Matrimonios comprometidos con la Iglesia - 2º Parte

2. Nuestro compromiso es con la Iglesia


P. Vicente Gallo, S.J.



Todos los Sacramentos cristianos son acciones de la Iglesia en nombre de Cristo.  Mediante estos Sacramentos nos incorporamos a Cristo, en cada uno de una manera especial.  Los “ministros” de la Iglesia para esos Sacramentos son, generalmente, los Obispos o los Sacerdotes en lugar suyo.  Pero en el Sacramento del Matrimonio, el “ministro” no es el Sacerdote que lo preside en nombre de la Iglesia, sino que los son el hombre y la mujer que se casan.  Ellos son la Iglesia que realiza esta acción sacramental que los incorpora a Cristo como pareja y les da la Gracia de Dios, la Salvación de Jesucristo.  Mediante este Sacramento, se hacen la Iglesia cuya vida es el Amor de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que lo infunde en los se casan para amarse así: “como Cristo ama a su Iglesia” (Ef 5, 25).

Hechos de la Iglesia como pareja, asumen como propia la Misión que Jesucristo ha dado a esa Iglesia suya, la misma Misión que el Padre le dio a él al enviarlo al mundo (Jn 20, 21). Cumplirán esa misión actuando, en primer lugar, con “el poder de pareja”: ese amor distinto con el que se aman, que se nota, que irradia como la luz de una luminaria, que contagia a quienes lo ven invitándolos a amarse como esa pareja se ama con el amor de Cristo, y que reta a vivirlo como algo que es lo ideal y que es posible.

Comenzando por el hogar propio, los hijos que tienen la fortuna de tener unos padres que se aman de ese modo, aprenden lo que es el verdadero amor, que es lo más importante que deben aprender para la vida en lo que se llama “educación”, cuyo deber compete, decimos, en primer lugar a los padres. En otros lugares, en la Escuela o en la calle, también deben aprender a amar, para bien de la humanidad entera; amar como ama Cristo, deben aprenderlo también en la catequesis a la que los ministros de la Iglesia no pueden renunciar.  Pero es en sus padres en quienes deben aprenderlo de manera distinta, viendo en ellos cómo se vive ese amor.  Lo mismo deben aprenderlo todos los que entran en esa casa o viven en ella.
    
También en el compartir cristiano de bienes, que han de ejercitar desde ese amor como Cristo ama. No podrán olvidar la ayuda incluso económica a otras parejas casadas como ellos y que pasan por dificultades en las que necesitan la ayuda de la caridad cristiana.  Pero tampoco podrán olvidar a las Asociaciones de matrimonios empeñados en salvar a los matrimonios que lo necesitan, y apoyarlas económicamente para que trabajen sin los agobios que con frecuencia les impiden llegar a tantas parejas que no podrían pagarse el costo de un Retiro como lo es un Fin de Semana del Encuentro Matrimonial.

Hay casos en los que, el apostolado de salvar los matrimonios, hay que llevarlo también a quienes participan en otros Movimientos de Apostolado, pero que no tratan específicamente de cultivar la relación de pareja de quienes así trabajan al servicio de la Iglesia.  Hay que llegar también a ellos con “el poder de pareja” siendo testimonio de “pareja según el plan de Dios”, que viven la Unidad en la verdadera Intimidad del amor, siendo patentemente “una sola carne”, de veras “uno” en lugar de estar siendo “dos”; siendo portadores de su luz y de su fermento salvador en la Iglesia y en el mundo.

Esa “misión” suya han de extenderla a toda la Iglesia como ella está establecida: a las Diócesis y a las Parroquias, y a los Colegios Católicos.  Deben ser acogidos y apoyados por los Obispos y los Párrocos, o los Directores de los Colegios, que ha de entender la prioridad que corresponde al apostolado con los matrimonios unidos por el Sacramento.  Quedaría un tanto vano el trabajo pastoral con los niños y los adolescentes o jóvenes, Bautizándolos o Confirmándolos, mientras falte  la  adecuada pastoral con sus padres unidos con un Sacramento que no lo viven.  Todos los otros Movimientos de Apostolado, si en ellos no se  cultiva la debida relación de pareja en el Amor de Dios con el que se hicieron matrimonio, quedan carentes de algo sustancial como cristianos y testigos de la fe que tratan de llevar a otras gentes.

Buena parte de la esterilidad en que se pierden tantos esfuerzos pastorales se debe, no cabe duda, al hecho de que en la evangelización generalmente se descuida este campo fundamental del mundo o de cualquier Iglesia concreta, el campo de los matrimonios y de las familias con ellos. Y acaso no es porque sea el campo más difícil para la evangelización, sino que posiblemente es el más fácil; pero que se le descuida quizás porque se piensa equivocadamente que es el campo que menos lo necesita. Sea por la razón que fuere, lo cierto es que en las Diócesis y en las Parroquias es el campo que se atiende menos, mientras posiblemente sería el más urgente y el más fecundo para evangelizar los demás campos a los que se atiende con tan poco fruto y tan efímero casi siempre.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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