P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Jesús viene para aquellos que se sienten en humildad, pecadores: “No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores” (Mc 2,17). Se precisa la conversión del corazón porque el pecado se esconde en el interior de la persona: “Porque de dentro del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,21). Su persona da signos claros de liberar a los hombres de sus pecados y debilidades: “Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. El, con una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos” (Mt 8,16).
Pero, conviene el subrayarlo, Jesús viene sobre todo a quitar “el pecado del mundo”: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Se trata de una ceguera persistente y obstinada: “La causa de esta condenación está en que, habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3,19). Esta ceguera conlleva no sólo la incredulidad, sino también la indiferencia y hasta el odio hacia Cristo: “Si yo no hubiese venido o no les hubiera hablado tan claramente, no serían culpables, pero ahora ya no tienen disculpa por su pecado. El que me odia a mí, odia también a mi Padre” (Jn 15,22-23). Dentro de nosotros mismos podemos encontrar esta fuerza de pecado: “Yo no soy mas que un pobre hombre vendido como esclavo al pecado. Realmente, no acabo de entender lo que me pasa; quisiera hacer lo que me agrada, pero hago lo que detesto” (Rm 7,14-15).
Pero lo único que hace posible y real la superación del pecado del mundo que conduce a la aniquilación y a la muerte es la persona de Jesucristo: “Pero la Escritura presenta todas las cosas bajo el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por medio de la fe en Jesucristo” (Gal 3,22); “A quien no conoció pecado, Dios le trató por nosotros como al propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintamos la fuerza salvadora de Dios” (2 Co 5,21).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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