P. Manuel Mosquero Martin S.J.
†
Novena Promesa del Sagrado
Corazón de Jesús
"Bendeciré la casa, en que mi imagen de mi corazón sea expuesta y honrada"
Marchaba un día Julio César a bordo de una
embarcación, a unirse con sus legionarios, para dirigir la guerra contra
Pompeyo. De repente se levanta una furiosa tempestad, se yerguen la olas,
vacila la lancha. El barquero tiembla e interroga con la mirada a su
acompañante, que está imperturbable, sereno. “¿Por qué temes?” grita el
barquero, “Caesarem vehis”, llevas contigo a César”.
En la travesía de la vida tenemos que
sortear muchos escollos, vencer muchas tempestades… Pero podemos estar seguros
de que alcanzaremos el puerto, si llevamos con nosotros al Corazón de Jesús, si
su imagen ocupa el altar mayor de nuestros hogares, si la llevamos entronizada
en nuestro pecho.
Con ocasión de encontrarse Jesús en casa de
Zaqueo, que le había hospedado generosamente, le dijo: “Hoy ha entrado la
salvación en esta casa” (Lc. 19, 9).
A.
EL CULTO A LA IMAGEN
1.
Legitimidad de este culto. Si
leyeran estas palabras, “legitimidad de este culto”, los iconoclastas de todos
los tiempos, fruncirían el entrecejo con mirada torva y displicente. Pero
contra ellos arremetemos, al firmar que no sólo es legítimo, sino natural.
Hubo un tiempo en que los
enemigos del culto decían: La religión es espíritu y verdad. ¿Por qué
materializarla, encarnándola en un símbolo, en una imagen? ¿No es esto una idolatría?
La Iglesia ha dado ya la
respuesta, que los iconófobos de nuestros días no han oído, o no han
comprendido.
Cuando contemplamos la
imagen, no la vemos separada de la Persona Divina del Verbo; y cuando
veneramos, no es la imagen en sí y por sí lo que veneramos, sino el AMOR
INFINITO, que ella nos representa y recuerda (Tridentino, Sesión XXV)
Precisamente este recuerdo
de su AMOR INFINITO en la memoria, fácilmente olvidadiza, es lo que Jesucristo
quería suscitar por el culto a la imagen de su Divino Corazón, a fin de
“tocarles su corazón sensible” (Sta. Margarita)
2.
Valor psicológico. Bajo el
punto de vista:
a.
Nacional. Cuando besamos el
pabellón de la Patria y le damos culto natural, saludándolo con respeto, ¿se le
ocurrirá a un hombre de juicio sano afirmar que estamos haciéndolo a un trapo,
aunque sea de seda y repujado de pedrería? No; aquello es el símbolo y emblema
de nuestra Patria y todo se lo referimos a nuestra nación, que es como nuestra
madre. Eso significa la palabra Patria, Madre. Todas las naciones del mundo,
por gloria y reconocimiento, perennizan en monumentos la efigie de sus grandes
hombres.
b.
Familia. Nosotros prestamos un
culto de afecto especial a los retratos de los seres queridos. ¡Ojalá que no se
haya muerto aún tu madre! Pero, si ya se te fue a la otra vida, yo creo que más
de una vez habrás besado, con emoción y lágrimas, la fotografía, ya casi
gastada de tanto apretarla con tus labios. Y ¿qué responderías al que te
sorprendiera en esa actitud de ternura filial y a boca de jarro te soltara
¡estás loco! ¿por qué besas tan fuerte esa cartulina, si eso es un papel?
c.
Pedagógico. Con imágenes se
sensibilizan las ideas. Visita las escuelas más modernas y mejor montadas
técnica y pedagógicamente.
d.
Religioso. “Nadie, dice Jesucristo,
ha visto a Dios”. Y, sin embargo, añade San Pablo, tenemos la imagen indirecta
en el universo, que es como un inmenso reflejo de las perfecciones de Dios. En
Alba de Tormes (Salamanca, España), cuando se ve el corazón de Santa Teresa,
(el corazón, esa víscera material, símbolo del amor, y ella ¡cuánto amó a
Dios!), dicen todos los que saben quién había sido la mística Doctora: “He ahí
un alma gigante, que amó apasionadamente a Dios y a los hombres por Dios”.
3.
Valor teológico. Por lo demás,
el mejor argumento es la voluntad misma de Dios, que quiere ser adorado en la
Imagen de su Corazón. Esto dice Santa Margarita de Alacoque: “Nuestro Señor
Jesucristo me ha hecho conocer que su Sacratísimo Corazón es la fuente de toda
bendición y que Él las derramará abundantemente donde quiera que sea expuesta,
para ser honrado Él, la imagen de este amable Corazón. Él me ha prometido que
en todos aquellos lugares, en que esté expuesta esta imagen para ser
singularmente honrada, atraerá toda clase de bendiciones. Mi divino Salvador me
ha prometido derramar abundantemente en el corazón de todos aquellos, que
honren la imagen del Sagrado Corazón, todos los dones, de que este Corazón está
repleto. Me ha prometido imprimir su amor en el corazón de todos aquellos, que
lleven encima esta imagen, y destruir en ellos todo movimiento desarreglado”
(Carta a la M. Saumaise).
B.
BENDICIONES DE JESUCRISTO PARA
LOS QUE CUMPLAN LAS DOS CONDICIONES QUE EL PIDE
Bendecir etimológicamente,
como ya he indicado anteriormente, es “decir bien”, es desear el bien para una
persona amada. En los días de Pascuas de Navidad y en las fiestas Patrias eso
es lo que hacemos con nuestras felicitaciones y abrazos, bendecir, desear toda
clase de bienes. Pero nuestro corazón, más aún el de una madre, va más allá de
su poder. “Hijo mío, ¡buen viaje!” y tal vez, sufre después un accidente. “Hija
mía, ¡que tengas buena salud!”; y algunas veces, después de oír estas palabras
sinceras, enferma y la enfermedad la lleva a la tumba. ¿Qué es esto, pues? Que
no riman en consonancia el deseo con el poder entre los hombres.
Pero en el caso de
Jesucristo cambia todo: sus palabras son eficaces, hacen lo que significan:
“Hágase la luz y la luz fue hecha”, “Lázaro, sal fuera” (Jn 11, 43) y Lázaro,
muerto de cuatro días, pestilente, salió de la sepultura. “TIENE LA
OMNIPOTENCIA AL SERVICIO DE SU CORAZÓN”. Aquí diríamos, al servicio de sus
promesas, de sus bendiciones.
1.
Gracias de conversión. “Este divino
Corazón quiere servirse de esta devoción, para apartar a innumerables almas de
la perdición… y colocarlas por la gracia santificante en el camino de la
salvación eterna…, haciéndome ver esta devoción como un último esfuerzo de su
amor a los hombres” (Santa Margarita)
2.
Aumento de la vida cristiana.
“Siendo Él la fuente de todas las bendiciones, promete repartirlas abundantemente
en todos los sitios, en que la imagen de este Sagrado Corazón sea honrada,
porque su amor le fuerza a repartir el tesoro inagotable de sus gracias
santificantes y saludables en las almas de buena voluntad” (Vie et Oeuvres,
Edit. Gauthey, 1915, T. II B 36 p. 296)
La consagración, llamada por Benedicto XV “la obra providencial de
los tiempos modernos”, es la expresión más auténtica de la vivencia del culto
de las familias al S. Corazón, cuando después se vive constantemente su
contenido.
DOS CONDICIONES EXIGE EL SAGRADO CORAZÓN
PARA QUE NOS HAGAMOS ACREEDORES A SUS PROMESAS
a.
EXPUESTA. Que su imagen, la del
S. Corazón sea expuesta, esto es, se coloque o en la bandera nacional, o en la
casa de familia, o sobre nuestro pecho.
b.
Que sea HONRADA. Que seamos
consecuentes con nuestra fe y con lo que nos pide Aquel de quien es la imagen.
“Con acentos de la más viva
gratitud. Nos alabamos a Dios por la admiración difusión, que ha tenido la obra
Santísima de la consagración de las familias al Sagrado Corazón de Jesús. ¡Ah,
si todas las familias se consagrasen al Divino Corazón y todas cumplieran las
obligaciones, que de tal consagración se derivan, el reinado social de
Jesucristo estaría asegurado”! (Discurso de Benedicto XV, 6 enero 1916)
Ejemplos: Muchos ejemplos
atestiguan las gracias, que derrama la imagen bendita del Sagrado Corazón,
donde quiera que se coloque.
Un sacerdote de Garintia
escribió hace algunos años un libro sobre las conversiones y milagros, que
había logrado una imagen del Corazón de Jesús, colocada en su Iglesia. “Yo
mismo, (dice) he recogido la relación auténtica de las oraciones escuchadas, redactadas
por las mismas personas favorecidas…
La Superiora de las
Salesas de los Estados Unidos refería este caso sucedido en New York. Un joven
libertino y de feroces costumbres, herido mortalmente en una pendencia, yacía
desesperado en su lecho. Al hablarle de confesión su pobre madre, que era una
piadosa irlandesa, intentó el infeliz arrojarle a la cabeza los objetos, que a
su lado tenía, prorrumpiendo en insultos y blasfemias. Ella se volvió a la
Imagen del Corazón Divino y le dijo en nombre de su hijo la súplica del Buen
Ladrón: ¡Señor, acuérdate de mi hijo en tu Reino! Déjole a solas con la imagen
y, al volver, le halló transformado. “Madre mía, le dijo, el Sagrado Corazón se
me ha aparecido y me ha dicho: “HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”
Poco después un sacerdote
oyó conmovido su confesión, que dijo le parecía “un éxtasis de contrición y de
ternura”. Y la conversión del hijo trajo consigo la del padre, también
descarriado hasta entonces, que vivió después como fervoroso cristiano.
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