P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Sab 7,7-11; S. 89; Heb 4,12-13; Mc 10,17-30
Lo imposible para los hombres, posible para Dios
Lo imposible para los hombres, posible para Dios
La Iglesia al hilo de San Marcos sigue haciéndonos volver la mirada hacia aspectos muy importantes de la conducta humana, en los que nuestra conciencia cristiana debe sentirse continuamente interpelada; son difíciles y ofrecen por ello oportunidad de dar testimonio de la fe. En estos ámbitos quien no se preocupa de vivir su fe procede de forma muy distinta del que se esfuerza por ser coherente. Quiero decir que, si ustedes en su vida cumplen con esos valores cristianos, llamarán la atención como tales; y, si los viven con alegría, estarán diciendo claro que el Evangelio es de verdad una buena noticia.
Tras presentar la doctrina sobre el matrimonio y la alegría sana de la vida de familia, Marcos recuerda al joven rico, un joven limpio, noble, buscador del Reino de Dios. Pedro, tan intuitivo, quedo impresionado por la mirada de Jesús a la respuesta de haber cumplido siempre aquellos mandamientos que le recordara: Jesús le miró con “cariño”.
Aquel joven sentía dentro necesidad de una perfección mayor. Ya sabía que la vida eterna, que sería en el futuro, se lograba practicando los mandamientos. Pero en ese momento le tironeaba con una fuerza continua e invencible algo más perfecto, más grande. Mas no sabía qué era. Por eso viene corriendo, se arrodilla y busca en el “maestro bueno” la luz que necesita para tirar por un camino que le acerque más a Dios. El Señor le miró con cariño. Así lo hace con todos los que invita a una vida de renuncia en el sacerdocio o la vida consagrada, hombres y mujeres. En estos casos no cabe la menor duda. Pero también lo hace con otros a los que no llama a la vida consagrada, pero sí a una vida de más cercano seguimiento, que incluirá una relación de mayor intimidad y servicio. Recordemos los casos de los hermanos Marta, María y Lázaro, de las mujeres que le acompañaban y servían, de Nicodemo y José de Arimatea.
Tanto en un caso como en otro una de las dificultades más notables es el problema del uso del dinero y de las riquezas de este mundo.
“Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te falta. Anda, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme”. Precioso. Y sin embargo ¡pobre muchacho! Viene a Jesús lleno de ilusión, corriendo, se arrodilla con veneración, “maestro bueno” le llama, busca y espera de Jesús una perfección moral y religiosa muy profunda, arrebatadora; pero cuando oye al “maestro bueno” de dejar sus riquezas, todo se le hunde; como que un rayo cae sobre él y quema todos sus anhelos; “abatido” –traduce el texto litúrgico–; el original griego alude a la oscuridad temible de la noche; no dice nada, frunce el ceño, se levanta y se va. “Tenía muchos bienes”.
A Jesús mismo le impresiona. “Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios”. También los discípulos estaban conmovidos; y ni de lejos esperaban un comentario como el del Maestro; “se extrañaron de estas palabras”. Pero Jesús no se quedó ahí. Aprovechó para dar una lección con toda crudeza: “¡qué difícil –insistió– es para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios”. Expresión muy hebrea, lo que denota haber sido pronunciada por el mismo Jesús a la letra o casi a la letra. Es una fórmula exagerada, hiperbólica, como suelen usar los oradores –Jesús era un gran orador– para subrayar la importancia de una idea.
Jesús se había expresado de tal forma que los discípulos entendieron claro que también a ellos les tocaba. ¿No pensaban ellos del dinero lo mismo que aquel joven? “Ellos se espantaron y comentaban: Entonces ¿quién puede salvarse? Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Dios lo puede todo”. También a nosotros se refiere. Por eso la incluye Pedro en su catequesis fundamental.
Todos tenemos que hacer uso de bienes materiales, todos empleamos dinero. ¡Qué difícil es que no se nos pegue a las manos como al que anda con las suyas metidas en petróleo! ¿Quién puede salvarse? ¿No se les pega el dinero al corazón? ¿Qué piden, de qué hablan los esposos, los padres con los hijos y los hijos con los padres? ¿Qué piensan que les haría más felices? ¿Para qué trabajan? ¿Para qué estudian? ¿A qué tienen miedo? ¿Podrán entonces ustedes salvarse?
Lo imposible para los hombres es posible para Dios. Una petición del padrenuestro, que deben tomar muy en serio: la del pan de cada día. Basta ese pan de cada día. Den gracias al Señor por ese pan en las comidas. “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. No gasten más de lo que tienen; si se les ofrece la oportunidad de ganar más, calculen que no tengan que sacrificar algo más valioso; adapten su vida a sus ingresos; cuidado con las tarjetas de crédito y los préstamos bancarios, que engañan más que el diablo; no roben, ni banqueros ni particulares, con los préstamos; yo creo que, en general, un interés anual no debería pasar de un 2% mensual o un 25% anual; pedir dinero prestado con la esperanza de no pagarlo es una forma de robar; y den limosna a los más necesitados y para que el Evangelio llegue a más gente.
¡Cuidado los ricos! No son dueños absolutos de los bienes materiales. Son administradores. Den y se les dará en una medida colmada, rebosante, porque con la medida con que midan se les medirá a ustedes (Lc 6,38); porque “les aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en el mundo futuro la vida eterna”.
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Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
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