del parto, en el parto y después del parto; sintiendo ella no llegar a poder responder fielmente en tal compromiso, ni aún dándose totalmente a Él y solamente a Él, sino “porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”, afirmó.
Ese es el CELIBATO SACERDOTAL. Doy gracias a Dios porque hace 50 años me eligió para ser un SACERDOTE DE CRISTO. Por un gran don de su misericordia, no por méritos míos. Soy deudor de Dios, nada hay de lo que yo pueda gloriarme. Les pido una oración por mí.
Palabras del P. Miguel Girón S.J.
Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Por eso se hizo hombre, nos amó y se entregó por nosotros, fuimos redimidos por Él, por su Sangre derramada en la cruz. Quiso Dios en su bondad que los méritos conseguidos por Cristo llegasen al hombre por medio de los Sacramentos. Por eso instituyó el SACERDOCIO.
«La noche en que iba a ser entregado, sentado a la mesa con sus discípulos, tomó el pan y dando gracias, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros.
Tomó después el cáliz y dando gracias de nuevo lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Nueva Alianza que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados” y añadió: “Hagan esto en conmemoración mía”, encargando que perpetuasen el sacrificio de la Nueva Alianza en memoria suya instituyendo así el sacerdocio en la Iglesia (Lc. 22) Del Corazón traspasado de Cristo nace la Eucaristía y en la Eucaristía instituye Cristo el Sacerdocio.
Para mía hablar hoy del Sacerdocio es recordar y hacer presente la elección, la vocación, la llamada de Dios, que me hizo hace más de 50 años, siendo yo niño de 10 años, metido en el pastizal de mi pueblo (como David) sin entender, ni saber nada de nada, el Señor me invitó a seguirlo. Dios se sirvió del párroco de mi pueblo, amigo de mis padres, para sembrar en mí la semilla de la vocación.
Me ayuda, al pensar en esta historia mía, la Palabra que dirige Dios a Moisés para elegir a su hermano Aarón: “Llama ahora mismo a Aarón, para que ejerza mi sacerdocio” (Ex. 28,1)
Signo de predilección y de amor de Dios, que lleva la iniciativa y se sirve del hombre para que colabore con Él en la obra de la salvación – Cura de Ars: Amor del Corazón de Cristo. El sacerdocio es de Él y a Él le pertenece: “Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec”. Él es el que llama a quien quiere y como quiere y se vale de instrumentos débiles para comunicar la riqueza extraordinaria de la gracia a los hombres.
En la Carta a los Hebreos leemos: “el sacerdote es elegido entre los hombres, a favor de los hombres, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, para compadecerse de los ignorantes y extraviados por estar Él también lleno de debilidad” (Hb 5,7)
Dios quiere poner como guías, pastores y sacerdotes de su pueblo a hombres según su corazón (Jr 3,15), pero que al mismo tiempo experimenten cada día las flaquezas propias de la naturaleza humana.
Misterio grande, don inmerecido que llevamos en vasos de barro y que Dios nos da para amar y servir gratuitamente.
La misión que el Señor confía a los que elige como sacerdotes es: predicar el evangelio, bautizar, comunicar el Espíritu Santo, perdonar los pecados, presidir la Eucaristía, guiar la comunidad y ser instrumentos de comunión en la Iglesia.
Por eso Pablo recuerda a los presbíteros: “Que la gente vea en nosotros servidores de Cristo y administradores fieles de la gracia de Dios, riqueza de la Iglesia.
Quiero recordar en esta historia de mi vocación tres momentos importantes que han dejado una huella profunda en mi corazón, y dar gracias al Señor por tanto bien recibido.
- El primero fue a los 13 años de edad, camino hacia el Seminario. Fue un arrancón tan fuerte aquel día en el momento de la separación que comencé a llorar al despedirme de mi madre y mis hermanos; y mi padre que me acompañaba, se detuvo a las afueras del pueblo y me dijo con gran respeto: si te quedas aquí con nosotros estaremos contentos; si te vas al Seminario también nos sentiremos felices. Tú decides. Me cuesta separarme de Uds., – respondí - pero quiero ir al Seminario.
- Segundo momento a los 24 años, antes de ordenarme Sacerdote. Pío XII acababa de pedir misioneros voluntarios para el Japón y para Latino América, el año 1950, y me ofrecí al Señor porque vi que me llamaba. Pasaron 3 años y un día el Padre Provincial me llamó y me dijo: Aquí veo escrito tu nombre, un día te ofreciste como misionero. La próxima semana sale un barco de Barcelona hacia el Perú ¿Estás dispuesto a viajar allá? Con la gracia de Dios, sí – respondí. Eran años de vocaciones abundantes y la vida y las cartas de San Francisco Javier infundían en nosotros un espíritu misionero que contagiaba. El Espíritu Santo actuaba con fuerza en nosotros.
- El tercer momento fue la ordenación sacerdotal en la Iglesia de los Jesuitas de Madrid el año 1959. Éramos 25 candidatos para recibir el presbiterado. El Obispo en nombre de Jesucristo me preguntó:
· ¿Quieres consagrarte al servicio de la Iglesia? – Con la gracia del Espíritu Santo, sí, quiero.
· ¿Quieres unirte a Cristo Sumo Sacerdote que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa y consagrarte a Dios para la salvación de los hombres? – Sí, quiero, por la gracia de Dios.
Han pasado 50 años después de ese “si quiero” y en verdad que Dios ha sido bueno conmigo. Su misericordia y fidelidad han llegado hasta el extremo.
Muchos momentos de alegría y gozo en el Señor por su amor y por su gracia, muchos momentos de debilidad y de infidelidad. El perdón ha sido siempre el signo fuerte que frente a mis debilidades ha vencido en el amor y en la fidelidad de Dios.
Dios incluyó todo bajo el dominio del pecado para compadecerse de mí. Él permitió que cometiera tantos errores en mi vida para que yo pudiera compadecerme de los más débiles. Él ha querido consolarme tantas veces en mi vida, para que sepa consolar a los que se sienten deprimidos y destruidos.
Hay un acontecimiento que no puedo dejar de mencionar, entre tantos milagros que Dios ha hecho en mi vida, muy vinculado con el Camino Catecumenal. El padre José Luis es testigo de él.
Era el mes de octubre de 1976, me encontraba en una crisis profunda de fe y Dios me envió al equipo de catequesis itinerantes José Luis, Bernardo y Sandra. Pese a mi resistencia, el Señor quiso vencer. Durante, más de una hora, con la puerta cerrada en el Despacho Parroquial, para que no pudiera escaparme, me anunciaron el Kerigma y me pidieron en nombre de Jesucristo iniciar las catequesis en la Parroquia de la Inmaculada. Y hoy podemos ver cómo la Palabra profética que ellos nos anunciaron se ha ido cumpliendo gracias a la obra que el Espíritu Santo ha ido realizando en todos nosotros.
Quiero terminar bendiciendo al Señor con la palabra del Salmo 88 “Cantaré eternamente tus misericordias y anunciaré siempre tu fidelidad” Y recordar la palabra que tantas veces he saboreado en mi corazón y ha levantado mi espíritu. Palabra que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Reaviva en ti el carisma, la gracia de Dios que recibiste por la imposición de las manos del Obispo, el día de tu ordenación”. (2 Tim. 1,6)
Y vivir mi vocación sacerdotal como me pide la Congregación General 35: Estar y caminar con Jesucristo, mirando al mundo con sus ojos, amándolo con su corazón y penetrando en sus profundidades con su compasión ilimitada.
Esto quiero que pidamos.
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Fotos. De arriba hacia abajo:
1º. De izquierda a derecha: P. Vicente Gallo S.J., P. Carlos Rodríguez S.J. Provincial; P. Miguel Girón S.J. concelebrando la Misa.
2º. P. Santiago Izuzquiza S.J., felicitado por feligreses.
3º. P. Vicente Gallo S.J.
4º. Concelebrando la Misa de izquierda a derecha: padres Villalobos S.J., Gallo S.J., Rodríguez S.J., Girón S.J. y Eguilior S.J.
5º. P. Miguel Girón S.J.
6º. P. Miguel Girón S.J. y miembros de su comunidad de CVX.
7º. P. Miguel Girón S.J. y miembros del Apostolado de la Oración.
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