Matrimonios: Caminar con Cristo, 4º Parte

Resumen de los retos actuales

P. Vicente Gallo, S.J.




Son muchas las urgencias ante las cuáles el espíritu del cristiano de hoy no puede quedar insensible. No podemos perder de vista el vilipendio de los derechos más sagrados de las personas, principalmente de los desvalidos, abandonados en las zonas marginales de las urbes, en los poblados perdidos en la pobre subsistencia del “campesinado” tan olvidado, y hasta en inhumanos campos de refugiados, o en las cárceles. Apenas ni se toman siquiera en cuenta los millones de niños a los que se los mata ya antes de nacer “porque estorban” sin haber todavía nacido; y si vienen a la vida, se les tiene condenados al hambre y la miseria en este mundo en el que no se les dará un sitio digno para vivir.

Los nuevos potenciales de la ciencia al comienzo del tercer milenio, pueden ser usados a favor de la vida humana; pero también en contra de esa vida y su calidad, hasta llegar a hacer inhabitable el planeta por el desequilibrio ecológico, obra de una ciencia mal usada. Pueden dar a los hombres mayor duración y mejor calidad de vida; pero, a la vez, pueden ocasionar nuevos sufrimientos personales y desajustes sociales que antes no existían. Lo advirtió ya seriamente la Gaudium et Spes del Concilio.Todas las personas tiene la misma dignidad: ser “imagen y semejanza de Dios”. Todas están llamadas por igual a la dignidad suprema de ser de veras “hijos de Dios” (1Jn 3, 1), como lo es Jesucristo. Luchar para que esto se logre en el tercer milenio, debe ser la primera tarea de todo pretendido apostolado. Militar en esa causa, es haberse puesto de parte de Dios el Padre, y de su Hijo el Salvador Jesucristo. Si lo hacemos, con nosotros estará el Espíritu Santo: para iluminarnos y para darnos las fuerzas que necesitamos tener.

Quienes creemos en Cristo no podemos quedarnos indiferentes ante los problemas que hace imposible esa paz, que todos la queremos, pero que todos la impedimos de tantas maneras. Esa paz que vemos amenazada permanentemente por un sistema establecido de los egoísmos humanos en competencia, la soberbia de los poderosos, la rebeldía irracional de los débiles, las ideologías inhumanas, las guerras siempre crueles y a veces catastróficas, el terrorismo cobarde, los secuestros, los asaltos a mano armada, y tanta inseguridad ciudadana desde el espíritu de violencia y de la consiguiente represalia o venganza.

Los cristianos estamos enviados a este mundo para implantar ya en él ese Reino de Dios, que es el reino de la verdad frente al reinado del engaño, el reino de la vida frente al imperio de la muerte, el reino de la santidad frente al triunfo de la maldad y el pecado, el reino de la misericordia y la gracia frente al dominio del odio y la venganza, el reino de la justicia frente al egoísmo y la iniquidad, el reino de un amor como el amor que Dios nos tiene a cada uno, y el reino de la paz lograda en la concordia y la solidaridad de todos, como miembros del mismo Cuerpo y de la Familia de Dios, anticipo del gozo eterno con Jesucristo el vencedor, en el Reino de los Cielos que él nos trajo y nos anunció.

Para establecer ese Reino de Dios entre los hombres, y no sólo anunciarlo, es necesario vivir las relaciones humanas con la comunicación y el diálogo. Entendiendo que, todo verdadero diálogo, ha de ser camino de la Unidad, no el simple intercambiar las opiniones. Más aún: la unidad, que se ha de buscar dialogando, no habrá de ser la unidad en ideas o criterios, cosa que sería imposible además de estéril, inútil; sino la unidad en el amor, logrando una sociedad de hombres diversos pero con “un solo corazón y una sola alma” (Hch. 4, 32). Este “dialogar” de todos, pero principalmente los cristianos, es la necesidad más urgente al enfrentar un nuevo siglo y milenio, queriendo hacer ese mundo bueno como lo quiso el Creador, e implantar el Reino de Dios con nuestra pastoral.

Es urgente lograr este “diálogo” como sistema de convivencia, sobre todo en el matrimonio y en la familia; pero también en la vecindad habitacional o laborar, en todas las relaciones del vivir en sociedad formando País, Iglesia de creyentes en Cristo, y el Mundo en el que todos vivimos, haciendo una familia humana que pretendemos sea con Cristo la Familia de Dios. Los cristianos “hemos conocido el amor de Dios, y hemos creído”; lo que falta es que se nos note. En ello tiene que fundarse todo anuncio de la “Buena Nueva”, que es Cristo, para que el mundo se salve. Con un amor como el suyo, no sólo abierto a hablar de Dios el Padre, sin reparos ni temores; sino también, con la misma apertura, a escuchar a todos desde ese Amor de Dios en nosotros.

Hemos heredado un milenio de triunfos y, a la vez de fracasos, acumulados siglo tras siglo. Al comenzar este nuevo milenio, cada hombre y mujer debe ayudar a los demás y ayudarse de ellos con el fin de ver juntos cómo tendremos que hacer para renovar en Cristo nuestras relaciones humanas de personas responsables. Comenzando por la relación primordial de la pareja unida por Dios en Matrimonio. Para ver, igualmente juntos, en un diálogo verdadero, cómo tenemos que renovar en Cristo nuestra pastoral, para lograr que sea desde el Amor de Cristo; con el cuál se logre la Unidad que Dios quiere que alcancemos como fruto de nuestro esfuerzo permanente, transformando al mundo en Reino de Dios desde la fe y la esperanza cristianas, informándolo todo con el Amor aprendido de Dios hecho hombre, Jesucristo, a quien nos hemos entregado.

En nuestra relación de pareja sacramentada ¿cómo estamos siendo el Reino de Dios, “Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz” para con ello salvar a este mundo de nuestro tercer milenio?




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Para leer la 1º Parte: Ser de Jesucristo
Para leer la 2º Parte: La Eucaristía Dominical

Para leer la 3º Parte: El Sacramento de la Reconciliación
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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