Juan Bautista, el precursor del Mesías

P. Adolfo Franco, S.J. Jn. 1, 6-8. 19-28

Juan Bautista no anuncia a Jesús con esa risa postiza Jo, Jo, Jo... El tiene un mensaje más profundo que dar: está llegando la LUZ y él es el que nos la anuncia.


En este domingo de adviento el evangelio nos presenta a Juan Bautista, el precursor del Mesías. Así pues es necesario que en la preparación del Nacimiento de Jesús que reflexionemos también sobre aquel que tenía que “preparar los caminos del Señor”.

Y hay básicamente tres afirmaciones sobre la figura de este hombre extraordinario, a quien Dios le confió una de las misiones más asombrosas en el plan de salvación. Estas tres afirmaciones son: “él no era la luz, sino testigo de la luz”. La segunda: “Yo no soy el Mesías.., sino la voz que grita en el desierto”. Y la tercera igualmente sorprendente: “No soy digno de desatar sus sandalias”.

En esta presentación que nos hace el evangelio de San Juan sobre este otro Juan, se subraya el papel del Bautista en relación al Mesías. La razón de ser de Juan el Bautista es el Mesías, ser su precursor, el que lo anuncia, el que prepara sus caminos. Es una especie de señal del camino, que señala a Jesús. Y siempre mantiene su lugar sin salirse de él, sin pretender apoderarse de un nombre y una función que no son los suyos; a pesar de que algunos pensaban que Juan era el Mesías. Y en el momento en que los enviados de los sumos sacerdotes le preguntan sobre esto, él no se apropia el nombre ni la misión del Mesías. Una lección que deberían también aplicarse todos aquellos que se apropian en algún campo una función de Mesías: ¡tantos falsos Mesías han surgido!!! Y de paso también nos podemos aplicar esta lección, todos: sólo Jesús es el Mesías.

A Juan Bautista le basta ser testigo de la luz. Qué papel tan hermoso y qué bien lo cumplió. Y nos invita a nosotros a ser también testigos de la luz. También nosotros estamos destinados ante nuestros hermanos a ser precursores del Señor, a prepararle los caminos por donde El pueda llegar a los demás. Y para eso, para cumplir bien esta función, debemos ser testigos de la luz, ser TESTIGOS. Una luz que se nos ha descubierto algún día y de la cual nosotros hablamos, porque aún conservamos en el corazón su resplandor. Qué maravilla tener en el corazón el resplandor de esa luz, de la cual queremos ser testigos. Una buena tarea para la vida: Ser testigos de la LUZ. Esto nos hace recordar que Juan el Bautista fue “iluminado” por la Luz, cuando aún era un bebito en el vientre de su madre, cuando el saludo de María llevó hasta este ser en gestación los rayos del que era la LUZ.

Nosotros un día fuimos iluminados, era cuando empezábamos nuestra existencia cristiana, y se nos entregó una lámpara encendida, y se nos dijo: “recibe esta luz, para que aumente”. Seamos siempre testigos de la luz.

La voz que grita en el desierto. El mensajero vive en el desierto y desde esa experiencia de la soledad y de la austeridad tiene autoridad moral para gritar la conversión. Gritar la conversión, es algo similar a ser testigos de la luz. Pero el mensaje debe ser gritado: debe hacerse oír en un mundo de sordos y de indiferentes. En un mundo donde hay tantos ruidos que apagan la voz del mensajero. Hay que anunciar el mensaje en un mundo aturdido por los ruidos falaces de tanta propaganda. Si el testimonio no es fuerte, nuestra voz queda apagada por otros sonidos. Y a veces es necesario experimentar el desierto para poder gritar el mensaje. Como Juan el Bautista que no teme lanzar su voz poderosa, proclamar en voz alta la verdad, aunque esta verdad le llevará un día al martirio en manos de Herodes.

Y él no se considera ni digno de desatar las correas de las sandalias del Mesías. Es una actitud de admiración y respeto por el Mesías. Reconocer la grandeza de Dios, adorarlo, reconocerlo en Jesucristo. Juan Bautista así empieza a plantear la fe en Cristo como hombre y como Dios. Una fe que era tan importante, que Cristo mismo dijo que en eso consistía lo que Dios quería, que se reconociese a Jesús, como el Hijo. Y una fe que resultó tan difícil. Esta afirmación de Juan Bautista la podemos considerar como el modelo para la fe de todos los creyentes: yo me postro ante Jesús, que es mi Dios, aunque tampoco soy digno ni de besarle los pies.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, por su colaboración.

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