Matrimonios: Ir todos a la Viña del Señor, 2º Parte


“¿Por qué están ustedes sin hacer nada?” (Mt 20, 6)

P. Vicente Gallo, S.J.




Al comenzar un tercer milenio, Juan Pablo II nos dice: “Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy con particular fuerza la acción de los fieles laicos” (CL 3). A nadie le puede ser lícito hoy quedarse sin hacer nada. Tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor, que no hay lugar para el ocio. “Es necesario, dice también el Papa, mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y sus problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y sus derrotas”.

Jesús quiere hallar a todos sus cristianos “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Pero veamos con claridad y con pena que no lo somos, ni los laicos ni los consagrados. En nuestro mundo no somos “luz” que ilumine, que aclare, que dé pistas y soluciones, ni de inmediato ni para un futuro previsible. No somos “sal” que libere de la corrupción ni que dé sabor a nuestras realidades insípidas. No lo somos ni las personas ni las Asociaciones o Grupos. Ni las familias de las parejas sacramentadas lo son para el resto de las familias; y esta manera de ser de Cristo debe ser su espiritualidad.

Hagamos una reflexión más junto con la “Cristifideles Laici”: “¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la indiferencia religiosa y el ateismo en sus más diversas formas? Embriagados por prodigiosas conquistas de un ilimitado desarrollo científico y técnico, fascinados sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer ser como Dios (Gn 2, 5) mediante el uso de una libertad sin límites, el ser humano arranca las raíces religiosas que están en su corazón; se olvida de Dios, lo considera como algo sin significado válido para su propia existencia humana, y lo rechaza, poniéndose a adorar los más diversos ídolos” (CL 4).

Son verdaderos “ídolos” todos aquellos valores que son muy relativos, pero a los cuáles de hecho los absolutizamos. No los llamamos “dioses”, ni los adoramos; pero sí los ponemos en el lugar que le corresponde a Dios y les damos más importancia que a El. Es el caso del dinero; es igualmente el sexo como placer; es el caso de la libertad sin barreras, que muchas veces no es la libertad de los demás; es el caso de nuestra ciencia de pigmeos que nos creemos gigantes; y es el caso de nuestros avances tecnológicos, que los creemos como solución para tantos problemas de nuestra pobreza de ser hombres, sin ver que resuelven poco y que son muchos más los nuevos problemas que ellos crean aun para la sobrevivencia misma sobre la tierra.

Cuando, al no tomar en serio a Dios, la persona humana no es reconocida y amada en su dignidad de algo que Dios hizo “imagen y semejanza” de El mismo, se convierte a los hombres en esclavos de los más fuertes, mediante las ideologías, el poder económico, los sistemas políticos inhumanos, la tecnocracia en que la tecnología impera sobre las personas, avasallando con los “mass media” irrespetuosos, así como con la excesiva tolerancia o la patente injusticia de ciertas leyes y de las sentencias de jueces venales o irresponsables. Impera siempre la ley del más fuerte.

La humanidad actualmente está profundamente atacada y desquiciada por los egoísmos y por la conflictividad, que se diferencian del legítimo pluralismo de las mentalidades y de las iniciativas, y se expresan en el nefasto enfrentamiento entre personas, grupos, clases sociales, países y bloques de naciones. Con un antagonismo que adquiere formas de violencia, de terrorismo y de guerras abiertas. De mil maneras, los hombres renuevan siempre la necia experiencia de construir la Torre de Babel con sus consecuencias de vergüenza y confusión (Gn 11)

Pero la Iglesia, sabe que es enviada por el Salvador como signo e instrumento de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano. Si la Iglesia, al comienzo de un nuevo milenio, es fiel a la misión para la que Cristo vino al mundo, entonces, a pesar de todo, la humanidad puede esperar y debe esperar, teniendo un motivo fundado para ello. Jesucristo, con su mensaje, sigue siendo “La Buena Noticia” para todos los hombres. Su anuncio, con la fuerza del testimonio fiel, necesita estar presente en nuestro mundo, de manera irremplazable mediante la Iglesia, también mediante los cristianos laicos en los ambientes en que viven.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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