P. Miguel Girón, S.J.
El P. Miguel nos comparte su experiencia vivida en el viaje que realizó en 1990 a las ruinas de Reducciones Jesuíticas del Brasil, Argentina y Paraguay. Deseamos que el ejemplo de los misioneros jesuitas que hicieron esta obra para la mayor gloria de Dios, nos haga reflexionar, en este Año Sacerdotal, qué tan lejos puede llegar nuestra entrega a Dios en el servicio de la evangelización.
A las 8 de la noche del viernes 18 de mayo de 1990 iniciamos este viaje a las Reducciones (*) jesuíticas del Brasil, Argentina y Paraguay asesorados por el jesuita P. Herbert Wetzel, gran conocedor de las Misiones. Todos íbamos con el deseo de poder contemplar en su propio escenario esta obra misionera grandiosa de la Compañía de Jesús en los siglos XVII y XVIII.
Nueve horas transcurrieron hasta llegar a San Borja, ciudad brasileña, situada en el límite con Argentina, que fue fundada por el P. Francisco García del Prado en 1690, hoy con 45,000 habitantes, uno de los pueblos de las Reducciones que llegó a tener 4,000 indios. Aquí no han quedado vestigios de esa época.
Las Religiosas del Verbo Divino nos acogieron generosamente, y nos dieron un reconfortante desayuno a la salida del sol de aquella mañana fría. Atravesamos en balsa el río Uruguay de 1 Km de ancho para entrar en territorio argentino por Santo Tomé, que llegó a ser también una floreciente reducción. Muy buena carretera a través de la inmensa llanura argentina en un recorrido de 150 Km hasta llegar a Posadas (150,000 habitantes), capital de la provincia de Misiones, zona extensa en la que los jesuitas fundaron hasta 48 pueblos, de los cuales permanecieron sólo 30 por causa de los ataques de los “bandeirantes y mamelucos”, que destruían los pueblos y se llevaban a los indios para venderlos como esclavos en Sao Paulo y en Río de Janeiro. Sólo en cuatro años destruyeron 9 reducciones y vendieron como esclavos a 60,000 indios.
Por entonces el P. Ruíz de Montoya, peruano, organizó una expedición hacia el sur por el río Paraná con 900 canoas y 12,000 indios que salieron huyendo para poderse librar de los cazadores de esclavos.
Hay que tener en cuenta que los indios en las reducciones no podían usar armas de fuego por real decreto de España. El P. Ruiz de Montoya viajó a España y se entrevistó con el rey y consiguió el permiso para que los indios usasen las armas de fuego en defensa propia contra los usurpadores y así se terminó con la caza de esclavos.
Se establecieron por fin los indios en territorio argentino y fundaron varios pueblos, entre ellos SAN IGNACIO MINI, cuyas ruinas visitamos. Dista sólo 30 Km de Posadas.
Es algo impresionante ver la obra que realizaron estos hombres con medios tan sencillos. La iglesia cuyas paredes de piedra permanecen todavía, tienen 61 m de largo por 24 m de ancho. Junto a la iglesia está el cementerio y alrededor de la gran plaza, las casas de los indios, construidas con enormes piedras talladas. Al fondo del templo celebramos la Eucaristía y nuestras oraciones y cantos resonaron en una forma nueva en el silencio de aquel atardecer lleno de paz. Todavía estas ruinas seculares, que fueron testigos de la vida de varias generaciones de indios, hablan al corazón.
El mérito de los jesuitas está en haber logrado que estos miles de indios dispersos durante siglos, que vivían de la caza y de la pesca, formaran pueblos de 4 y 5 mil habitantes que tenían los bienes en común.
Los jesuitas eran los administradores, los formadores, padres y maestros de los pueblos. No eran los dueños de las riquezas que poseían las reducciones.
Viendo los inventarios que se conservan del momento de la expulsión de los jesuitas por Carlos III impresionan las riquezas de estos pueblos. Por ejemplo SAN COSME, para 3346 habitantes, tenían 25 mil cabezas de ganado vacuno; 2945 caballos salvajes; 638 caballos domados, 1792 vacas y 8 mil ovejas; varias plantaciones de caña de azúcar, algodón y plantas medicinales que exportaban. El pueblo de SAN IGNACIO tenía para 4356 habitantes: 33 mil cabezas de ganado vacuno, 7 mil ovejas, 1409 caballos, 3500 arrobas de algodón, etc.
Durante 150 años (1608 a 1768), trabajaron en las reducciones 1500 sacerdotes y hermanos jesuitas, de los cuales 550 eran españoles, 309 argentinos, 159 italianos, 112 sajones, 83 paraguayos, 52 portugueses, 41 franceses, 8 irlandeses, 22 bolivianos, 20 peruanos, 92 chilenos y algunos de otros países.
De todos estos misioneros 26 fueron martirizados y más de 500 mil indios fueron evangelizados.
En los 150 años que permanecieron los jesuitas en estas tierras progresó extraordinariamente la agricultura, la artesanía, la música, la escultura y la arquitectura. Había fundiciones de hierro y bronce, fabricaban campanas, imprimían libros y hacían observaciones de los astros en diversos observatorios de las misiones.
Toda esta obra de evangelización, de civilización y de cultura se destruyó cuando en 1768 Carlos III firmó el decreto de expulsión de los jesuitas de España y de todas sus colonias. Muchos misioneros murieron por los malos tratos en las prisiones y en los barcos camino del destierro. Al puerto de Santa María, junto a Cádiz, fueron llegando, procedentes de las colonias españolas los barcos con 2,267 misioneros sobrevivientes. Y con este decreto de expulsión, fruto de la debilidad y cobardía de un rey, se derrumbó para siempre una de las obras más grandiosas realizada por los jesuitas a favor de los indios del Brasil, Argentina y Paraguay en los siglos XVII y XVIII.
Años más tarde, ante la ausencia de los jesuitas, gran parte de estos pueblos fueron sometidos al pillaje e incendiados y muchos de los indios se dispersaron internándose en la selva.
Después de tres días intensos viajando de pueblo en pueblo por esta extensa zona viendo museos y ruinas de las misiones regresé a San Leopoldo con el alma llena de asombro y de gratitud al Señor ante esta obra gigante. Yo mismo me preguntaba sin entender este terrible fracaso: ¿es posible todo esto? Y recordé en un instante el 3er. Punto que pone San Ignacio en la meditación del Nacimiento de Jesús: “Caminar y trabajar para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos de hambre y de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en la cruz”, -y se disiparon mis dudas a la luz del misterio de la Cruz de Jesucristo que anuncia la Resurrección-.
Abrí un folleto que tenía en mi mesa sobre la canonización de los tres mártires de las reducciones y leí en él estas palabras del Papa Juan Pablo II y del Padre General que venían a reafirmar que el misterio de a Cruz, para lo que no creen, es el mayor escándalo y necedad, pero para los que tienen fe, es fuerza y sabiduría de Dios.
El 16 de mayo de 1988 Juan Pablo II canonizó solemnemente en la ciudad de la Asunción a los tres Mártires jesuitas: Roque González, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo que fueron martirizados en las reducciones el año 1628. Ante 500 mil personas reunidas en la Eucaristía dijo el Papa textualmente: “Por amor a Dios y a los hombres derramaron su sangre y gastaron su vida para anunciar el mensaje de Jesucristo en la fuerza liberadora del Evangelio. De la mano de los PP. Roque, Alonso y Juan, nacieron diez pueblos cristianos y millones de indígenas abandonaron el culto a sus dioses paganos.
La inquebrantable fe de estos misioneros, alimentada de una profunda vida de oración, los hizo pioneros del evangelio en las tierras de Río de la Plata. Su celo por las almas les llevó a servir a los más pobres y el amor a Jesucristo y a los indígenas les llevó a afrontar todos los peligros y a abrir nuevos caminos para anunciar el Evangelio”.
El P. General en su carta a la Compañía (22.IV.88) dice que: “el P. Roque González pertenece a la primera generación que en América Latina formó parte de la Compañía y trabajó por la promoción humana y cristiana de los indígenas. Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, forman parte de aquella multitud de jóvenes jesuitas que desde el siglo XVII, movidos por un auténtico espíritu misionero, respondieron con ánimo heroico a la invitación de Cristo y abandonándolo todo se dedicaron por entero a anunciar la Buena Nueva en aquellas tierras lejanas con el sacrificio de la propia vida”.
Estos mártires, auténticos cristianos, quisieron y consiguieron participar de la vida de Cristo resucitado viviendo radicalmente la fe y llevando su Bautismo hasta la santidad. Fueron los pioneros de una de las obras religiosas y sociales de mayor alcance y clarividencia de la historia de la Compañía de Jesús en las misiones”.
Que en este año ignaciano estimule y renueve nuestro espíritu, la vida y la obra de millares de Jesuitas que con fe inquebrantable y celo apostólico dieron su vida por Jesucristo en estas tierras de misión.
San Leopoldo, Brasil
31/05/1990
(*) Reducciones: Método de evangelización integral que valorizando las cualidades y derechos de los indios, insertándose en su cultura originaria, les abría nuevos horizontes comunitarios y les conducía por el camino de la fe a una plenitud de vida cristiana, personal y comunitaria (P. Kolvenbach, S.J.)
Juan Pablo II a los Jesuitas
“A los sentimiento de sincera alegría por vuestra presencia, se añade el obligado sentimiento de Reconocimiento y gratitud, que – siguiendo la huella de mis Predecesores – deseo expresar a toda la Compañía de Jesús y a cada uno de sus miembros, por la contribución histórica de apostolado, servicio y fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al Papa, prestada desde hace siglos, con una generosidad incansable y una entrega ejemplar en todos los campos del apostolado, en los ministerios y en las misiones. Es un reconocimiento, que hoy, en nombre de toda la Iglesia, os expreso a vosotros, dignos herederos de tales Religiosos, que desde hace cuatro siglos y medio han hecho de la mayor gloria de Dios su lema y su ideal”.
27 de Febrero, 1982.
...
Agradecemos al P. Miguel Girón S.J. por su colaboración.
...
No comments:
Post a Comment