Los textos de la escritura dan hoy los últimos toques a la preparación para la Navidad. El primero narra la gran promesa a David de que un descendiente suyo regiría por siempre a Israel; de esa esperanza vivía el pueblo judío. En la segunda se canta el designio de Dios, anterior a la creación del mundo, de que el Hijo se hiciese hombre para salvar a todos los hombres. El evangelio nos narra el comienzo de esa historia con el anuncio a María y su aceptación por ella, cuando “el Verbo se hizo carne y comenzó a habitar entre nosotros, los hombres” (v. Jn 1,14). En vísperas de la llegada de Jesús, María es signo y modelo de la espera de la Iglesia.
Cuando se cumplió el tiempo de enviar su Hijo al mundo, Dios mandó a Gabriel a la virgen María. Era la elegida para ser la madre. El saludo muestra por qué: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. El motivo único, que las palabras del ángel indican, motivo de la elección de Dios es que su plenitud de la gracia. Cada persona es amada por Dios incondicionalmente por sí misma y con amor personal; tiene para ella una misión y prevé la gracia más que abundante para que la cumpla. Creada para ser la Madre de su Hijo, cuando llegase el momento de hacerse hombre, María fue dotada de una gracia incomparable desde su concepción, desde el primer momento de su existencia. En ese momento se cumplió lo prometido cuando Dios castigó a la serpiente, al Demonio, en el Paraíso: “Pondré enemistad absoluta, radical y total (este sentido tiene la expresión bíblica) entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya” (Gen 3,15). La Iglesia ha llegado a ver en esta promesa la gracia de la concepción inmaculada de María. Llena de gracia desde el primer momento y fiel a ella, era para Dios lo único valioso para ser su Madre y así lo resalta el ángel: “llena de gracia”, convertida en gracia, y “bendita entre las mujeres”, pues no hay otra mujer tan beneficiada de la gracia como ella.
La plenitud en la gracia fue en María el único motivo para que Dios se fijase en ella para ser su Madre. La primera disposición para recibir a Jesús es abrirnos a la gracia; todo contacto con Dios, todo acto de fe, de esperanza y caridad que nos une con Dios es fruto de la gracia. Llenémonos de gracia para recibir a Jesús en la Navidad. Una buena confesión purificadora, un arrepentimiento especial de defectos y pecados más comunes, de los que hieren más a Dios y al prójimo, de la deficiencia en las virtudes más urgentes, como la oración, la caridad, la humildad…
Pero el relato revela también otras verdades: que la concepción de Jesús fue virginal y que el hijo de María sería el Mesías prometido y esperado por los judíos y además el Hijo de Dios, que se hacía hombre.
De María dice el texto que hasta aquel momento había permanecido virgen: “el ángel Gabriel fue enviado a una virgen…la virgen se llamaba María”. María se turba porque no entiende qué quiere decir el saludo del ángel. El ángel la quiere tranquilizar anunciándole que va a ser madre del Mesías, el descendiente de David prometido en la profecía que hemos escuchado en la primera lectura. Le deberá poner el nombre de Jesús, es decir Jahvé salva; será grande; será Hijo del Altísimo y reinará por siempre sobre el pueblo de Israel. Todos estos datos son rasgos claros de que ese niño es el Mesías prometido, el salvador.
Sin embargo María no acepta (toda gracia de Dios por grande que sea debe ser aceptada libremente por la criatura) y responde: ¿Cómo puede ser si no conozco varón? La expresión “no conocer varón” aquí sólo puede tener el sentido de abstención del uso de la sexualidad. La pregunta de María y lo que responderá el ángel muestran que María tenía el propósito firme contraído ante Dios de mantener su virginidad. Entenderlo de otra manera, como había sido el caso de Sara, la esposa de Abrahán, de Ana, la madre de Samuel, y de otras mujeres, no hubiera provocado tal pregunta; sería una buena noticia para una mujer israelita, pero carecía de dificultad por “no haber conocido varón” hasta ese momento si estaba en el propósito de hacerlo después.
La respuesta de Gabriel asegura unas garantías y una forma de concebir al hijo más que extraordinarias: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es doble afirmación de la intervención divina en la concepción de aquel niño. Y añade: “por eso (es decir, como resultado de esa acción de Dios) el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. Recuerden que para el israelita el nombre designa el ser: “se llamará Hijo de Dios” es lo mismo que “será Hijo de Dios”.
Gabriel termina aduciendo como prueba la concepción de Isabel en su vejez y concluye con una sentencia que para el creyente no admite respuesta: “Para Dios no hay nada imposible”. Ante esto María acepta, asumiendo plenamente su responsabilidad: “He aquí la esclava del Señor”. Lo hará hasta la cruz.
“Hágase en mí según tu palabra”. Y “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Vino la salvación al mundo por María: ahora viene a cada uno de nosotros también por María. De manos de María recibamos a Jesús. Hagamos nuestra su actitud: la palabra del Señor no volverá a Él vacía (Is 55,11). Llegará a nosotros la paz y para Dios será la gloria (Lc 2,14).
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