La Misa: 3° Parte - La palpitación popular en la Eucaristía de la Iglesia primitiva

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


El memorial litúrgico es una modalidad popular de la experiencia religiosa, pues apaga la sed espiritual del hombre al hacerle beber en las fuentes religiosas originarias. Por eso la Eucaristía, Memorial de la Pascua del Señor, a lo largo de los siglos ha sido popular en alto grado, porque el pueblo cristiano ama lo concreto y al mismo tiempo atisba a través del misterio litúrgico del pan y del vino la presencia de la muerte y de la resurrección de Jesús que poco a poco se va manifestando a los pobres de espíritu y a los limpios de corazón como el origen Fontal del Pueblo de la Nueva Alianza.

El célebre liturgista Odo Casel escribió con acierto:

“El misterio permanece siempre misterio y no todo se puede abrir inmediatamente a todos. Se revela poco a poco a los ojos de los limpios de corazón y a los humildes. Con esto no decimos ninguna cosa exótica, pues ni la formación intelectual, ni la cultura estética, sino sólo la humildad y la pureza interior dan acceso en forma franca a los divinos misterios” (Casel p. 125)

Si queremos ahora penetrar en la palpitación popular de la iglesia primitiva en sus celebraciones eucarísticas debemos ante todo fijar nuestra atención en los textos del N.T. que nos hablan de la institución de la Eucaristía (Mt. 26,26-28; Mc. 14,22-25; Lc. 22,19-20; 1 Cor. 11,23-25)

Al leer atentamente todos estos textos es fácil descubrir en ellos una rúbrica elemental de las celebraciones eucarísticas usada en las iglesias locales primitivas. Pablo y Lucas nos permiten situar la bendición del pan y de su consagración al final del segundo seder y nos dicen expresamente que después de haber cenado Jesús bendijo y consagró la copa de las bendiciones. Por su parte Mateo y Marcos colocan la consagración del vino a continuación de la del pan.

En todos estos textos aparecen también todos los grandes temas religiosos de la piedad popular judía vista en la Cena Pascual. En ellos hallamos la bendición y la alabanza, la nueva alianza sellada con la sangre del Cordero verdadero, el sacrificio de comunión y de expiación, y también el memorial litúrgico.

La orden del Señor dada a los apóstoles -“Haced esto en memorial mío”- es el lazo de unión entre la Cena del Señor, su cruz Gloriosa y la Eucaristía Cristiana.
La noción de “memorial” es una categoría bíblica, tradicional y rica para hacer derivar de ella los demás aspectos del misterio eucarístico; porque el memorial eucarístico dice relación ante todo a un acontecimiento pasado, pero también implica la idea de actualización y de anticipación: por una parte hace presente el acontecimiento de la Pascua del Señor conmemorado y celebrado y por la otra anticipa la salvación definitiva futura por la esperanza enraizada en la misma muerte y resurrección de Jesús.

La recuperación por la teología del concepto de “memorial” nos permite presentar los puntos esenciales del dogma católico en un lenguaje capaz de ser aceptado por los protestantes, ya que el memorial subraya el carácter histórico del culto católico centrado en un acontecimiento de la historia y salva el realismo del misterio eucarístico sin comprometer la unicidad y la suficiencia del sacrificio de la Cruz (Heb. 9,11-12)

A través del memorial hallamos en nuestra Misa ante todo el sacrificio de Cristo en el Calvario de forma real aunque de modo mistérico y sacramental. Hay, pues, una identidad numérica entre el sacrificio del Gólgota y el sacrificio de la Misa. La celebración eucarística re-presenta, es decir, hace presente de nuevo a través de los símbolos litúrgicos la inmolación redentora de Jesucristo. Se trata, por tanto, de un mismo sacrificio que tuvo lugar en un momento determinado de la historia humana, que está eternamente presente en el cielo y que se hace presente en la tierra por el rito eucarístico.

Los textos de la institución de la Eucaristía hablan claramente de la presencia en el rito del sacrificio expiatorio de Jesús: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Esta es mi cuerpo entregado por vosotros. Esta es mi sangre que se derrama por muchos en remisión de los pecados (Lc. 22,19; Mt. 14,24)”. Pero este sacrificio de Jesús es presentado por los evangelistas en la línea del sacrificio del Siervo de Yavé, es decir, de una inmolación personal hasta la muerte por fidelidad a Dios (Is. 53; Mt. 26,28; Jn. 10,17-18; 1Jn. 4,9-10)
El rito sacrificial siempre ha sido la manifestación de los sentimientos de sumisión ante Dios brotando del corazón humano. Por eso Jesús en la última cena manifestó culturalmente sus sentimientos de entrega amante al Padre en el pan y en el vino, símbolos que desde entonces hacen presentes ante la comunidad de los fieles su cuerpo inmolado y su sangre derramada en la Cruz. Así, pues la Cruz se hizo misteriosamente presente en la Última Cena y a través de esa Cena re-aparece en todas las celebraciones eucarísticas.

Cristo entregado libremente a la muerte por amor y obediencia al Padre aparece en la Misa como la meta sacrificial de todos los fieles. De ahí que la celebración eucarística se convierta por una parte en el momento cumbre de la unión mística del único sacrificio redentor con los sacrificios cotidianos de los católicos simbolizados en la colecta del dinero (1 Cor. 16,1-4), y por otra parte, en el lugar donde los fieles toman ánimos para seguir día a día ofreciéndose como víctimas vivas para dar sin cesar un culto espiritual agradable a Dios (Rom. 12,1-21; Col. 1,9-29)

Además, el memorial nos hace presente el sacrificio de comunión y alimenta la experiencia religiosa y la unión fraterna, ya que la participación del Cuerpo y de la Sangre del Señor abre los corazones cristianos al Padre y a los ciudadanos del Pueblo de Dios (1 Cor. 10,14-22)

La Eucaristía al ser recibida como banquete sagrado nos introduce cada vez más en la nueva alianza, nos robustece en ella, nos fortalece para no traicionarla. Por eso desde muy pronto se introdujeron en el rito de la preparación de la comunión la recitación del Padre Nuestro y el abrazo de la paz, para indicar con ello que la comunión nos une a Dios y a los hombres vistos como hijos del Padre. De ahí que antes de comulgar los católicos deben liberarse de todo sentimiento de odio o de enemistad (Mt. 5,23)


Lo dicho sobre el sacrificio de comunión nos lleva a considerar otro aspecto religioso de la Misa, es decir, la Eucaristía vista como el rito litúrgico dejado por Jesucristo para la renovación constante de la Nueva Alianza.



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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
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