Los Hechos de los Apóstoles: El Espíritu como protagonista

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.


División de “Los Hechos”


Se suele dividir el libro de los Hechos en seis grandes parte, y cada una de ellas termina en una frase que busca resumir su idea primordial como conclusión.


Parte 1º (1,1 - 6,7): Nos habla de la naciente iglesia de Jerusalén, de la predicación de Pedro, de la presencia del Espíritu, de una primera persecución… etc. Finaliza con una frase “resumen”: “La Palabra de Dios se extendía, y se multiplicaba considerablemente el número de los discípulos en Jerusalén; y hasta un grupo numeroso de sacerdotes aceptaba la fe” (6,7)


Parte 2º (6,8 – 9,31): Nos describe el martirio de Esteban, el anuncio del mensaje en Samaria y también su expansión hacia el sur de Judea. Incluye la conversión de Pablo como encuentro inter-personal con el resucitado (9, 1-6) Y termina con el resumen siguiente: “Entretanto la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria; cobraba pujanza y caminaba en el temor del Señor; y se llenaba del consuelo y ánimo del Espíritu Santo” (9,31)


Parte 3º (9,32 – 12,24): Se narra la extensión de la Iglesia hacia el mar (Jope y Cesaréa); y la aceptación de Cornelio, un gentil, en el seno de la Iglesia, y por medio de Pedro. Los no-judíos reciben el Espíritu Santo. “¿Puede negarse el bautismo a estas personas que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?” La Iglesia de Jerusalén se escandaliza, pero las noticias desde Antioquía son estimulantes. Nueva persecución en Judea. Herodes ordena la muerte del apóstol Santiago (12,2) Y se repite el resumen paradójico de la expansión en persecución: “Mientras tanto, la Palabra del Señor se extendía y se multiplicaba en todas las esferas sociales” (12,24)


Parte 4º (12,25 – 16,5): Nos habla de la propagación de la Iglesia en Chipre y Asia Menor. Era el primer viaje misionero de Pablo (13,4-14,27) Los nuevos cristianos procedentes de los gentiles se resisten a aceptar el ser circuncidados conforme a la ley mosáica. Esta discusión se agudiza y entonces se convoca una asamblea con los apóstoles en la ciudad de Jerusalén. La conclusión de este llamado primer “Concilio” fue marcadamente de orden práctico: no es obligatoria la circuncisión pero ha de procurarse evitar el escándalo en el comer los alimentos ofrecidos por los paganos a sus dioses. Y finaliza con esta observación: “Al correr las distintas ciudades, comunicaban a los creyentes la decisión tomada por los apóstoles y demás dirigentes en Jerusalén, y las recomendaban que la acatasen. Las iglesias se fortalecían en la fe y aumentaban en número de día en día” (16, 4-5)


Parte 5º (16,6 – 19,20): Nos relata la expansión de la Iglesia en Europa y la tarea de Pablo en las grandes ciudades gentiles como Corinto y Efeso, encrucijadas del comercio y de la cultura entre civilizaciones. En esta sección se trata del segundo viaje misionero de Pablo e inicios del tercero. En la ciudad de Filipos, Pablo y su compañero Silas fueron azotados y encarcelados. Tesalónica, Berea y Atenas escucharon el mensaje de Pablo, pero fue en Corinto donde se formó una comunidad muy dinámica. A su regreso de Antioquía, llegó Pablo a Efeso y prometió volver. En efecto pronto estuvo de vuelta (su tercer viaje misionero) y con éxito: “Y un buen número de personas que se habían dedicado a la magia recogieron sus libros y los quemaron a la vista de todos. Un cálculo aproximado del valor total de aquello libros arrojó la cifra de cincuenta mil monedas de plata. Así, por el poder del Señor, se extendía y se consolidaba su Palabra” (19-19-20)


Parte 6º (19,21 – 28,31): En la ciudad de Efeso, Pablo tuvo que hacer frente a una revuelta de los artesanos y comerciantes en ídolos, y entonces dejó la ciudad para visitar y confortar a las comunidades por él fundadas en Grecia. A la vuelta se detuvo en Mileto. Nos habla de su regreso a Palestina y del conflicto que deriva en prisión y de su conducción a Roma. Termina con una descripción breve y elocuente de la tarea de san Pablo durante su cautiverio, “proclamando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo con toda libertad y sin impedimento alguno” (28,31)

… Otorgaré en aquellos días mi Espíritu, y hablarán inspirados por Mí (Hch. 2,18)



PENTECOSTÉS
Entre los judíos esta fiesta es conocida como “fiesta de las semanas”, pues se celebra pasado un tiempo de siete semanas después de la Pascua. En ella los judíos de tiempos de Jesús, rememoraban la entrega de la Ley en el Sinaí. Pentecostés es palabra griega y significa cincuenta (a los cincuenta días de la Pascua) Entre los cristianos es la fiesta que nos recuerda que el bautismo de fuego del Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles. El prendió la “ley” nueva en sus corazones. Por tanto, su bautismo fue propiamente de fuego. Animados por ese mismo Espíritu los creyentes, superando la diversidad de lenguas (signo de lejanía y dispersión), pueden llegar a vivir en comunión y mutua comprensión entre todos los hombres. La Iglesia es universal.



Recibieron el don del Espíritu Santo (Hch 2,38)


El Espíritu Santo: Con la aceptación del Espíritu Santo da comienzo la experiencia cristiana. “Recibiréis fuerza, cuando irrumpa el Santo Espíritu en vosotros y seréis mis testigos no sólo en Jerusalén y en toda la región de Judea y Samaria, sino hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8) Para los primeros cristianos se percibía el Espíritu por los efectos en ellos mismos de la fuerza de Dios. Para algunos había sido una experiencia del amor de Dios; para otros una experiencia de luz, o de alegría, o de liberación, o de transformación de la conducta…, etc. La vida en el Espíritu se constituye en la marca que define la identidad cristiana. El Espíritu como tal es invisible pero su presencia se vuelve “real” porque desborda la debilidad de lo corpóreo. “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en lo que es débil” (2Cor 12,9) El Espíritu viene de lo alto. Es un alguien que se recibe.

Kerigma: En el mundo griego, cuando una noticia importante era proclamada en la ciudad, recibía el nombre de “kerigma”; significa por tanto proclamación, anuncio público. En el libro de los Hechos de los Apóstoles esta palabra designa en particular el anuncio de Jesús reconocido como el Cristo y el Señor por su resurrección. Estas proclamaciones aparecen en labios de Pedro, Pablo y Esteban, etc. Vienen a ser como un mini-evangelio, el más antiguo. Para las primeras comunidades cristianas esto era como lo esencial, como el punto de partida, como la raíz de su fe cristiana. Se anuncia al Jesús real como Mesías, como el resucitado, el no sometido ya a ninguna corrupción y capaz de comunicar lo incorruptible.



El Espíritu como protagonista



Llega el momento en que Jesús se despide de sus apóstoles, porque esa es la voluntad del Padre, y a partir de ese momento son ellos “los enviados”, y su fuerza y ánimo serán del prometido Espíritu Santo. “Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que os hará capaces de dar testimonio de mí en Jerusalén, y en toda Judea y Samaria, y hasta el último rincón de la tierra” (1,8) Desaparecido Jesús de este mundo y ya resucitado y salvada su persona de la corrupción, su seguimiento y misión vienen a ser la tarea primordial del Espíritu Santo, el inspirador y el protector. El es el “paráclito”, el abogado defensor.


“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. Y de repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de fuerte viento, que llenó toda la casa en la que estaban. Y se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron todos, llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,1-4)


Entonces aquellos apóstoles son transformados de arriba abajo y de dentro afuera, algo que ni siquiera la presencia física de Jesús lo había logrado: “os digo la verdad, es mejor para vosotros que yo me vaya. Porque si no me voy, no vendrá el que os ha de ayudar y consolar; pero si me voy, yo mismo os lo enviaré” (Jn 16,7) El Espíritu, recibido como un don precioso e inmerecido dentro de nosotros, nos una más estrechamente con Jesús que lo que pudiera hacerlo la expresión humana de su persona.


Y la fuerza del Espíritu se mostró de inmediato en la figura de Pedro: “Entonces se presentó Pedro con los once y, alzando su voz se dirigió a la gente: Judíos y habitantes todos de Jerusalén, escuchen bien lo que les tengo que decir…” (2,14) Y cita al profeta Joel: “Sucederá… que derramaré mi Espíritu sobre la Humanidad; vuestros hijos e hijas hablarán inspirados por mí; vuestros jóvenes tendrán revelaciones y vuestros ancianos soñarán cosas extraordinarias” (3,1) El discurso de Pedro tiene como fruto inmediato la incorporación a la Iglesia, aquel mismo día, de unas tres mil personas, que “Recibieron el don del Espíritu Santo” (2,38) Era el Espíritu Santo quien animaba el mensaje de Pedro y se comunicaba directa y personalmente en quienes lo acogían con sincero corazón.


El Espíritu es por tanto, quien inspira al jefe de aquella Iglesia y a todos aquellos que en definitiva acaban dando testimonio del Jesucristo resucitado. “Este (Pedro) estaba todavía reflexionando sobre la visión, cuando le dijo el Espíritu Santo. –He aquí que tres hombres te buscan. Levántate, baja y ve con ellos sin reparar en nada, porque yo soy quien los ha enviado” (10,19s)
Así en el sugestivo relato que precede a la conversión del etíope, el autor indica el oerigen de la misión personal de evangelizar. “Dijo entonces el Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese carruaje” (8,29)


El Espíritu es quien les conduce hacia la predicación de la Palabra en Grecia: “…les prohibió el Espíritu Santo predicar la Palabra en Asia” (16,6)


Es él quien también inspira al primer mártir Esteban, y le concede contemplar la gloria de Dios antes de morir lapidado: “Mas lleno del Espíritu Santo y clavando los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios…” (7,55)


Es el Espíritu el que asume la protección del apóstol Pablo en Damasco, antes de conducirle por los caminos y ciudades como testigo de su experiencia de salvación: “Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías me ha enviado para que recibas la vista y quedes lleno del Espíritu Santo” (9,17)


Y esto es lo esencial que intenta captar y trasmitir san Lucas en su inspirado libro de los “Hechos”. Es decir, el Espíritu es quien conduce la vida de la Iglesia naciente de aquellos primeros y decisivos años.




TEÓFILO: Nombre de origen griego, cuyo significado es “amigo de Dios”. Lucas le dedica su Evangelio (Lc 1,1-4) y también su libro “Los Hechos de los Apóstoles” (Hch 1,1-2). Apenas sabemos nada de este personaje, perteneciente por el trato que recibe, a la oficialidad de las tropas romanas. Si éste fuera el caso, el más probable sin duda, lo que pretende Lucas sería la de presentar a los seguidores de Jesús como unos honestos ciudadanos del Imperio, aunque no aceptados aún por los judíos cuya religión había sido ya tolerada y admitida por el poder romano. El período comprendido, más o menos, entre los años 70 y 135 d.C. señala con claridad la manifiesta ruptura del cristianismo con sus orígenes judíos. Dada la oposición judía, los cristianos no eran bien vistos por Roma. Sin duda había un gran desconocimiento de sus creencias. Lucas hace un intento de presentar su fe.


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Agradecemos al P. Fernando Martínez Galdeano, S.J. por su colaboración.


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