Hace algunos años, unos jóvenes misioneros visitaron un hogar en el que vivían niños y niñas que habían sido abandonados y dejados en una casa hogar, como se acercaba la época de las fiestas los misioneros les iban a contar la historia tradicional de Navidad, para los huérfano era la primera vez que la escuchaban, uno de ellos dijo:
- Les contamos acerca de María y José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas, por lo que debieron ir a un establo, donde finalmente el Niño Jesús nació y fue puesto en un pesebre. A lo largo de la historia, los chicos no podían contener su asombro y al terminar les mandaron a dibujar nacimientos, mientras todos terminaban uno de ellos de nombre Mateo, parecía tener unos 6 años ya había terminado su trabajo. Cuando miré el pesebre quedé sorprendido al no ver un solo niño dentro de él, sino dos. Le pregunté entonces por qué había dos bebés en el pesebre. Mateo cruzó sus brazos y observando su trabajo comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño de 6 años que había escuchado la historia una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó la parte donde María pone al bebé en el pesebre. En ese momento Mateo empezó a inventar su propio final para la historia, y dijo:
- Y cuando María dejó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo no tenía un lugar para estar.
- Yo le dije que no tenía mamá, papá, ni tampoco un hogar.
- Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él.
- Le dije que no podía porque no tenía un regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús, por eso pensé qué cosa tenía que pudiese darle a Él como regalo; se me ocurrió que un buen regalo podría ser darle calor. Por eso le pregunté a Jesús, ¿si te doy calor, ese sería un buen regalo para ti?
- Y Jesús me dijo: -Si me das calor, ese sería el mejor regalo que haya recibido.
- Por eso me metí dentro del pesebre y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre.
- Cuando el pequeño Mateo terminó su historia, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas empapando sus mejías. Se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño Mateo había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría. Alguien que estaría con él para siempre.
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