P. Vicente Gallo, S.J.
4. La formación cristiana de los laicos
Jesús dice que El es la vid, nosotros los sarmientos, el Padre es el dueño de la Vid, y “todo sarmiento que en mí no dé fruto, el Padre lo corta, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 2). Isaías decía que “Dios plantó una viña en fértil collado (no en mala tierra), la cavó y despedregó, plantó cepas selectas, puso una torre en ella para el vigía, edificó en ella un lagar, y esperó que diera las mejores uvas” (Is 5, 1-2). Como lo hizo con nosotros para construir su Iglesia (1Cor 3, 11-14).
En estas expresiones de la Palabra de Dios, y en otras semejantes, nos pide el esfuerzo personal para crecer, madurar y dar frutos mejores. Para hacerse permanentemente más “responsables”, creciendo en la fe y en configurarse con Cristo, con la guía del Espíritu Santo (Jn 16, 13). Los frutos que el Padre espera y busca en su Viña son los frutos de Cristo como Salvador; pero ver los modos de formarse más cada día a fin de valer más para dar mejores frutos, deberá ser un esfuerzo responsable de cada uno (Mt 25, 20).
Nuestra vocación a la vida y a la fe es para trabajar en la viña de Dios, formándonos cada uno para desempeñarnos con responsabilidad generosa y mayor eficacia en dar nuestro fruto. Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro propio nombre: “ven a trabajar en mi viña” (Mt 20, 4). Es deber nuestro reconocer el momento y la situación en que debemos desarrollar nuestro trabajo, así como las mejores herramientas para hacerlo. Hay que formarse acerca de lo que debemos saber sobre el hombre y los modos para llegar mejor a él con nuestro mensaje. Hay que ser estudiosos; hay que leer atentamente cuanto pueda servirnos para nuestra mejor formación personal.
Para implantar en el mundo el Reino de Dios hay que conocer bien lo que es ese Reino, quién es Cristo, de qué nos ha hablado revelándonos a Dios, cuál es su mensaje que debemos transmitir a las gentes, cuál es su plan de salvación, y qué es la Iglesia y el mundo donde está el trabajo al que se nos compromete. Hoy tenemos a nuestro alcance “El Catecismo de la Iglesia Católica”, que es el mejor resumen de toda la verdad cristiana desarrollada por los teólogos de siempre. Pero igualmente debemos conocer muy bien los Documentos Pontificios, con los que el Papa nos va adoctrinando y retándonos al trabajo a realizarse en la Viña.
Lo principal de nuestra formación cristiana, tendrá que ser acerca de Cristo y del modo de ser su Iglesia, para trabajar no sólo como miembros de la sociedad humana, sino de esa Iglesia de Cristo. Conscientes de que el servicio a Dios y a los hombres no son dos apartados diferentes en nuestro actuar cristiano, sino uno solo y el mismo. Hay que hacerse competentes en lo social y el lo político, en la cultura hoy reinante, y sobre todo en el amor (1Cor 13, 1-3); comenzando por el matrimonio y los hijos haciendo “familia”, para enseñar al mundo cómo hacerse “familia de Dios”. Nuestra fe y nuestra esperanza se realizarán y llegarán a los otros desde ese amor que implante y desarrolle el reino de Dios (Ef 4, 15).
La formación del cristiano ha de ser primordialmente en la vida de la gracia, en la intimidad con Cristo, en conocer mejor la voluntad del Padre, en el caminar guiados por el Espíritu Santo, y en entregarse desde ahí a los hermanos en el más adecuado ejercicio de la caridad y la justicia, creadoras de la verdadera paz. También habrá que formarse en la Liturgia de la Iglesia y su más profunda vivencia. Y en los principios de la moral en lo que atañe a los hombres y a la sociedad; así como en las virtudes sociales de la probidad, la honestidad, la sinceridad, el respeto al otro, la fortaleza de ánimo, y tantas otras.
El deber principal de todo el que es de Cristo no puede ser otro sino el ser santos como Cristo es santo. Ser hombres de calidad para ser hombres de Dios como Jesucristo. Hacer familias de calidad como la que hizo Jesucristo. Hacer una sociedad humana de calidad con la calidad divina que tiene el Reino de Dios. Solamente así podremos ser portadores de Cristo el salvador de los hombres, podremos darlo a conocer, y creer en El, a quienes no se les ha hablado de El debidamente; y seremos auténticos evangelizadores, obreros en la Viña del Señor, para la que Dios nos llamó al crearnos (Rm 8, 29-30).
Al Matrimonio cristiano se lo califica de “Iglesia Doméstica”. ¿Cómo estamos entendiendo nosotros esa definición cual exigencia de “vivir el Sacramento” y no sólo “estar casados por la Iglesia”?
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Para leer la 1° Parte: La nueva Evangelización
Para leer la 2° Parte: Evangelizar sirviendo a las personas y a la sociedad
Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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