La Asunción de la Virgen María


P. Adolfo Franco S.J.
Comentario sobre el Evangelio de esta solemnidad.
Lucas 1, 39-56

La Iglesia nos pone este párrafo del Evangelio de San Lucas, donde se narra la visita que hizo la Virgen a su prima Santa Isabel, para celebrar la fiesta de la Asunción. La Virgen María, después de recibir el anuncio del Angel de que iba a ser la Madre de Dios, se pone en camino para visitar a su prima Isabel, porque se entera de que ella la va a necesitar ya que pronto dará a luz a Juan Bautista. Con ese motivo exclama el canto del Magnificat, que hoy recoge la liturgia para celebrar esta fiesta de la glorificación de la Virgen, que llamamos la Asunción.

Pero la fiesta la podemos considerar de dos formas diferentes: por un lado la glorificación especial de María, por haber tenido una vocación especial, irrepetible, por haber sido colmada de gracias muy especiales, por haber sido designada para una tarea única, por haber sido elegida como la Madre de Dios. Por todo esto ella ha recibido de Dios una abundancia de amor y de gracia, que culmina con esta glorificación especial.

Ella había sido concebida sin pecado. En esta lucha contra el pecado, en que todos nos vemos envueltos, ella venció siempre y en ninguna ocasión estuvo bajo su dominio. Ella dijo el sí de la humanidad, para que el Hijo de Dios se hiciera hombre en sus entrañas, aceptando así una vocación sublime y difícil. Pero simplemente estaba totalmente a disposición de Dios. Ella lo cuidaría, lo protegería, le daría de comer, padecería con El todos los sinsabores de sus momentos arduos cuando fuera perseguido. Ella lo acompañaría siempre y por eso estuvo firme al pie de la cruz, y acompañaría en sus primeros momentos a la Iglesia recién nacida.

Y ahora como culminación de todos estos momentos de entrega y de gracias especiales de Dios, es llevada al cielo en cuerpo y alma, después de culminar su etapa de vida temporal en el mundo.

Pero decíamos que hay dos formas de meditar este misterio de la Asunción: una es la del privilegio para María. La otra es para que veamos nosotros también a lo que estamos destinados. Lo que será capaz de hacer Dios con nosotros. Así que sin quitar lo que tiene de exclusivo este misterio de la vida de la Virgen, podemos hacernos a nosotros mismos una aplicación. En la Asunción de la Virgen podemos mirarnos como en un espejo.

Cuando todas estas realidades mundanas desaparezcan en nuestra vida, cuando hayamos dejado este cuerpo débil y frágil, tan buen compañero, pero tan sometido al paso del tiempo, entonces entraremos en el país de las inmutables realidades, porque entraremos en el espacio donde todo está colmado por Dios. Nosotros estamos destinados también, en nuestra pobre medida, a una plenitud de glorificación, que no podemos ni sospechar. Como San Pablo decía que ni ojo vio, ni oído escuchó lo que Dios tiene preparado para los que le aman. Y es que entonces todo será luz sin sombras, seguridad sin temores, alegría inacabable, felicidad y dicha para siempre.

También cuando Jesús habla de ese nuestro futuro de esperanza dice: entrar en la gloria, pasar al banquete del Señor, entrar al Reino del Padre; y otras expresiones semejantes que indican la gloria que Dios tiene preparada para los que le aman. Si es lícito hablar así, esa es la asunción que nos espera y a la que estamos destinados por la abundante misericordia de Dios.

Es importante este mensaje de la Asunción de la Virgen a nosotros, que con frecuencia perdemos la perspectiva de la vida entera. Necesitamos tener presente nuestro futuro, para que nos ayude a caminar el presente con amor, con entrega, con paz y con esperanza. Mirar la Asunción de la Virgen nos induce a vivir la vida llenos de ilusión.
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Agradecemos al P. Franco S.J. por su colaboración.
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