Mateo 14, 13-21
El 31 de julio los jesuitas celebramos a nuestro fundador San Ignacio de Loyola, les pido oraciones por todos nosotros. Y él propone una meta importarte en los Ejercicios Espirituales: "obtener conocimiento interno del Señor". Y justamente a eso va dedicado el comentario de este domingo.
En cada una de las acciones de Jesús se descubre mucho de su mundo interior, tan maravilloso como insondable; y especialmente en algunas de ellas queda bastante al descubierto de este mundo interior, en el que quisiéramos perdernos, para llegar a admirar su misterio más íntimo.
Y tenemos como puerta de entrada en el mundo interior de Jesús, este milagro de la multiplicación de los panes. Para captar todo lo que se manifiesta en este conocido milagro tenemos que irnos fijando despacio en cada detalle de la narración. Y lo primero que nos dice el evangelista es que, al conocer la noticia (se entiende de la muerte de Juan Bautista) se fue a un lugar solitario. Jesús tiene afición a los sitios solitarios. Necesita de estos espacios para estar plena y totalmente inmerso en la contemplación de su Padre: necesidad de entrar en el abismo de Dios, y estar totalmente envuelto por El. Para Jesús ésta es una necesidad más grande que la necesidad del alimento y del sueño. Jesús necesita de este encuentro con su Padre en solitario. Ahí se nos descubre un rasgo característico del mundo interior de Jesús: su sed de Dios (si es que de El podemos hablar así).
Después el Evangelio nos habla de la muchedumbre que tenazmente lo busca. ¿Por qué lo seguía la multitud? ¿Qué habían descubierto en El? No es un bienhechor que reparte ropa, o favores. No es un poderoso con el que conviene estar bien. Sus palabras, su persuasión, su tono: ahí la gente del pueblo ha descubierto que hay un corazón que los acoge con bondad. Justamente en esta narración se hace alusión a esto; se nos dice que cuando Jesús vio a la multitud que lo seguía sintió compasión de ellos.
Los discípulos dicen a Jesús que despida pronto a la multitud, porque ya se hace de noche y cada uno debe comprar su comida en las aldeas vecinas. Jesús en ese momento manifiesta otro rasgo de su personalidad: asume el problema de la multitud, como si fuera su propia responsabilidad. Los problemas de los demás, no le son ajenos, son suyos. Es un corazón generoso y que está siempre cerca del que lo necesita; es un alma inconmensurable. Es más natural la actitud de los apóstoles: que cada uno resuelva su problema; pero Jesús no siente así.
Y va a dar de comer a sus hermanos más necesitados. Dios se interesa por el pan; para El el alimento y todo lo material necesario para la vida, también es importante. Y también cuida de esto. Jesús no es un personaje irreal, que vive en un mundo de espíritus sin materia, sin necesidades de cada día. El sabe que necesitamos el pan, el vestido, la casa, el dinero. Y no es ajeno a las necesidades materiales. Va a hacer un milagro portentoso, y simplemente para que unos hombres y mujeres que le seguían no pasen hambre un día. Es también como un detalle de cortesía: a sus invitados, a sus seguidores, hacerles pasar al comedor. En el Evangelio aparecen también muchos detalles que muestran la cortesía de Jesús en el trato con todos. Lo que manifiesta una actitud de gran respeto a los demás.
Otros detalles de este milagro que manifiestan la “calidad” de su alma: hace que otros participen; El lo puede hacer todo solo, pero quiere que también los demás sean sus colaboradores que tengan parte activa. Primero: el niño que ofrece su pequeño don de los panes y los peces. Este pequeño va a ser colaborador del gran milagro. Y después los apóstoles: entre sus manos se va produciendo la multiplicación de los panes y los peces.
Además Jesús manifiesta su enorme generosidad: todos van quedar saciados en abundancia. No van a recibir el alimento con medida, todos van a quedar saciados; Jesús es liberal y magnánimo.
Una pequeña pregunta para seguir descubriendo a Jesús: ¿El tendría hambre? ¿El comió de esos panes y peces, o se contentó con mirar alegre cómo comían sus seguidores?
Este extraordinario espíritu de Jesús se manifiesta en cada una de sus actuaciones. Y es importante recoger con atención y asombro cada uno de estos detalles, que harán crecer en nosotros el amor al Señor que nos salva.
Todo termina, la fiesta se acabó y Jesús se va al monte solo, a orar. Es todo lo que en ese momento le interesa; ha hecho lo que tenía que hacer, y ahora necesita volver a la intimidad de su Padre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco SJ por su colaboración.
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