El Reino de los Cielos


P. Adolfo Franco, S.J.


Mateo 13, 24-43

El texto de este domingo nos habla de la "paciencia" de Dios frente a nuestras prisas por resolver los problemas y eliminar el mal. Es la parábola de la cizaña.

Todo este capítulo de San Mateo recoge parábolas de Cristo sobre el Reino de los Cielos. El domingo pasado leíamos la parábola del sembrador; ahora tenemos la de la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura.

En general en las parábolas se pone al descubierto la reflexión que Jesucristo hace sobre las actividades humanas, sobre el mundo y sus acontecimientos. Y nos hace ver cómo todos estos hechos contienen señales del Reino de los cielos: la semilla, el pescador, el buscador de tesoros, el banquete, las bodas... y tantos otros sucesos de la vida ordinaria que recogen las parábolas, encierran mensajes; el mundo y sus acontecimientos están llenos de señales, para quien sabe leerlas.

Entre todas las parábolas nos van dando la visión que Cristo mismo tiene sobre el Reino de los Cielos que El viene a instaurar: son su enseñanza sobre la vida humana, sobre la salvación, sobre los valores.

En esta parábola de la cizaña Jesús afirma la existencia simultánea del bien y del mal, en el mundo, en el campo de la Iglesia, en cada hombre. Y por otra parte se afirma claramente que Dios sólo ha sembrado buena semilla (lo cual es obvio), y de alguna forma se insinúa el problema del mal en el mundo. Pero sin entrar en este complejo tema, sí es notable la afirmación de que en el mismo campo donde Dios siembra la buena semilla, el “enemigo” ha sembrado la cizaña.

Todo ser humano tiene en su corazón buena semilla y cizaña; en el mundo hay buenos y malos, en la parte humana de la Iglesia misma se mezcla la buena semilla y la cizaña. Y esto no es una simple constatación un poco escéptica, como para encogerse de hombros, y para no reaccionar ante el mal. Es una máxima que encierra mucha sabiduría: en lo humano no hay el bien en estado puro, y no hay el mal en estado puro. A veces tenemos la tentación de dividir el mundo entre los buenos y los malos. La radicalidad de los conceptos y de los enjuiciamientos no corresponde a esta realidad de que el trigo y la cizaña están mezclados. Nadie y nada en este mundo es totalmente trigo o totalmente cizaña, nadie es completamente puro o completamente perverso. Incluso en las doctrinas más desviadas se puede encontrar algún mensaje aceptable.

Muchas veces los cristianos hemos juzgado otras doctrinas como completamente falsas y en cambio el Concilio Vaticano II, incluso al hablar de las religiones no cristianas, admite en ellas aspectos importantes de verdad. Claro que esto no nos debe apartar de la rectitud de doctrina que nos enseña la Iglesia; pero sí debe alertarnos ante condenas demasiado tajantes y apresuradas que a veces hacemos ante opiniones ajenas. Y mucho más valdría este cuidado ante otro tipo de cosas más opinables.

Y esta parábola además nos alerta contra nuestras prisas por solucionar todo pronto y de una manera contundente. Dios tiene mucha paciencia, y no va con la hoz, ni con la espada a cortar todo brote de la mala semilla; hay que esperar la hora de Dios. El apresuramiento con que quisiéramos extirpar todo el mal del mundo, es una actitud demasiado humana y poco divina. Tenemos soluciones a veces demasiado drásticas para eliminar el mal, porque nos gustaría que todo se solucionara al momento. Incluso con nosotros mismos no tenemos paciencia con nuestras limitaciones y quisiéramos cortarlas de raíz en un instante. Quisiéramos no tener sombras. Dios nos dice que somos campos donde hay un poco de todo, y nos dice que tengamos paciencia.

Es un mensaje importante para nuestras vidas: tener tolerancia con los demás y tenernos paciencia a nosotros mismos.

Pero también en esta parábola podemos reflexionar aunque sea muy brevemente sobre el mundo creado por Dios, tan bello y tan puro (semilla buena), y la contaminación (cizaña mala) que los hombres hemos sembrado por buscar un peligroso "progreso". Dios crea un mar transparente y lo estamos llenado de residuos tóxicos. Dios creó el cielo y el aire que respiramos y estamos abriendo una brecha en la capa del ozono, y además no paramos de llenar el aire de sustancias que nos caen en forma de lluvia ácida. Dios creó las selvas para que sirvieran de pulmones al planeta, y nosotros estamos destruyendo esos pulmones. ¡Qué verdad es que Dios pone buena semilla en el campo, y el enemigo lo llena de cizaña! +


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.


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