El P. Damián de Molokai
(1840 - 1889)
Canonizado por SS Benedicto XVI el 11 de octubre del 2009
JOSÉ DE VEUSTER, el futuro P. Damián de Molokai ss.cc., nace en Tremelo, en Bélgica, el 3 de enero de 1840, en una familia numerosa de agricultores-comerciantes. Cuando su hermano mayor entra en la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, su padre le destina para que un día esté al frente de la explotación familiar, sin embargo, él también decide hacerse religioso y comienza, a principios de 1859, su noviciado en Lovania, en el convento de su hermano. Allì toma el nombre de Damián.
En 1863, su hermano, que iba a partir para la misión de las Islas Hawai, cae enfermo. Ya estaban listos todos los preparativos para el viaje, por lo que Damián obtiene del Superior General el permiso para sustituir a su hermano. Desembarca en Honolulu el 19 de marzo de 1864 y allí mismo es ordenado sacerdote el 21 de mayo siguiente.
Sin esperar más, se entrega en cuerpo y alma a la áspera vida de misionero por los poblados de Hawai, la mayor de las islas del archipiélago.
Por aquellos días, para frenar la propagación de la lepra, el gobierno hawaiano decide la deportación a Molokai, una isla cercana, de todos y todas cuantos estuviesen atacados por la enfermedad, entonces incurable. Su desdichada suerte preocupa a toda la misión católica. El obispo Mons. Louis Maigret ss.cc. habla de ello con sus sacerdotes. A nadie quiere enviar allí en nombre de la obediencia, sabiendo que una orden semejante es una condena a muerte. Se ofrecen cuatro misioneros: irán por turno a visitar y asistir a los desgraciados leprosos en su desamparo. Damián es el primero en partir: era el 10 de Mayo de 1873. A petición propia y de los mismos leprosos, se queda definitivamente en Molokai. Contagiado él mismo de la lepra, muere el 15 de abril de 1889. Más tarde, sus restos serán repatriados en 1936 y depositados en la cripta de la iglesia de la Congregación de los Sagrados Corazones en Lovaina. Compartir libremente la vida de los leprosos secuestrados en la península de Kalaupapa en Molokai. Su partida para la « isla maldita », la noticia de su enfermedad en 1885 y la de su muerte, impresionaron profundamente a sus contemporáneos, cualquiera que fuese su confesión religiosa. Desde su desaparición, ha sido considerado como un modelo y un héroe de la caridad. Identificado con los leprosos hasta el punto de expresarse con su « nosotros los leprosos », continúa inspirando a millares de creyentes y no creyentes, deseosos de imitarle y de descubrir la fuente de su heroísmo.
Servidor y testigo... sin volverse atrás
La vida del Padre Damián nos revela que su generosidad le empujaba constantemente a hacer suya cualquier iniciativa en la que reconocía la mano de la Providencia. Las variadas circunstancias de su vida, son otros tantos signos y llamadas que él sabe ver y comprender. Al seguirlas con toda la fuerza de su energía, tiene conciencia de estar cumpliendo la voluntad de Dios. «Convencido de que Dios no me pide lo imposible, actúo con decisión, sin más preocupaciones » (Carta al Padre General, 21-12-1866). Es así como, durante un retiro espiritual en Braine-le-Comte donde estudia, decide seguir la llamada de Dios a la vida religiosa: entra en la
Congregación en la que ya le había precedido su hermano. La enfermedad de este último le brinda la ocasión de ofrecerse para ir a las misiones en su lugar: su petición es aceptada y se embarca para Hawai. Estando allí, el obispo describe ante sus misioneros la situación desgraciada de los leprosos de Molokai: Damián adelanta su ofrecimiento voluntario para servirles.
Damián concibe su presencia en medio de los leprosos como la de un padre entre sus hijos. Conoce los riesgos del trato cotidiano con sus enfermos. Tomando todas las precauciones razonables, consigue durante más de una decena de años, escapar al contagio. Sin embargo, acaba contaminándose. Reafirmándose en su confianza en Dios, declara en esos momentos. « Estoy feliz y contento, y si me dieran a escoger la salida de este lugar a cambio de la salud, respondería sin dudarlo: Me quedo con mis leprosos toda mi vida ».
Médico de cuerpos y de almas
Empujado por el deseo de aliviar el sufrimiento de los leprosos, Damián se interesa por los progresos de la ciencia. Experimenta en sí mismo nuevos tratamientos, que comparte con sus enfermos. Día tras día, cuida de los enfermos, venda sus heridas hediondas.
Reconforta a los moribundos, entierra en el cementerio, al que llama « jardín de los muertos », a quienes han terminado su calvario.
Consciente del impacto poderoso de la prensa, no duda en alentar a aquellos de sus corresponsales que publican libros y artículos sobre los leprosos de Molokai. De ahí nace un gran movimiento de solidaridad que va a permitir mejorar aún más la pobre suerte de los enfermos.
Su familiaridad con el sufrimiento y la muerte agudizan en él el sentido de la vida. La paz y la armonía que le llenan, florecen a su alrededor. «Hago lo imposible, dice, por mostrarme siempre alegre, para levantar el ánimo de mis enfermos ». Su fe, su optimismo, su disponibilidad conmueven los corazones. Todos se sienten invitados a compartir su alegría de vivir, a superar, en la fe, los límites de su miseria y angustia, al mismo tiempo que los del pedazo de tierra encarcelada que habitaban. Atraídos así a encontrar un Dios que les ama, descubren su proximidad afectuosa en la de su querido Kamiano.
Constructor de comunidades
«El infierno de Molokai », amasado de egoísmos, de desesperación y de inmoralidad, se transforma, gracias a Damián, en una comunidad que causa admiración al mismo gobierno. Orfelinato, iglesia, viviendas, equipamientos colectivos: todo se realiza con la ayuda de los menos impedidos. Se amplía el hospital, se acondicionan el desembarcadero y sus caminos de acceso, al mismo tiempo se tiende una conducción de agua. Damián abre un almacenen que los enfermos pueden aprovisionarse gratuitamente. Alienta a su gente a cultivar la tierra, plantar flores. Para entretenimiento de sus leprosos, organiza hasta una banda de música. Así, gracias a su presencia y a su actuación, los que habían sido abandonados a su suerte redescubren la alegría de encontrarse juntos. La entrega de sí mismo, la fidelidad, los valores familiares, recuperan su sentido. La vida junto al otro por necesidad o por obligación, se va reemplazando por el respeto debido a todo ser humano, aunque esté horriblemente desfigurado por la lepra. Damián les hace descubrir que a los ojos de Dios todo hombre es algo precioso, porque Dios los ama como un padre y en él todos se reconocían hermanas y hermanos.
Se comprende fácilmente lo que este hombre de comunión debió sufrir por la ausencia de un hermano religioso a su lado, cuya presencia no dejaba de reclamar continuamente.
Apóstol de los leprosos
Es en su corazón de sacerdote y de misionero donde encuentra eco la llamada para servir a los leprosos. «Son muy horribles de ver, pero tienen un alma rescatada al precio de la sangre adorable de nuestro divino Salvador ». Damián procura que se beneficien de todas las riquezas de su ministerio sacerdotal, reconciliándolos con Dios y consigo mismos, asegurándoles el medio para unir sus sufrimientos a los de Cristo por la comunión de su Cuerpo y de su Sangre. Bautismos, matrimonios y entierros se celebran intentando abrir los espíritus y los corazones a las dimensiones universales de la Iglesia de Cristo. Rechazados por la sociedad, los leprosos de Molokai descubren que su enfermedad les ha valido la solicitud de un corazón de sacerdote entregado totalmente a ellos. «Mi mayor dicha es servir al Señor en sus pobres hijos enfermos, repudiados por los otros hombres».
Sembrador de ecumenismo
Por encima de todo Damián se siente un misionero católico, hombre como era de su tiempo. Convencido de su fe, respeta sin embargo las convicciones religiosas de los otros, los acepta como personas y recibe con alegría su colaboración y su ayuda. Con el corazón ampliamente abierto a la más abyecta miseria humana, no hace diferencia alguna cuando se trata de acercarse y de cuidar a los leprosos. En sus actividades parroquiales o caritativas hay sitio para todo el mundo. Cuenta entre sus amigos —y de los mejores— con el luterano Sr. Meyer, superintendente de la leprosería, con el anglicano Clifford, pintor, con el librepensador Mouritz, médico de Molokai, con el budista Goto, leprólogo japonés, con el párroco anglicano Chapman, su principal bienhechor en Londres.
Damián es mucho más que un simple filántropo o el héroe de moda. Unos y otros, le reconocen como servidor de Dios, tal como él mismo se manifestaba siempre, y respetan su pasión por la salvación de las almas.
El hombre de la Eucaristía
«El mundo de la política y de la prensa pueden ofrecer pocos héroes comparables al Padre Damián de Molokai. Valdría la pena buscar la fuente de la inspiración de semejante heroísmo ». Así es como resumía Mahatma Gandhi las preguntas que suscita su vida.
La respuesta la encontramos en su fe, la fe que vive como religioso de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Damián vive recibiendo la gracia de contemplar, vivir y anunciar el Amor misericordioso de Dios, revelado en Jesús y al que nos conduce la Virgen María. Para realizar esta misión, su propia experiencia personal orientada por la tradición de su Congregación, le hace encontrar la fuerza en la fuente del Amor y de la Vida: La Eucaristía. Jesús, convertido en pan de vida y en presencia viviente y consoladora del Amor de Dios.
Su imitación de Jesús, vida para hambrientos y enfermos, le impulsa a identificarse con su pobre rebaño. Gracias también al amor de «Aquel que no me abandona nunca », puede permanecer fiel hasta el final, más allá de la cruel enfermedad, de la soledad penosa, de las críticas injustas y de la incomprensión de los suyos. Su testimonio es incontestable. «Sin la presencia de nuestro divino Maestro en mi pobre capilla, jamás hubiera podido mantener unida mi suerte a la de los leprosos de Molokai ».
La voz de los sin voz
Una presencia semejante en medio de los arrojados fuera de este mundo, necesariamente tenía que interpelar las conciencias. No habían pasado dos meses desde la muerte de Damián, cuando se funda en Londres el «Leprosy Fund», primera organización de la lucha contra la lepra. Nada puede justificar el aislamiento y el abandono de un ser humano. El «nosotros los leprosos », no era una figura retórica, sino la verdad de una identificación con quienes, a pesar de su enfermedad, no dejan de tener derecho al respeto, a la dignidad, al amor. Porque al compartir la vida de los leprosos, al convertirse finalmente él mismo en leproso, Damián había lanzado una vibrante llamada al reconocimiento de la dignidad de todos aquellos a los que una enfermedad, una invalidez o un fracaso, puede suponerles un peligro de marginación. Nada puede justificar el aislamiento y el abandono de un ser humano.
Mensajero de la esperanza
La vida y la muerte de Damián son hechos proféticos. Si denuncian actividades contrarias a los derechos del hombre, son también una llamada a la esperanza.
Hoy como entonces surgen por el mundo toda clase de marginados: enfermos incurables, portadores de VIH y tantos otros, y niños abandonados, jóvenes desorientados, mujeres explotadas, ancianos desatendidos, minorías oprimidas, para todos Damián sigue siendo la voz que recuerda que el amor infinito de Dios está hecho de compasión, confianza y esperanza: la voz también que denuncia las injusticias. En Damián todos pueden volver a encontrar al mensajero de la Buena Nueva.
Buen samaritano, se ha inclinado sobre aquellos que la enfermedad había arrojado al borde del camino. Por este título precisamente, Damián se convierte en ejemplo para cualquier hombre y mujer que desea comprometerse en la lucha por un mundo más justo, más conforme con el corazón de Dios. Servidor de Dios, es y continuará siendo para todos el servidor del hombre, quien más aún que vivir lo que necesita son razones para vivir. Éste es el Damián que todavía hoy nos sigue desafiando.
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Tomado de:
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