SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
5.5. LA ELEVACIÓN Y LA CAÍDA DE LAS CRIATURAS ESPIRITUALES
5.5.1. LA PROVIDENCIA: LA CONSERVACIÓN Y EL GOBIERNO DIVINO DEL MUNDO
5.5.1.1. Noción de Providencia
Se llama Providencia el cuidado y gobierno que Dios tiene de todas las criaturas, a las que dirige convenientemente a su fin.
Dios tiene Providencia especial del hombre. Su sabiduría le exige que cuide con mayor solicitud de las criaturas más nobles. "Antes se olvidará la madre de su hijo que Dios de nosotros" (Is. 49,15).
5.5.1.2. Conservación y gobierno de las criaturas
La Providencia abarca dos cosas: la conservación de las criaturas y el gobierno de ellas.
l°. Dios conserva a las criaturas, haciendo que permanezcan en el ser. Como necesitaron de Dios para salir de la nada, así necesitan de El para mantenerse en el ser y no volver a la nada.
El ser contingente recibe el ser en todos los momentos de su existir, y no sólo en el primero; para él el instante que precede no es razón suficiente de su existencia en el instante que sigue; sino que depende en todo momento de quien le dio el ser, de la misma manera que el arroyo depende de la fuente que lo alimenta. En otras palabras, las criaturas no pueden seguir existiendo "por su propio impulso", porque en ese caso serían independientes de Dios, existirían por sí mismas, lo cual es imposible en los seres contingentes.
Con toda verdad, pues, se dice que la conservación es una creación continuada.
2°. Dios gobierna también los seres, dirigiéndoles a los fines para los cuales los creó. En especial dispone todas las cosas para provecho espiritual del hombre: "Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" dice San Pablo (Rom. 8, 18).
Pero la acción de la Providencia no destruye la libertad; de manera que, desgraciadamente, el hombre puede contrariarla y perderse eternamente.
5.5.1.3. Existencia de la Providencia
La Escritura nos revela en todas sus páginas su existencia: "Tu Providencia, oh Dios, gobierna el mundo", leemos en la Sabiduría (14, 3); y el Salvador nos dice: "No os acongojéis por hallar qué comer o cómo vestiros. Bien sabe vuestro Padre que de ello necesitáis"" (Mt. 6, 31).
Dios cuida hasta de las cosas más pequeñas, sin que ello desdiga de su grandeza, puesto que todos son obras de sus manos. Ni un cabello cae de nuestra cabeza sin que El lo quiera (cfr. Luc. 21,18).
La existencia de la Providencia es también una verdad de fe definida: "Todo lo que Dios creó, con su Providencia lo gobierna y conserva" (Conc. Vat. I, Dz. 1789).
Dios providente es una consecuencia de su infinitud: nada, en ningún aspecto, escapa a su Ser y a sus perfecciones infinitas; todo lo ve, todo lo conoce, todo lo dispone o lo permite, todo lo orienta a Su Gloria y a nuestra felicidad.
La aceptación y profundización de esta verdad dogmática supondrá en nuestra vida un aumento de fe: todos los acontecimientos, en lo personal y a nuestro alrededor, provienen de la mano amorosa de Dios, que siempre, a veces de modo difícil de comprender, los orienta a nuestro bien.
5.5.1.4. Cosas que parecen oponérsele
Tres cosas parecen oponerse a la divina Providencia:
1° El mal físico, sean los sufrimientos, enfermedades, la muerte y demás flaquezas del hombre.
2°. El mal moral, o sea el pecado.
3°. La prosperidad de los malos y sufrimiento de los buenos. Estudiemos este triple aspecto de la cuestión.
A) El mal físico
El mal físico, como la ignorancia, pobreza, enfermedades y la muerte no va contra la divina Providencia:
- Porque estos males o son inherentes a nuestra condición imperfecta de criaturas, o una consecuencia y castigo del pecado.
- Porque estos males no lo son en realidad, sino sólo en apariencia; pues sufridos con resignación, se convierten en bienes, es decir:
- Hacen posible expiar nuestros pecados pasados. En efecto, el sufrimiento cristianamente aceptado, es un medio de expiación.
- Con ellos podemos probarle a Dios nuestra fidelidad, reconociendo como Job que de El vienen tanto los sucesos prósperos como los adversos.
- Ayudan a acrecentar el mérito y virtud; pues no están estos en servir a Dios cuando todo sale bien, sino cuando la necesidad o el dolor nos visitan.
B) El mal moral
El mal moral, o sea el pecado, no tiene su causa en Dios, sino en el hombre, esto es, en el mal uso que hace de su libertad. Por ello, no se opone a la Providencia de Dios, que es siempre santa. (cfr. Dz. 514, 816). Expliquemos esta doctrina en sus diversos puntos:
1°. Dios no es el autor del pecado. El autor y responsable del pecado es el hombre, por el abuso de su libertad.
2°. Dios tampoco quiere el pecado, sino que por el contrario lo aborrece supremamente, y lo prohíbe y castiga con gran severidad.
3°. Dios únicamente permite el pecado; y esto por muy graves motivos:
- a) Por respeto a la libertad del hombre. Dios la respeta tanto, que no impide la libre acción de éste, aunque le disguste infinitamente.
- b) Porque quiere que el hombre tenga mérito y derecho a recompensa. Si Dios lo forzara a obedecer, no tendría una cosa ni la otra.
- c) Porque Dios es suficientemente sabio para sacar bienes aun del abuso de nuestra libertad.
"Dios no permitiría el mal, dice San Agustín, si de él no pudiera sacar bienes". Ejemplos: La historia de José, la traición de Judas, las persecuciones de la Iglesia. La liturgia entona el Sábado Santo las siguientes palabras, referentes al pecado de Adán: "¡Oh feliz culpa! que nos mereció tan grande y excelente Redentor".
C) El sufrimiento de los buenos y la prosperidad de los malos
La prosperidad de que gozan los malos y los sufrimientos de los buenos tampoco se oponen a la divina Providencia.
Digamos en primer lugar que hay muchas excepciones. Con sobrada frecuencia los buenos prosperan y los malos se ven arruinados. Además la prosperidad de los malos y los reveses de los buenos tienen muchas veces clara explicación natural; a saber, hay personas muy buenas, pero carecen de las dotes naturales necesarias para prosperar en un negocio: inteligencia, previsión, tacto, constancia, etc. Y los malos pueden tener estas dotes en grado muy superior.
Pero aun descontando esto, decimos que la prosperidad de los malos y los sufrimientos de los buenos no van contra la Providencia:
1°. Porque la Justicia Divina no se cumple definitivamente en esta vida sino en la otra. Muchas veces los que gozan aquí irán a sufrir allá. Como nos enseña Cristo en la parábola del rico Epulón (cfr. Lc. 16, 19).
¿Cómo es posible -podría preguntar más de uno- que tantos malos en esta tierra triunfan en su vida personal y parece que lo tienen todo?: honores, riquezas, mando, goces para su baja sensualidad. Y, también: ¿cómo es que tantos gobiernos -la historia habla-, pueden por años y lustros atropellar la libertad de los hombres, de naciones enteras que, violentados y avasallados, tienen que vivir heróicamente su fe?
Una maravillosa respuesta daba un sacerdote santo. Sin ser palabras textuales decía: no hay nadie tan malo en el mundo (aunque nunca le gustó dividir a las personas en buenas y malas), no hay gente de intención tan miserable y ruin, que no haya hecho algo virtuoso en su vida. Dios, es la Bondad, y premia ese bien que han hecho: premia en esta vida, porque después ya no será posible.
2°. Porque el sufrimiento, lejos de ser una señal del abandono de Dios, lo es de su predilección. El bendice con la cruz.
Los Proverbios enseñan que: "Dios castiga a los que ama" (3,12). Y el arcángel San Rafael dijo a Tobías, al devolverle la vista: Porque eras justo, fue necesario que la tribulación te probara" (12,13). Además, Dios retribuye a los malos el bien que hacen con bienes temporales, ya que no podrá premiarlos con los eternos.
5.5.1.5. Confianza en Dios
El pensamiento de la Providencia debe movernos:
a) confiar en Dios sin vacilar, pidiéndole lo que necesitamos.
b) a recibir con sumisión los males de esta vida; sin rebelarnos contra sus designios.
San Pedro nos escribe: "Humillaos bajo la mano poderosa de Dios, descargando en su amoroso seno todas vuestras solicitudes, pues El tiene cuidado de vosotros" (I Pe. 5, 6).
Recordemos también, que es necesario poner de nuestra parte los ¡os necesarios para conseguir lo que necesitamos.
Quedarnos de brazos cruzados y dejarlo todo a la Providencia equivale a tentar a Dios, pues es exigirle milagros sin necesidad. Resulta, pues, verdadero el refrán: "Ayúdate que Dios te ayudará".
Respecto a las realidades terrenas (la política, las ciencias, etc.) Dios las deja a la libre responsabilidad de los hombres, porque gozan de autonomía. "Sin embargo, si por "autonomía de las realidades terrestres", se entiende que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre las puede utilizar de modo que no las refiera al Creador, no habrá nadie de los que creen en Dios que no se dé cuenta hasta qué punto estas opiniones son falsas. La criatura sin el Creador se esfuma" (Conc. Vaticano II, Const. past. Gaudium et Spes. num. 36). Cfr. Puebla, nn. 216, 276, 279, 436 y 454.
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