Fiesta: 17 de Septiembre
San Roberto Belarmino, el tercero de doce hermanos, nació en Montepulciano, provincia de Siena (Italia), el 4 de octubre de 1542, siendo sus padres Vicente Belarmino, gentilhombre y primer magistrado de la ciudad, y Cintia Cervino, hermana del Papa Marcelo II. Ya de pequeño, al despertarse, se ponía en oración, repetía a sus hermanitos los sermones que oía de la Pasión del Señor, enseñaba el catecismo a los niños de los labradores y, luego mayor, rezaba el Oficio de la Virgen, ayunaba y comulgaba todos los domingos.
En 1555 ingresó en el Colegio de los Jesuitas y reveló en seguida una gran fuerza de entendimiento y de voluntad. Cuando tenía que disertar en público, decían algunos: “Vamos a ver lo que nos dice ese ángel.” En uno de estos actos públicos habló con tanta convicción y fuerza en un día de Carnaval contra las diversiones malas, que decían luego los asistentes que “aquel Carnaval también se había convertido”.
Las ilusiones mundanas, que su padre se forjaba sobre el hijo, vinieron al suelo, cuando éste le manifestó que estaba resuelto a hacerse jesuita. En el desengaño por todos los honores terrenos influyó mucho la inesperada muerte de su tío Marcelo II, que murió a los 22 días de haber sido elevado al Sumo Pontificado. En la carta que escribió el padre de Belarmino al General de los Jesuitas, Láinez, le decía así: “Habiendo considerado que se debe a Dios lo que más se estima, he dado a mi hijo la bendición y lo he ofrecido a Dios.”
En 1567 fue destinado al magisterio de Retórica en el Colegio de Florencia. Aquí se sintió tan agotado al principio mismo de su carrera, que los médicos desconfiaban de su vida. El corrió al Sagrario y en fervorosa súplica hizo esta oración: “Señor, no quiero morir tan pronto. ¿Todavía os quiero servir!” Dios le concedió una carrera larga en su servicio y muy gloriosa hasta los 80 años de vida.
Enviado a la Universidad de Lovaina, triunfó plenamente como profesor y predicador. Pueblo y estudiantes invadían la iglesia de San Miguel o se agolpaban alrededor de la cátedra para oír sus sermones y lecciones. Hasta de Inglaterra y Holanda acudían para oír al que pronto llamaría “martillo de los herejes”. En 1570 fue ordenado sacerdote y dos años después hacía su profesión solemne.
Gregorio XIII quiso que se fundase en el Colegio Romano una cátedra polémico – apologética y fue designado para ella Belarmino. De estas lecciones romanas salió la monumental obra de “Las Controversias”, cuyo primer volumen salió en Inglostadt el año 1586, y que resultó una defensa completa y científica de la Iglesia Católica, de su constitución y doctrina, contra el protestantismo que quedaba victoriosamente refutado. El éxito fue asombroso. En 30 años se editó veinte veces y el nombre de Belarmino se pronunciaba en todas partes, llegando a decir muchos que su obra no era de un particular sino de todo un colegio o universidad de Maestros, San Francisco de Sales decía: “He predicado durante cinco años con sólo la Biblia y el Belarmino.” Y el protestante Teodoro de Beza: “Este es el libro que nos ha perdido.”
Algo más tarde, San Roberto dirigió una comisión a la que el Papa Clemente VIII encargó preparar la publicación de una edición revisada de la Biblia Vulgata. Ya en la época de Sixto V se había preparado una edición, bajo la supervisión del Pontífice; pero la falta de conocimiento de los exegetas y el temor de modificar demasiado el texto corriente, la habían convertido en un trabajo inútil. La nueva versión, que recibió el "imprimatur" de Clemente VIII, precedida de un prefacio de San Roberto Belarmino, es el texto latino que se usa actualmente.
En 1582 fue relevado de la enseñanza por su delicada salud y nombrado P. Espiritual de los Estudiantes Jesuitas de Roma. En este cargo tuvo bajo su dirección a San Luis Gonzaga. En 1592 fue nombrado Rector, y dos años más tarde Provincial de Nápoles.
Tres años más tarde, volvió a Roma a trabajar como teólogo de Clemente VIII. Por expreso deseo del Pontífice escribió sus dos célebres catecismos para gente sencilla. Su famoso Catecismo Resumido fue traducido a 55 idiomas y ha tenido más de 300 ediciones, éxito superado solo por la Santa Biblia y La Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, el cual llegó a las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Dios tiene sus caminos. San Roberto entró en los Jesuitas porque estos tenían un reglamento que prohibía aceptar cargos en la jerarquía. Sin embargo, por obediencia al Sumo Pontífice, muy en contra de sus deseos personales, llegó a ser el único obispo y cardenal de los jesuitas en ese tiempo. En 1598, Belarmino fue elevado al cardenalato por Clemente VIII, "en premio de su ciencia inigualable". Y al Papa, que se maravillaba de que no le pidiese nada, le respondió: “He nacido pobre gentilhombre; he crecido pobre religioso; me contento con poder vivir y morir pobre Cardenal.” El santo no abandonó su austeridad. Se alimentaba, como los pobres, de pan y ajo y ni siquiera en invierno había fuego en su casa. En cierta ocasión pagó el rescate de un soldado que había desertado y regalaba a los pobres los tapices de sus departamentos, diciendo: "Las paredes no tienen frío".
En 1602 fue nombrado Arzobispo de Capua. Volvió a Roma para el Cónclave de Clemente VIII, donde tuvo once votos para Papa. Paulo V le quiso tener siempre a su lado, como Cardenal de la Curia, para aprovechar de cerca sus excelentes servicios, y así vivió desde el 1605 hasta su muerte. A los 78 años entró por tercera vez en cónclave y luego obtuvo del nuevo Papa, Gregorio XV, permiso para retirarse al Noviciado jesuítico del Quirinal y prepararse a bien morir. Esta había sido una de sus ideas principales en la vida: morir santamente. En su “Arte de bien morir” se pregunta por qué el arte de bien morir, que debería ser conocido de todos, es estudiado por tan pocos. Y responde que la razón es la que da el Sabio: el número de necios es infinito. El Arte de bien morir es la más excelente de todas, porque ella resuelve el problema más sustancial de todo hombre. Como norma fundamental, establece que el arte de bien morir consiste en aprender a vivir bien.
El corazón de Belarmino estuvo siempre en el cielo. Cuando su tesorero le presentaba los papeles de cuentas, sólo se preocupaba de revisar las limosnas que se habían hecho. En cuanto a lo demás, añadía: “Estas cosas son todas del mundo; van y vienen con el tiempo y con el mundo.” Y cerraba los registros sin detenerse a examinarlas.
El 25 de agosto del año 1621, cuando se recogió en el Noviciado de San Andrés del Quirinal, después de la cena, le mostraban los Padres desde el jardín la quinta del nuevo Papa en la Puerta Pinciana, no lejos de la otra más espléndida del Cardenal Borghese. El santo contestó: “Yo quiero dejar que todos planten su vida en la tierra; yo plantaré una más bella que todas en el cielo. Y para esto quiero prepararme en los días que me quedan con la lectura de las vidas de los Santos y con la meditación.”
El 8 de setiembre le dijeron que no había ya esperanza de mejorarse. Entonces, levantando las manos, dijo dos veces: “¡Oh, qué buena noticia, oh, qué buena noticia!” El día 16 rezó el Miserere y el Credo, diciendo en voz alta: “El vitam aeternam. Amén.” Después, con voz muy baja, repitió unas treinta veces, Jesús, Jesús, Jesús… y así expiró en la mañana del 17 de setiembre de 1621.
Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres. Lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos del entierro. Pidió que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo. Su cuerpo fue colocado junto al angelical San Luis Gonzaga en la iglesia de San Ignacio, de Roma; como él lo había pedido en vida ya que lo consideraba su hijo espiritual.
Fue beatificado el 13 de mayo de 1923 por Pío XI, que también lo canonizó el 29 de junio de 1930 y lo declaró Doctor de la Iglesia Universal en 1931.
Bibliografía
Juan Leal S.J. “Santos y Beatos de la Compañía de Jesús” 1950, Editorial Sal Terre Santander
Complementado con extractos de http://www.corazones.org/santos/roberto_belarmino.htm
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