Padre Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (20, 1 - 16):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Palabra del Señor
El Señor no se cansa de buscarnos, de llamarnos a la hora que sea a que trabajemos en su viña.
El Evangelio de San Mateo nos narra la parábola de los distintos obreros contratados para trabajar en una viña. Esta parábola concluye con dos lecciones: La generosidad de Dios en el reparto de sus dones en contraste con la envidia humana, y la paradoja de “los últimos serán los primeros”.
Lo primero que se debe considerar en esta parábola es la sucesión de obreros contratados a trabajar en distintas horas del día. Es una indicación de la búsqueda incesante de Dios: Dios sale al mundo y busca a los hombres en todo momento, y no se cansa de pasar y volver a pasar, hasta que logra invitar a todos a trabajar en su Reino, a aceptar su mensaje. No pasa una vez, sino que vuelve a pasar y a repetir su visita. Es una manifestación de la bondad de Dios que quiere llamar a todos. Ser llamados por Dios, ser buscados por Dios, ser importantes para Dios: eso quiere enseñarnos el Señor.
La historia de cada uno es diferente, hay quienes fueron encontrados por el Señor al comienzo de la vida, y respondieron a la llamada, otros responden a Dios más adelante, en la juventud, o en la madurez, o en la vejez, o en la ancianidad. Dios pasa y vuelve a pasar, porque quiere a todos en su Reino (en el trabajo de su viña, como dice esta parábola).
Esto lo apreciamos incluso en la historia de los Santos. Algunos desde su más tierna infancia se entregaron a Dios en forma absoluta: es el caso de San Luis Gonzaga, por ejemplo. Otros tardaron mucho tiempo de su vida en aceptar a Dios y dedicarse a El por entero, como San Pablo, San Agustín, San Ignacio de Loyola.
Parecería que los que han dedicado más tiempo de su vida a Dios, merecerían una mayor recompensa; pensamos así porque nosotros, que nos guiamos con criterios muy humanos, incluso en las cosas de Dios, pretendemos privilegios, queremos establecer escala de méritos. Hay quienes se consideran dueños de la situación por haber llegado primero.
Y esto sucede porque no nos damos cuenta de lo gratuito que es el amor de Dios. Todo lo que tenemos lo hemos recibido, y si lo consideramos así, no nos sentiremos dueños de nada. Nuestro privilegio único es haber sido llamados por Dios. Y considerarnos por eso dueños de la situación es pecar de ingratitud, y de orgullo. ¿Tenemos derecho a sentirnos por encima de nadie, por el hecho de que Dios en su infinita generosidad haya querido depositar en nosotros su amor?
Porque de eso se trata, del amor de Dios: el ir a trabajar a su viña, es trabajar con El, dedicarnos a El. Entregarle nuestra vida y nuestras actividades. Y el premio es El mismo ¿Puede alguien quejarse de que Dios se entregue a otros a los que llamó un poco más tarde? Si frente al denario todos nos sintiéramos que se nos da gratuitamente, no tendríamos reclamos, y más bien sentiríamos un gran agradecimiento, deberíamos alegrarnos de que alguien, que fue llamado al final, también haya recibido la totalidad del denario, o sea a Dios mismo.
Pero no podemos con nuestra envidia y mezquindad, que denota el espíritu tan pobre que tenemos. Y la mayor mezquindad de espíritu es convertir el amor (lo más gratuito que se da y se recibe) en mercancía que se compra y se vende, que se mide, y que se reclama. Y justo, por el hecho de haber sido amado, mirar con superioridad a otros (decir yo merezco más, yo soy más), es no haber entendido el amor.
Ya hay en la Biblia varios ejemplos de estos; los que quieren tener más derechos por haber llegado antes: El más conocido es el de los dos apóstoles (Santiago y Juan) que pretenden adelantarse a los demás y piden los dos puestos de privilegio en el Reino de Jesús. Son los que quieren ser más que los otros, ganarles la partida. Y Jesús vuelve a repetir, a estos apóstoles y a todos sus seguidores, la misma lección: el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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