Vivir santamente el sexo en el matrimonio - 2º Parte

2. La sexualidad en el Plan de Dios


P. Vicente Gallo, S.J.



El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Dios es Amor, y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.  Creándola a su imagen,...Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y la comunión. Dios creó al hombre a imagen suya,...hombre y mujer los creó (Gn 1, 27).  Creced y multiplicaos (Gn 1, 28), les dijo. El día en el que Dios creó al hombre, le hizo imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “hombres” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2)    (Nº 2231)

Dios los creó varón y mujer, distintos pues; para vivir haciendo pareja y siendo complemento el uno del otro (Gn 2, 20 y 23).  Así, en pareja, serían “imagen de Dios”(Gn 1, 27), en la cuál Dios se encontrase a sí mismo gozándose al ver su imagen. Pero serían “la imagen de Dios” haciendo unidad en la comunión de amor personal, siendo ambos por igual “responsables” de ese amor y esa comunión. Y la manera más preclara de unirse en comunión de amor es la unión sexual, desde el sexo diferente en ambos varón y mujer.

No es que, junto con la Iglesia, queramos poner el sexo como una obsesión en lo que llamamos “moralidad”, como si fuese lo más importante en la atención que han de tener los cristianos para ser “buenos”.  El hecho es así: que es tan importante el sexo en el hombre y en la mujer, y su impulso desde el amor es tan fuerte que, en la Espiritualidad del cristiano, es un tema que merece toda esa atención.  El sexo no es malo, lo hizo Dios; y es santo como hecho por Dios para parecernos a El haciendo Unidad desde el amor.  Porque “Dios es Amor”. No se debe calificar la sexualidad humana, sin más, como fuente mala de pecado, algo así como puesto en nosotros por el demonio.

Pero guardarse totalmente para Dios, incluida la sexualidad, para servir de modo indiviso al Señor con todo nuestro ser (y eso es la virginidad), es más importante y más santo que usar la sexualidad  satisfaciéndose a sí mismo con ella, o aunque sea al servicio del amor conyugal y de la procreación (1Co 7, 32-34). Es más importante y más santo porque no se ha nacido para disfrutar del sexo, sino para usarlo como servicio de amor, o para servir a Dios el Creador ofreciéndose a El de manera total, incluido el sexo; como, en el vivir eterno con Cristo glorificado, siendo mujer o varón sexuados, no será necesario usar el sexo para amarse (Mt 22, 30; 1Co 7, 31). Si ese es nuestro destino eterno, proclamarlo así, para mientras se vive en este mundo, es más importante y más santo que proclamar el uso del sexo como si fuese un gozo indispensable para vivir.

Tener el acto de unión sexual como expresión del amor del hombre y la mujer unidos en una sola carne en el matrimonio, es una acción santa y querida por Dios.  Pero abstenerse del acto de unión sexual, cuando no es responsable procrear un nuevo hijo y el acto de unión sexual podría ser fecundo, es un acto de amor en la pareja más puro y más grande; porque es saber ser más responsables como personas, y amarse con esa responsabilidad, sin emplear el sexo para utilizarse hombre y mujer como objetos para el placer.  Una persona, no puede ser rebajada a ser objeto ni a ser utilizable.
    
San Pablo escribe a los que había traído a nuestra fe en Corinto, una ciudad muy corrompida en lo sexual, dentro del imperio romano que, en general, había caído en esa grave corrupción, parecido al mundo actual. Y les dice como siempre les había enseñado:“No os engañéis: ni los impuros, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces, heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero ahora, habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo de nuestro Dios” (1Co 6, 9ss).

Y razona tal exigencia cristiana: “Todo me es lícito -como se dice- , mas no todo me conviene. Todo me es lícito; pero no me dejaré dominar por nada. La comida es para el vientre y el vientre es para la comida; mas al uno y al otro los destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por la fuerza de su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y habré de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostitución? ¡De ningún modo!”

Sigue razonando más: “¿No sabéis que quien se une en prostitución se hace un solo cuerpo con esa mujer? Pues está dicho: ‘los dos serán una sola carne’. Pero el que se une al Señor (por la fe y por el Bautismo) se hace un solo Espíritu con él.  Huid de la fornicación.  Todo otro pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿Y no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que lo habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido comprados a gran precio!  Por lo tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo”, sexualidad incluida. (1Co 6, 12-20).

San Pablo era muy consciente de lo difícil que era aceptar esta doctrina tan exigente, especialmente para los de Corinto, tan corrompidos. Pero la fundamenta en la fe que por el Bautismo nos hace ser el “Cuerpo de Cristo”, la humanidad que Cristo acepta y la hace su humanidad santa.  Así, somos el “Templo santo de Dios”, comprado por Dios a tan gran precio, con “la sangre preciosa del Cordero inmaculado, Cristo” (1P 1, 19); y nos dice Pablo que, por todo eso, nuestro deber es “glorificar” a Dios con nuestro cuerpo que es Cuerpo de Cristo (1Co 6, 20).

Esto es una verdadera novedad para los hombres del mundo, es una “Buena Nueva” de Jesucristo, para salvar al mundo de su perdición, a aquel mundo de entonces y al mundo de ahora. Una humanidad que es una ingente procesión de pobres humanos que, encabezados por Adán, van haciendo cuanto les viene en gana, sin hallar la felicidad por la que suspiran; y todos van cayendo en el abismo insondable del descalabro ya en esta vida, pero más al final, en la muerte.  Jesucristo es Dios que se hace hombre por el amor compasivo que siente ante nuestra perdición; hace suyo todo lo nuestro, se pone a la cabeza de la “procesión”, y lleva a la salvación de ser felices eternamente, como Dios, a quienes crean en él.

Pero creer en él es entregarse a ser totalmente de él, como hay que serlo de Dios; ponerse a ser como él siendo “hombre como nosotros lo somos”, y ser tan “suyos” como lo es el Cuerpo que tomó de la Virgen para ser hombre, siendo miembros de los que él se sirva para salvar a la humanidad en la que estamos en su nombre, y siendo santos  -también con nuestro cuerpo- como es santo su Cuerpo.  Integrar la sexualidad en la santidad que se nos exige, y en la vida de relación de pareja en el matrimonio, es uno de los elementos más importantes de la espiritualidad cristiana y de la verdadera espiritualidad matrimonial.  Hay que abrazar todo esto no como una penosa carga cristiana, sino con el gozo de haber encontrado la salvación en Jesucristo, el único que puede salvar al hombre.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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