P. Vicente Gallo, S.J.
Misterio del Sacramento, 3º Parte
IV
Suele llamarse “Iglesia” a los Templos donde se reúnen los cristianos para orar, escuchar la palabra y celebrar la Liturgia de la Misa. Cuando se habla mal de “La Iglesia”, cuando se dice “yo no creo en la Iglesia”, cuando se dice “la Iglesia manda”, “la Iglesia prohíbe”, o “La Enseñanza de la Iglesia”, se hace referencia al Papa, y a los Obispos con él; y acaso a todo ese montaje de Sacerdotes, Religiosos y Religiosas. Pero ellos no son sino aquellos que han consagrado su persona para ser la Iglesia que evangeliza y salva aunque los demás no tengan tiempo para esa dedicación exclusiva.
Entendámoslo bien por fin. La “Iglesia de Cristo” son todos los que creen en él y están Bautizados en su nombre, consagrados a ser del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como lo es la Humanidad de Jesús. Es decir, somos todos nosotros. Los que somos de Cristo formando “su Cuerpo” con el que sigue presente en el mundo para salvar a todos hasta el final de los tiempos. Todos los bautizados tenemos que ser esa presencia humana de Cristo el Salvador.
Pero los casados siendo ya de Cristo por el Bautismo, hechos por Dios para ser los dos una sola carne, son ahora de Cristo como pareja en matrimonio; que se han hecho de él, así, como pareja unida, con un nuevo Sacramento. Y son de Cristo para que, haciendo UNO “en el amor como Dios los ama”, hagan realidad visible su mandato de “ámense como yo los he amado”, en lo que se conocerá a los que son de Cristo, es decir, su Iglesia. Si no es en el amor del matrimonio ¿dónde se podrá encontrar tal amor? También se ha de encontrar en los “consagrados” a ser de Cristo de manera especial, los Religiosos, los Sacerdotes, los Obispos y el Papa. Pero estos mismos han de aprender lo que es amar en términos humanos viendo cómo se aman los matrimonios; como los matrimonios han de aprender de “los consagrados” cómo se ama con un amor “como Cristo ama a su Iglesia”, como Dios nos ama, salvándonos, con un amor distinto de lo humano que nada salva.
Los Matrimonios que se han enterado de que “ellos son la Iglesia”, deben sentirse comprometidos con esa Iglesia en su labor evangelizadora y tal como está organizada para ello; comprometidos con su Parroquia, con ilusión y de manera singular, en las tareas pastorales a las que vean que ella los reclama. Y también han de sentir el deber sagrado de ser ellos presencia de esa Iglesia de Cristo, que debe ser Una, Santa, Católica y Apostólica. Si no lo es en ellos, la Iglesia no será la que todos deseamos encontrar, la Iglesia creíble, con sus notas características, la hermosa Humanidad Esposa de Cristo, la Iglesia que puso Dios en el mundo para salvarlo por obra del Espíritu Santo.
Cada matrimonio cristiano, haciendo su familia, es la realización del Amor de Dios salvando a los hombres, que ha de ser la Iglesia grande; es por lo que se ha dado en llamarla “La Iglesia Doméstica”. UNA viviendo la unidad en su relación de pareja en el amor como Dios ama. SANTA como Santo es Dios, y como es Santo Jesucristo en su Humanidad; así ha de ser santo el amor de pareja creyendo juntos, esperando y amando juntos, orando juntos, y haciendo hasta del sexo un verdadero amor como el de Dios, sin dejarlo en simple desahogo pasional. CATOLICA, con un amor no cerrado en la pareja, sino abierto a todos, haciendo Familia de Dios con las demás familias, sobre todo con los de su vecindad. APOSTÓLICA, sabiendo que son enviados por Cristo como los Doce, portadores de su antorcha de luz, el amor entendido como es el Amor de Dios realizándose en nosotros. Llevando esa luz a las parejas y al mundo entero que se debaten en las tinieblas de problemas sin solución si no es en ese amor. El mundo, o se salva con ese amor, o no se salva.
EL PLAN DE DIOS, que Jesucristo vino a realizar, fue hacer de la humanidad la Familia que quería tener Dios como suya, en la que Jesús el Hijo sea “el Primogénito”, y los demás seamos “hijos de Dios” y “herederos” con él; siendo hermanos unos de otros como Cristo se ha hecho nuestro hermano, ese mundo nuevo que sea el Reino de Dios que Jesucristo trajo e inauguró. Esa Familia de Dios es LA IGLESIA, que ha de ser expresión visible y creíble del Amor con el que Dios nos envió a su Hijo. Y todo ello deben serlo siempre de modo especialísimo las familias cristianas, desde su Matrimonio como Signo de la Salvación, el Sacramento por el que se unieron casándose no “en una Iglesia” o Templo, sino “en la Iglesia de Dios”.
Las parejas cristianas, al unirse en Matrimonio dentro de la Iglesia, no solamente “reciben” un Sacramento; propiamente ellos “lo hacen”, y son ellos desde entonces ese Sacramento en medio de su mundo. Deben permanecer fieles a Cristo viviendo ese Sacramento que son, con todas las implicancias que conlleva, con todo lo que aquí hemos reflexionado. De manera semejante a como los Obispos y los Sacerdotes han de vivir también ellos su Sacramento, por el que están consagrados tan especialmente a ser de Cristo, para a hacer esa Iglesia en la que Dios los ha puesto para que en su nombre la amen; y en la cuál las gentes han de encontrar la Salvación que de Cristo nos viene, ya que solamente en él pueden hallarla.
Suele llamarse “Iglesia” a los Templos donde se reúnen los cristianos para orar, escuchar la palabra y celebrar la Liturgia de la Misa. Cuando se habla mal de “La Iglesia”, cuando se dice “yo no creo en la Iglesia”, cuando se dice “la Iglesia manda”, “la Iglesia prohíbe”, o “La Enseñanza de la Iglesia”, se hace referencia al Papa, y a los Obispos con él; y acaso a todo ese montaje de Sacerdotes, Religiosos y Religiosas. Pero ellos no son sino aquellos que han consagrado su persona para ser la Iglesia que evangeliza y salva aunque los demás no tengan tiempo para esa dedicación exclusiva.
Entendámoslo bien por fin. La “Iglesia de Cristo” son todos los que creen en él y están Bautizados en su nombre, consagrados a ser del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como lo es la Humanidad de Jesús. Es decir, somos todos nosotros. Los que somos de Cristo formando “su Cuerpo” con el que sigue presente en el mundo para salvar a todos hasta el final de los tiempos. Todos los bautizados tenemos que ser esa presencia humana de Cristo el Salvador.
Pero los casados siendo ya de Cristo por el Bautismo, hechos por Dios para ser los dos una sola carne, son ahora de Cristo como pareja en matrimonio; que se han hecho de él, así, como pareja unida, con un nuevo Sacramento. Y son de Cristo para que, haciendo UNO “en el amor como Dios los ama”, hagan realidad visible su mandato de “ámense como yo los he amado”, en lo que se conocerá a los que son de Cristo, es decir, su Iglesia. Si no es en el amor del matrimonio ¿dónde se podrá encontrar tal amor? También se ha de encontrar en los “consagrados” a ser de Cristo de manera especial, los Religiosos, los Sacerdotes, los Obispos y el Papa. Pero estos mismos han de aprender lo que es amar en términos humanos viendo cómo se aman los matrimonios; como los matrimonios han de aprender de “los consagrados” cómo se ama con un amor “como Cristo ama a su Iglesia”, como Dios nos ama, salvándonos, con un amor distinto de lo humano que nada salva.
Los Matrimonios que se han enterado de que “ellos son la Iglesia”, deben sentirse comprometidos con esa Iglesia en su labor evangelizadora y tal como está organizada para ello; comprometidos con su Parroquia, con ilusión y de manera singular, en las tareas pastorales a las que vean que ella los reclama. Y también han de sentir el deber sagrado de ser ellos presencia de esa Iglesia de Cristo, que debe ser Una, Santa, Católica y Apostólica. Si no lo es en ellos, la Iglesia no será la que todos deseamos encontrar, la Iglesia creíble, con sus notas características, la hermosa Humanidad Esposa de Cristo, la Iglesia que puso Dios en el mundo para salvarlo por obra del Espíritu Santo.
Cada matrimonio cristiano, haciendo su familia, es la realización del Amor de Dios salvando a los hombres, que ha de ser la Iglesia grande; es por lo que se ha dado en llamarla “La Iglesia Doméstica”. UNA viviendo la unidad en su relación de pareja en el amor como Dios ama. SANTA como Santo es Dios, y como es Santo Jesucristo en su Humanidad; así ha de ser santo el amor de pareja creyendo juntos, esperando y amando juntos, orando juntos, y haciendo hasta del sexo un verdadero amor como el de Dios, sin dejarlo en simple desahogo pasional. CATOLICA, con un amor no cerrado en la pareja, sino abierto a todos, haciendo Familia de Dios con las demás familias, sobre todo con los de su vecindad. APOSTÓLICA, sabiendo que son enviados por Cristo como los Doce, portadores de su antorcha de luz, el amor entendido como es el Amor de Dios realizándose en nosotros. Llevando esa luz a las parejas y al mundo entero que se debaten en las tinieblas de problemas sin solución si no es en ese amor. El mundo, o se salva con ese amor, o no se salva.
EL PLAN DE DIOS, que Jesucristo vino a realizar, fue hacer de la humanidad la Familia que quería tener Dios como suya, en la que Jesús el Hijo sea “el Primogénito”, y los demás seamos “hijos de Dios” y “herederos” con él; siendo hermanos unos de otros como Cristo se ha hecho nuestro hermano, ese mundo nuevo que sea el Reino de Dios que Jesucristo trajo e inauguró. Esa Familia de Dios es LA IGLESIA, que ha de ser expresión visible y creíble del Amor con el que Dios nos envió a su Hijo. Y todo ello deben serlo siempre de modo especialísimo las familias cristianas, desde su Matrimonio como Signo de la Salvación, el Sacramento por el que se unieron casándose no “en una Iglesia” o Templo, sino “en la Iglesia de Dios”.
Las parejas cristianas, al unirse en Matrimonio dentro de la Iglesia, no solamente “reciben” un Sacramento; propiamente ellos “lo hacen”, y son ellos desde entonces ese Sacramento en medio de su mundo. Deben permanecer fieles a Cristo viviendo ese Sacramento que son, con todas las implicancias que conlleva, con todo lo que aquí hemos reflexionado. De manera semejante a como los Obispos y los Sacerdotes han de vivir también ellos su Sacramento, por el que están consagrados tan especialmente a ser de Cristo, para a hacer esa Iglesia en la que Dios los ha puesto para que en su nombre la amen; y en la cuál las gentes han de encontrar la Salvación que de Cristo nos viene, ya que solamente en él pueden hallarla.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo SJ por su colaboración
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