Homilía: Solemnidad de la Asunción de la Virgen María


Lecturas: Ap 11,19;12,1.3-6.10; S.44; 1Co 15,20-27; Lc 1,39-56

Desde el Cielo María nos espera
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Por una tradición de larga data la Iglesia celebra en el mes de agosto el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los Cielos. Es de las fiestas marianas más antiguas y solía celebrarse el 15 de agosto. Para evitar la rotura del ritmo de trabajo semanal en las sociedades industriales modernas, la Iglesia ha permitido el traslado de algunas fiestas importantes a los domingos. De esta forma el misterio es debidamente revivido por el pueblo cristiano.

La fiesta de la Asunción de María es muy antigua en la Iglesia. Sin embargo el dogma de fe que celebra ha sido declarado como tal muy recientemente: en 1950 por el papa Pio XII.

Declarar una verdad como dogma de fe significa anunciar con claridad a los cristianos que tal verdad, en nuestro caso que María fue llevada por Dios en alma y cuerpo al Cielo, es ciertamente una de las muchas verdades que Dios nos ha ido revelando a lo largo de los siglos. La consecuencia es que debemos estar seguros de ella; pertenece al conjunto de verdades que un católico cree y tiene que creer y vivir.

¿Qué nos dice este dogma? Que la Virgen María, cuando cumplió el tiempo de vida en este mundo, que Dios había determinado previamente, fue llevada de inmediato al Cielo, a la presencia de su Hijo y del Padre y del Espíritu Santo, para estar y gozar de ellos por toda la eternidad.

Como toda alma humana es inmortal, al concluir cualquier vida humana, el alma no desaparece. Por lo tanto es juzgada y condenada al infierno eterno si no se arrepintió de sus pecados mortales antes de morir. Pero, si se arrepintió y perseveró en la amistad de Dios hasta el final, va al Purgatorio a ser liberada, por la penitencia, de toda mancha, reato o adhesión pecaminosa, que todavía permaneciere. Cuando haya sido purificada del todo, no habiendo nada que le impida su adhesión a Dios, empezará a gozar de Dios por toda la eternidad.

En cuanto al cuerpo, normalmente desaparece de una u otra forma hasta el juicio final. Entonces volverá a recuperarse y asumirá el destino que le correspondió al alma.

María llena de gracia desde su concepción, sin pecado, reticencia ni sombra alguna en el cumplimiento de la voluntad de Dios, por dolorosa que fuera, fue al Cielo apenas hubo terminado su período de paso por la tierra. La revelación no nos manifiesta si murió o no. Algunos opinan que, sin morir previamente, fue llevada al Cielo al modo de Elías (arrebatado por un carro de fuego mientras caminaba junto a Eliseo). Creo que la mayoría de los teólogos opinan que María murió realmente y que resucitó poco después a semejanza de su Hijo siendo llevada luego al Cielo. Allí fue acogida como Reina, alabando a Dios por toda la eternidad y acogiendo las oraciones de los que a Ella recurren para interceder en su favor.

Opino como ellos. María debió morir, luego resucitó y fue llevada al Cielo. Porque María, como enseña el Concilio Vaticano II, es el modelo de la Iglesia, que reproduce en sí misma la imagen de Cristo. Pero Cristo corporalmente murió y resucitó, subiendo luego al Cielo. Resulta, pues, más conforme a su misión en la Iglesia que María haya muerto primero, como todos los hombres y su propio Hijo, y luego, habiendo resucitado, haya sido llevada a los Cielos.

A la misma conclusión se llega si se parte de que María es en el orden de la Redención de Jesús la primera redimida y la mejor prueba de su eficacia. Por ello es más coherente que haya experimentado con toda plenitud sus efectos, muriendo realmente, resucitando luego y subiendo en cuerpo y alma al Cielo.

El misterio de la Asunción de María es un privilegio en cuanto que se ha realizado ya, sin haberse cerrado la historia del hombre, es decir antes de que el género humano haya dejado de existir sobre la tierra; pero es común a todos los bienaventurados: todos moriremos, resucitaremos al final de la historia humana y recibiremos el premio del Cielo, alabando a Dios por toda la eternidad y en compañía de nuestra Madre y de todos los santos.

De esta forma la vida para nosotros viene a ser un aprendizaje, que va asimilando la de Jesús. Por eso, y como el evangelio recuerda varias veces, meditemos en profundidad, como María, las palabras y las obras de Jesús (y precisamente porque en ocasiones nos resultan difíciles de entender). Además asumamos la voluntad de Dios, aunque no la podamos entender. Nuestra Señora de la Asunción es la misma que Nuestra Señora de la Encarnación y que Nuestra Señora de la Pasión. Como todo seguidor de Jesucristo, María tuvo que ascender al Calvario. Y no se puede llegar al Cielo sin haber subido previamente a la cumbre del Calvario.

Al pie de la Cruz, en este santo sacrificio de la misa, junto a María, renovamos con su intercesión la fe en nuestro último destino. No andemos dando pasos perdidos. Sabemos a dónde vamos. Moriremos, pero resucitaremos y nuestro destino es el mismo de María. Hoy damos gracias a Dios por ello. Hoy le damos gracias porque tenemos allí más de uno, tal vez muchos conocidos. Hoy le damos gracias porque desde allí María nos atrae con sus plegarias y las gracias que nos consigue para no ceder en el esfuerzo de la ascensión. Pidamos a María con frecuencia su intercesión para que su Hijo nos conceda la gracia de obrar en el amor, de perdonar, de buscar su voluntad, de resistir a la tentación. Y démosle gracias cuando la experiencia nos hace ver que nos ha ayudado; no hablo meramente de favores que acaban aquí, sino de gracias para obrar bien en cosas que se nos hacen demasiado cuesta arriba. No dejemos de orar y de orar cada día pidiendo a María su intercesión y a Jesús la gracia de la perseverancia final. Que también el morir en la amistad de Dios es una gracia de Dios. Que estamos destinados a que un día recorramos el mismo camino de María, que nos espera con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo y todos los ángeles y santos en la Gloria.
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